
Un viaje al fondo de la conciencia
Henri Michaux es una experiencia extrema. Hizo de la intemperie el territorio donde desarrolló una obra filosa, punzante, que cuando toca deja su huella. No se sale ileso de Michaux, y en todos deja una marca distinta. Por eso no se llega a él como a cualquier artista. Es un culto y ese culto se descubre a través de alguien que ya tambaleó en sus abismos. Ese secreto me lo pasó un amigo librero, en la secundaria. Una antología -ya en ese entonces bastante gastada- que editó en los años sesenta Fabril Editora. Emprendí un viaje de lo más excéntrico con Michaux. Y el viaje se expandió con nuevos trabajos, nuevos abismos. Es imposible leer a Michaux. Pero hay una suerte de comprensión -aunque no sé si es el término adecuado- que llega con sus dibujos. Movimientos me acercó a ese hombre secreto y siempre nuevo que le da sentido a la palabra artista. Sus cuadros son intemperies metafísicas. Nunca quiso una biografía. Emprendió un viaje desgarrador: quitar todos los ornamentos de la persona, de la "personalidad", para llegar a la expresión más pura e íntima del ser. En un comienzo, el viaje fue en barco. Anotó observaciones de viajero no convencional en Ecuador y Un bárbaro en Asia. Hasta que vio una muestra de Paul Klee, a los 26 años, y más tarde obras de Ernst y De Chirico. Encontró entonces una nueva herramienta. Según confesó más tarde, hasta ese momento "odiaba la pintura y el hecho mismo de pintar".
Luego terminaron los viajes en barco y comenzaron los viajes con mescalina. Allí profundizó la introspección. Las palabras se repiten hasta el concepto. Las líneas se mueven como música que se ve. Escribe y pinta con la misma intensidad. Ninguna tarea reemplaza a la otra. Su estética es resultado de una profunda búsqueda. Un hombre lúcido en los abismos del peyote. Una sensibilidad exacerbada en busca del conocimiento trascendental. Su obra nos puede llevar a un lugar cercano al de Artaud: no es literatura, no es pintura. Henri Michaux es uno de esos artistas geniales ante los cuales cada acercamiento es distinto. Sus poemas no se leen dos veces de la misma manera. Sus trazos no simbolizan lo mismo en dos acercamientos. No importa cuántas veces uno se entregue a él, siempre resultará una experiencia única y definitiva. La mejor definición la encontré en el poeta John Ashbery: "Henri Michaux no es exactamente un pintor, ni siquiera un escritor, sino una conciencia: la sustancia más sensible descubierta hasta la fecha para registrar las fluctuaciones de la angustia de la existencia día a día, minuto a minuto".





