Territorio narrado
Louise Erdrich presenta en Plaga de palomas una potente novela sobre la convivencia entre indios norteamericanos y blancos
Ponderada por la crítica de su país, la última novela de la estadounidense Louise Erdrich (Minnesota, 1954), Plaga de palomas , enlaza elementos simbolistas y atávicos con reflexiones éticas sobre la convivencia de blancos e indios. En Plaga de palomas , se trabaja la narración coral a través del ficticio poblado de Pluto, de mayoría blanca, ubicado en el borde mismo de una reserva chippewa en Dakota del Norte, pueblo fundado a fines del siglo XIX. Epicentro de lo pretérito, su carácter es la memoria de lo que fue y ya no es. Pluto se está vaciando: sus habitantes emigran, sus pequeños comercios cierran. La explicación del paulatino pero irreversible derrumbe es esquiva, aunque se va desgranando en el conjunto de narradores. La primera, Evelina, es una niña india que disfruta con los relatos de Mooshum, su abuelo, acerca de los primeros años del pueblo, sus fundadores, su escueta mitología. A pesar de su corta edad, Evelina logra interpretar, entre la verborragia, el mensaje de Mooshum y, en una verdadera epifanía, entiende la decisiva proyección de una historia que ocurrió en 1911: la familia Lochren, de cinco miembros entre padres e hijos, fue brutalmente asesinada a tiros y a los pocos días una turba alcoholizada inculpó sin pruebas y sólo desde el odio y el prejuicio a indios sin trabajo, se erigió en partida de linchamiento y ultimó a cuatro jóvenes y a un muchachito.
Evelina no es la única que comprende los alcances de la abrumadora injusticia. El siguiente narrador, el juez Coutts, mitad indio, mitad blanco, que le ha dedicado la vida a la ley, lamenta la perenne impunidad de aquellos grandes crímenes y se refugia en un tardío amor para mitigar su fracaso profesional. Otra voz al frente de su propio relato, la de la vieja médica blanca Cordelia Lochren, de amplia reputación como memorista de la historia del pueblo, perpleja ante el éxodo de Pluto, recuerda para sí misma un episodio personal que sólo el lector de la novela puede vincular con una remota solución del misterio.
La tensión entre libertad y destino es aplicable tanto al complicado nudo de tramas cruzadas y personajes que reaparecen como al despliegue de una visión desencantada de la llamada "América profunda", representada por ese rincón perdido de Dakota del Norte. También contrapuesto resulta el tratamiento de lo trágico y lo cómico en el mundo mezclado de blancos e indios: el asentamiento blanco y la reserva ojibwe se necesitan, y la reciprocidad hace que descendientes de los dos grupos asesinados se emparienten. Aunque la galería de narradores y tramas por momentos llega al borde de la dispersión o el empaste (sin traspasarlo, por fortuna), Plaga de palomas es hábil a la hora de desplegar un horizonte espiritual o una dimensión trascendente que proviene del atavismo y de la heredad de la estirpe amerindia.
La familia blanca asesinada y los indios linchados terminan uniéndose en un mismo espanto que impugna los estigmas del odio racial. El pasado no tiene redención; el presente debe superarlo. El entrelazamiento de historias ofrece al lector una chance de participación y de resolución de la antigua incógnita, en la medida en que puede encontrar lo que el texto esconde o dosifica, aun a riesgo de equivocarse. Así, se exaltan la figura del contador de cuentos y la tradición oral como únicos posibles transmisores de verdad.
La sucesión de narradores no es el triunfo de una diversidad inabarcable o inasible, más bien modula una multiplicidad que termina por decantar la esencia de lo narrado: aquel antiguo paisaje de racismo, crimen de odio, injusticia visceral y desprecio rampante es una evocación dolorosa que deviene telón de fondo de un presente de encuentros y desencuentros entre blancos e indios, con frustraciones por la inequidad social que los hermanan pero con prejuicios que los separan. Vuelven a unirse en la vivencial dificultad de comprender al otro y en la angustia del gran enigma, el de la identidad.
Mooshum, simbólico sobreviviente del linchamiento que urde una línea coherente en sus recuerdos, se sobrepone a la vorágine de incidentes aparentemente inconexos para implicar la dimensión más sensible de una perspectiva humanística. El viejo narrador y la nueva escritura, la novela, son inseparables, porque juntos imbrican emblemas de los pueblos indios con el trazado imaginario de un futuro posible. Erdrich mezcla tonos y registros, replica voces narrativas, enlaza etnias y linajes, para afianzar un territorio propio y metanarrativo de la ficción, del que Plaga de palomas es protagonista y es proyecto, en el sentido último de que, a partir del relato, se superen diferencias, destituyan prejuicios e iluminen nuevas convivencias.
Plaga de palomas
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