
Un mundo condenado
Con ciertos elementos de la literatura juvenil, la joven narradora Karen Russell pone en escena las dificultades del crecimiento y la pérdida irreparable de la inocencia
Con su debut novelístico, Tierra de caimanes , la estadounidense Karen Russell (Miami, 1981) ha cosechado críticas favorables, numerosos lectores y el apoyo de no pocos colegas. La novela combina lo alucinatorio con lo verosímil y recupera el leitmotiv de la peripecia adolescente, entendida como la conflictiva asunción de una lucidez respecto de la indiferencia de los adultos, aunque también trabaja los temas de la nostalgia por la ingenuidad perdida y del desajuste entre los sueños y la realidad despiadada del materialismo y el consumismo.
La prematura muerte de Hilola Bigtree, célebre domadora de caimanes en el parque temático de la familia, Swamplandia!, ubicado en la región Las Diez Mil Islas, frente a la costa más pantanosa de Florida, obliga a su viudo, apodado Jefe Bigtree, y a los tres hijos del matrimonio a hacerse cargo del espectáculo y la organización del tradicional entretenimiento, el cual, por otra parte, se ve afectado por la inesperada llegada de otro parque temático llamado Universo Oscuro. Internado casi al mismo tiempo el abuelo del clan en un geriátrico, los chicos, que no asisten a la escuela ni tienen contacto con otros de su edad, deben enfrentar no sólo la cruda orfandad sino también la progresiva pobreza, dado que Universo Oscuro comienza a quitarle todo el público al antiguo y ya muy conocido espectáculo de los caimanes. El único varón, Kiwi, con el propósito de escolarizarse siendo ya un adolescente de 17 años, se escapa a tierra firme y consigue empleo en el entretenimiento de la competencia. Osceola obtiene un exótico Manual del espiritista con el que dice entrevistarse con su difunta madre y la pequeña Ava, temporariamente estrella del show , se expone, entre acrobacias y destrezas, a las fauces colosales de los saurios y queda atrapada en una red de compromisos que aceleran la dolorosa conciencia de que la infancia quedó atrás y la lucha por la vida asoma con una ferocidad sin reparos.
El humor, la nostalgia y la pasión constituyen la gran sustancia de este relato que se enmascara en algunos apoyos del género infanto-juvenil para esconder un análisis de la toma de conciencia acerca de la desaparición de las tradiciones y de la reconversión de los antiguos emprendimientos en espectáculos de masas entre el kitsch y la vacuidad. Los Bigtree, anticuados feriantes alejados de la civilización que viven a gusto en un paraje desolado sin incorporar convenciones ni normas, dicen ser parte de la nación seminola, aunque jamás queda claro si es o no verdad. De por sí alejado de la realidad, Swamplandia! se desmorona lentamente y su estertor favorece tanto la rápida añoranza como la fantasía personal de Ava, la narradora, para quien existe un fabuloso Hombre Pájaro que la ayuda a desentrañar el misterio de la conexión de su hermana con el abismo de los fantasmas y con el espectro de su madre, además de estar enamorada de un apuesto espíritu.
El punto de vista de Ava es fundamental para que el lector ingrese en el juego de observar con ojos encantados y decepcionados a la vez la tragicomedia del crecimiento y el problema de la asunción del mundo en su mezquindad e indiferencia. Lo excepcional y lo doméstico se unen en Tierra de caimanes en un registro que va del grotesco a la fábula, acentuando la metáfora de la doma de la fiera como un riesgo inútil o un coraje pasado de moda. Sin cambiar un ápice el tono nostálgico reinante, el relato hace ingresar el realismo mágico de la convivencia entre mortales y fantasmas. Ava, febril y alucinada, describe, en definitiva, un mundo en extinción, el de la ingenuidad de una vieja América sacrificada en el altar del consumo y del enriquecimiento codicioso, a tal punto que el relato por momentos se sumerge en la imaginación de la niña que no puede distinguir entre un feérico Inframundo y la deteriorada situación del parque temático que ahora la tiene como única atracción humana.
Así, lo onírico confluye con lo plausible y lo atávico con lo contemporáneo, encuentros en cuyo centro se yergue, sobre todo en el último tercio de la novela (el más logrado), el relato de aprendizaje a través de la toma de conciencia y de la pérdida de ingenuidad. Entre pantanos y manglares de ensueño y pesadilla, se expande una atmósfera fantasmática de temor a los cambios y de melancólico viaje a la propia identidad, aún en el dolor de la ausencia irreparable y en la crédula fascinación por las almas de ultratumba.
Más allá de sus voluntarios exotismos y de sus velados homenajes a James Barrie, Dodie Smith y Carson McCullers, Tierra de caimanes ofrece una lectura fluida sin grandes desafíos, pero en su simplicidad radica lo auténticamente bello de su propuesta: la seducción de un mundo irremediablemente condenado al olvido que experimenta con lo grotesco y lo poético al mismo tiempo y que destaca el valor de la inocencia no como un modo de escape sino como un reservorio de pureza en un universo de falacias y oscuridades.
Tierra de caimanes

Karen Russell
Tusquets
Trad.: Isabel Marguelí
409 páginas
$ 162