Sergio Waisman y la honda sabiduría de Ricardo Piglia en un libro de conversaciones
Después de tres traducciones y una novela a cuatro manos, el escritor argentino dos veces exiliado prepara un volumen que recoge sus diálogos con el autor de “Plata quemada”
MADRID.– “En ese primer encuentro aún no tenía conciencia de la fascinación de Piglia con los grabadores y las grabaciones”, escribe Sergio Waisman en Ricardo Piglia y la traducción, un libro que pronto verá la luz, donde recoge sus extensos diálogos con el escritor sobre literatura y traducción, una publicación que permite no solo bucear por la obra del autor de Plata quemada, sino por su honda sabiduría narrativa. Waisman tradujo tres novelas de Piglia al inglés y así construyó un puente para que se difundiera la literatura argentina más allá de nuestro idioma. Además Waisman publica Interior Landscape (la traducción de El paisaje interior), de Mirta Rosenberg (Ugly Duckling Press), una labor realizada junto a Yaki Setton, que ha elogiado The Paris Review.
Se conocieron en 1999 en Buenos Aires cuando Waisman comenzaba a trabajar en la traducción de La ciudad ausente. Para registrar la información, el encuentro fue grabado: “No tenía del todo claro el potencial de la conversación en sí como una forma generativa para pensar cuestiones sobre la traducción y la ficción. Pero a partir de esa primera conversación grabada, yo también sentí esa fascinación, yo también percibí ese potencial”, escribe Waisman en la prestigiosa revista académica Hispamérica, dirigida por Saúl Sosnowski, donde se publicó un adelanto de estas conversaciones.
Waisman es el responsable de llevar al inglés Nombre falso, La ciudad ausente y Blanco nocturno. A la compleja tarea de traducir narrativa, añade la de traducir poesía, del inglés al castellano y viceversa: “Todo empezó con la pandemia, como el encuentro de dos amigos que una vez por semana se encontraban por Zoom para conversar, pero luego pasamos a tres encuentros semanales y a trabajar en estas traducciones”, dice Waisman sobre el proyecto que comenzó junto al poeta argentino Yaki Setton. Juntos tradujeron a Diana Bellessi y también el libro de poemas de Mirta Rosenberg. En sentido inverso, del inglés al castellano, este año saldrá La velocidad de las tinieblas (The Speed of Darknes), de Muriel Rukeyser (Salta el pez) y también Waisman y Setton trabajan con la obra de C.D. Wright (Bajo la luna).
“Soy el resultado de dos exilios”, dice Waisman en un bar de la capital española donde sirven sándwiches de miga y cañoncitos con dulce de leche. Lo dice con una dicción donde se mezclan el inglés y el castellano en un acento de origen imperceptible. Está terminando un año sabático en Madrid, antes de regresar en septiembre a Washington, donde está radicado. Sus padres, un físico y una profesora de matemática, escaparon del régimen de Onganía y en 1967 nació en Nueva York este profesor de Literatura, traductor y escritor. Algunos años después la familia regresó a Buenos Aires, pero en 1976, con el golpe de Estado, los Waisman partieron hacia su segundo exilio. La mayor parte de su vida vivió en los Estados Unidos; habla y escribe en un lenguaje propio, híbrido, que se adapta de inmediato al idioma de su interlocutor. “Traducir es escribir en otra lengua”, decía Piglia y esta idea fue un catalizador para Waisman, quien se lanzaría luego a la ficción.
