Sueños de una gran ciudad
LA VILLA Por César Aira-(Emecé)-170 páginas-($ 10)
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Flores vuelve a ser el escenario y la matriz donde se modelan los personajes de César Aira, vecino de ese barrio porteño desde hace años. Pero en La Villa , su última novela, Flores se amplía a su arrabal, el Bajo de Flores, y a su populosa villa miseria. De los departamentos de la burguesía acomodada y los gimnasios para sacar músculos, se llega a la autopista, usada como techo, y a las casillas de un conglomerado urbano inaccesible.
El camino lo traza Maxi, un solitario y corpulento adolescente de clase media con un pasado escolar inconcluso y un futuro incierto. De cuerpo hiperdesarrollado y aquejado por una "ceguera nocturna" (una dificultad para distinguir las cosas en la oscuridad), ocupa su tiempo libre en ayudar a los cartoneros del barrio a transportar sus carritos cargados de desechos hasta la villa que habitan, poblada de inmigrantes de países vecinos y gente sin ocupación fija. Si la ociosidad y la musculatura son condición de su peregrinaje y su actividad, la ingenuidad y su extraño problema de vista parecen ser la condición de todo lo que puede ver: Maxi es el único que ve a los "invisibles" cartoneros, dueños de una profesión que "se había venido instalando en la sociedad durante los últimos diez o quince años" y que "a esta altura ya no llamaba la atención". Sin proponérselo, el musculoso joven se gana la confianza de todos los cirujas y, a fuerza de acompañarlos a través de un camino que se va enrareciendo a medida que se avanza en él, consigue llegar al corazón de la villa. Con su trazado desquiciado, la villa ejerce un poderoso atractivo sobre el adolescente. "Como una gema encendida por dentro", esta "ciudad de la pobreza dentro de la ciudad" parece obedecer a sus propias leyes.
Aira demora muchas páginas en construir el espacio que va de las proximidades de la plaza Flores a esa populosa zona y en hacer creíble la inverosímil ocupación del atlético adolescente. Pero un oponente de mirada suspicaz, un policía, desata la intriga e ilumina facetas más oscuras de la villa. El inspector Cabezas, intrigado por la conducta de Maxi, ve en él un filón para averiguar cómo es el negocio de las drogas en la villa. La aparición de Cabezas acelera el ritmo narrativo y las acciones comienzan a sucederse vertiginosamente. También se complican las relaciones entre los personajes que proliferan, se entrecruzan y se duplican, configurando un escenario propio del fin de siglo en estos andurriales del mundo: hay policías corruptos, narcotraficantes y dealers , camarógrafos amarillistas y noteros jadeantes que corren tras la escenografía vacía del peligro, hay vecinos que reclaman seguridad y una jueza mediática y de mano dura, hay un pastor evangélico que vende drogas y es soplón de la policía, hay iglesias, sectas y negocios sucios, hay madres omnipresentes, padres falsos e hijos ocultos.
Y como siempre en Aira, entre la zumbonería y la credulidad, hay risa y reflexión, entusiasmo por la acción pura y capacidad analítica, imaginación delirante y pensamiento abstracto. Aira atrapa al lector y consigue hacerlo reír y reflexionar. Al indagar sobre los lugares sociales y las fronteras entre clases, la novela desnuda, entre otras cosas, cómo el sueño de la ciudad integradora y democrática que alguna vez fue Buenos Aires ha estallado en mil pedazos.




