Fernando Sosa en Inglaterra, un sueño que debió esperar 36 años
Tenía todo para poder lograr un triunfo como boxeador en Inglaterra, pero el destino lo condicionó; ahora, como entrenador, tendrá desquite con su pupilo favorito: Lucas Bastida
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Fernando Sosa tiene 61 años. No muchos se acuerdan de él; uno de los tantos boxeadores al que alguna vez apodaron “Maravilla”. Como miles de obreros del ring convirtió sus andanzas en un cuento de aventuras, de lágrimas y sonrisas, que a modo de epilogo –hoy– le recuerda una sentencia existencial: ¡Lo mejor que tiene la vida es que todos los días ofrece revancha a la vuelta de la esquina!
Nació en Río Hondo, en Santiago del Estero. Allí, se hizo pugilista, pero ante la indiferencia absoluta que su “arte” causaba en su contorno familiar decidió escaparse hacia Mar del Plata. Pocos se dieron cuenta en la humilde morada que su cama había quedado vacía. Y casi nadie reclamó por él.
Llegó muy alto con este oficio. Casi a lo máximo. A campeón argentino de los Plumas (1982-1986); a ser fondista del Luna Park, noqueando a Juan Domingo Malvares y perdiendo en un fallo dividido con Sergio Palma polemizado a perpetuidad. Sin embargo, la adversidad y la mala fortuna siempre lo esperaron acurrucadas. Le frustraron todo. Su gloria y su salud.
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Primero, le impidieron llegar a los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 por el boicot político continental que limitó la asistencia americana en Rusia. Y segundo; lo más grave. Dramático y terrible. Ya con los pasajes para ir a Las Vegas en su poder, con el poster de su pelea mundialista ante el irlandés Barry McGuigan enmarcado en el living de su hogar, comenzó a sentir mareos y nubosidad visual. Se sintió mal, su horizonte se oscureció de golpe y sus ojos comenzaron a fallar. Es decir, a no ver.
“Desprendimiento de retina en ambas ópticas. Cirugía urgente. Resultado quirúrgico: regular. Un ojo perdido. Adiós al boxeo. Depresión y olvido”. Un diagnóstico paupérrimo. Sólo atinó a decir: “Ambicionaba este combate con Barry. Aunque deseaba que fuera en Inglaterra, donde McGuigan pelea como local. Siempre quise boxear allí y vencer a uno de ellos. Y sentirme ganador en ese país. Un argentino triunfando en Inglaterra, ese era mi deseo real”.
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Sosa fue reemplazado por el norteamericano Steve Cruz, quien vapuleó a McGuigan en el Caesar’s Palace y se coronó nuevo titular en los 57.152 kg, el 23 de junio de 1986.
El mundo siguió andando. Y treinta y seis años después de tal frustración, Fernando “Maravilla” Sosa cumplirá su sueño. Subirá a un cuadrilátero británico como entrenador con su pupilo favorito: Lucas Bastida, a quien instruyó desde niño, desde los 14 años, para pelear esta noche, por la Argentina, frente a un inglés: Josh Kelly, en el Vertu Motor Arena de Newcastle, con televisación de ESPN y TyC Sports a partir de las 17 horas.
Aquella quimera que no pudo realizar por obra del destino junto a su maestro Héctor Di Pilato, en los años 80, hoy podrá consolidarse.
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¿Quién es Lucas Bastida? Un boxeador de 25 años sin gran experiencia. De muy buen récord: 18 victorias (10 KO), un revés y un empate. Es campeón sudamericano Mediano y regresará a su antigua categoría: Mediano Jr. ( 69.850 kg). Es todo un acertijo ante el inglés Kelly, olímpico en Río 2016 y portador de un estilo extraño que no seduce. Ganó 11 (7 KO), perdió 1 y empató la restante. Dirimirán a diez rounds por un cetro de segundo orden.
Esta historia, transparente y positiva, reluce en un tiempo de noticias burdas, tristes y negativas. Adosa, además, una última esperanza: Sosa será acompañado en su labor técnica por su “compinche” Carlos ‘Gato’ Olivera, bragadense, ex campeón argentino Liviano Jr. (1982 - 1983), quién lucha, cara a cara, con una enfermedad que aún no pudo doblarle la muñeca.
Cada pelea tiene su historia. Y sus objetivos. Y en ésta, las ilusiones de los hombres del rincón (Sosa y Olivera) y sus conmovedoras vivencias prevalecerán por muchas razones sobre la frialdad analítica de cualquier tipo de comentario previo.
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