Tras una década de diálogo, Piglia y Waisman comenzaron en 2009 una novela a cuatro manos. En conversaciones interminables (y grabadas) y correos electrónicos –hoy una invaluable fuente documental– se iba gestando El encargo (Mansalva), y también, sin quererlo, Ricardo Piglia y la traducción. Finalmente la novela fue escrita y publicada en 2019 por Waisman, dado que en sus últimos años de vida Piglia decidió, a causa de su débil salud, concentrarse en sus proyectos más personales, antes que en colaboraciones con otros autores. Aquellas conversaciones e intercambios epistolares quedaron atesorados. Las cuantificaciones son odiosas, pero hay al menos 200 folios de aquellos diálogos, que además completará Waisman con los cuadernos personales del autor que están custodiados por la Universidad de Princeton (aquellos que Andrés Di Tella evoca en su documental 327 cuadernos). “Todos cambiamos con los años. Mi relación con Piglia cambió mucho y yo también crecí, en parte, trabajando con él. Quiero escribir sobre esa experiencia de bitácora, transmitir cómo traducir sirve también para profundizar en los temas que aparecen en sus libros”, sostiene.
Waisman trabaja en un nuevo homenaje para Piglia, como antes lo había sido El encargo. Un hombre debe cumplir con una misión que su padre, poco antes de morir, le ruega efectuar: llevar una caja y entregarla a una misteriosa dama en La Plata. Iván, el protagonista, desconoce qué hay dentro del paquete y qué vínculo tenía aquella mujer con su padre. Cuando Piglia y Waisman comenzaron a colaborar en este proyecto, a planear la trama, a delinear los personajes, Iván se encontraría con un tal Emilio Renzi. Waisman decidió luego, como él precisa, reescribir aquella trama individualmente y, aunque suene paradójico, que la novela siguiera siendo fruto de una colaboración. Tiempo después comprendió Waisman que Piglia le estaba transmitiendo una lección, de aquellas que reverberan en el tiempo, que no parten de sumar elementos, sino de explorarlos al infinito. “En la novela hay un encargo doble (y la novela es un encargo doble): el encargo que recibe Iván de su padre recientemente fallecido (que funciona como disparador para su viaje a la Argentina con la caja húngara en su mochila); y el encargo que el traductor en el marco externo de la novela recibe del escritor para escribir esta historia. Sin duda alguna, para mí El encargo es, en todo sentido, un homenaje a Ricardo Piglia, a su memoria y su legado”, explica.
Iván –como el propio Waisman– tiene una hermana y este personaje desempeña un rol clave: “Pienso la historia de la hermana de Iván (y la historia de Iván mismo) como vidas posibles que podrían haber sido y que, de algún modo, existen en la lectura. La idea de vidas posibles viene, en buena parte, de Piglia. En mi novela, la historia de la hermana de Iván (y la de Iván) sería también uno de los guiones de Iván: una de las posibilidades de vida que uno se imagina que podría vivir, o haber vivido, hasta que ocurre algo en la vida –como la llamada determinante que recibe Iván en la historia– y a partir de ahí se sigue, se representa, se vive otro guión”.
En las primeras líneas de El encargo Iván se encuentra en el tren con un pasajero que lee El gráfico en cuya portada aparece una foto de Diego Maradona. “Hay una cuestión muy estrecha con el fútbol y la identidad argentina. En mi caso, como hijo de exiliados, el fútbol y Maradona me generan una reacción muy intensa porque viví desde el exilio de modo contradictorio el Mundial de 1978; y después de modo muy especial el Mundial del 1986″, cuenta y aquí, nuevamente, aparece Piglia. En una ocasión, ambos habían acordado reunirse en determinada fecha, a una determinada hora. Poco antes de aquel encuentro Waisman advirtió que coincidía aquel momento con un partido de la Copa América entre la Argentina y Brasil. Waisman le pidió postergar el encuentro, sin argumentar razones, y Piglia pronto accedió, sin poner peros. Tras aquel partido, en el que la Argentina fue derrotada, un tanto deprimidos, se reunieron a hablar de literatura y traducción, y confesaron al otro que ambos habían dejado todas sus tareas para ver el partido. “Parte del gran legado de Piglia tiene que ver su humildad, y no solo cómo era él como escritor, sino como persona. Era muy divertido y además comunicaba el sentimiento de responsabilidad a todos siendo generoso con la tradición literaria, para que aquel conocimiento compartido con cualquier lector y lectora del porvenir siguiera estando presente”.
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