A derrumbar estadios y algunas malas costumbres
Con la perspectiva que solo el tiempo permite, quizás dentro de unos meses o años haya que darle unas muy sinceras gracias al círculo central del Tomás Adolfo Ducó. Especialista en imágenes patéticas, el fútbol argentino tiene ya un hito en ese tembloroso trazado de falsa esfera. ¿ Superliga de exportación, partidos a las 11 de la mañana para sacar una tajada en el tentador mercado chino, estándares internacionales? Es razonable ser escépticos. Mientras Javier Saúl cuenta en su artículo como la Champions League se ofrecerá gratis por Facebook, Alejandro Casar no puede evadirse de la oscuridad del fútbol local. Es el día y la noche. Unos miran al futuro, otros siguen sin solucionar asuntos básicos.
Sería injusto, sin embargo, cebarse con Huracán, aunque sean letrinas lo que el club les propone a los hinchas cuando necesitan ir al baño. Son demasiados los estadios que ofrecen más problemas que ventajas para los espectadores, también para los jugadores: pregunten por las condiciones de algunos vestuarios. Recorrer las entrañas de los estadios argentinos, incluso en el caso de equipos grandes y tradicionales, implica un viaje de varias décadas atrás en el tiempo. ¿Es todo culpa de los dirigentes? No, alcanza con ver la cerrazón de muchos hinchas a la hora de evolucionar. Un claro ejemplo es el de la Bombonera, aunque el Monumental atrase ya también demasiado. Ser románticos es noble, pero con romanticismo y estos estadios no hay Mundial 2030 posible ni Superliga viable.
La del potrero en el que jugaron Huracán y River el sábado es una de esas historias en las que, si se escarba, se encuentran las fallas estructurales del fútbol argentino. El famoso recital de La Renga, origen del destrozo, se celebró hace un año (!). El 27 de mayo, la selección ofreció en el Ducó un entrenamiento abierto al público en el que Marcos Acuña se torció el tobillo. ¿Y por qué se arriesgó de ese modo a la selección a las puertas del Mundial? Porque River prefirió no ceder su estadio a una AFA manejada por Claudio Tapia, porque Boca se jugaba en esos días el pase a los octavos de la Copa Libertadores, porque los estadios de Racing y San Lorenzo no garantizaban la seguridad, y así hasta que se acabaron los escenarios razonables. Tres meses más tarde, la Superliga no podía desconocer el mal estado de la cancha de Huracán, pero optó por no actuar a priori y multar al club. Va siendo hora de derrumbar ciertas malas costumbres. Y algún que otro estadio.
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