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La AFA de las hormigas y los elefantes vive en el descenso, aunque se empeñe en eliminarlos
Los cambios de reglas con las competencias en disputa y un VAR que pierde credibilidad contrastan con la imagen y los logros de la selección argentina
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Habrá que usar binoculares y ni así podrá verse el punto en el que se separan la AFA internacional de la doméstica. No alcanzará Google Maps y es muy posible que ni la inteligencia artificial pueda darnos una respuesta precisa. Claudio “Chiqui” Tapia y un puñado de dirigentes, mucho más pequeño de lo que mayoría cree, manejan ambas. La campeona del mundo, la que en una gira por Asia es capaz de generar casi 100 millones de dólares de ganancias; aquella que puede organizar en un chasquido un Mundial Sub 20 sin mayores inconvenientes cuando la Argentina no se había clasificado. Y también la otra, la mañosa, la precaria, esa tan rústica que bien podría usar una caverna como escenografía.
El primer punto del asunto en cuestión ocurrió el jueves último, en una Asamblea en el predio de Ezeiza en la que todos sabían lo que iba a ocurrir: las reglas se cambiarían de repente, en plena competencia. Sí, mientras se jugaban los partidos, se habían dado cuenta de que aquello que habían aprobado estaba mal. Los descensos, otra vez, estuvieron en discusión. Bah, ni siquiera eso. Como bien nos contó en LA NACION Alejandro Casar González, todo estaba digerido desde hacía mucho.
Tapia tomó la palabra entre los dirigentes. “Los que estuvieron en las reuniones con Infantino, pudieron ver realmente que Gianni se sintió muy bien y se fue con un concepto muy alentador de cara a lo que viene”, describió el dirigente. Lo mejor estuvo por venir. Chiqui, entonces, infló el pecho: “Pudimos mostrarle al mundo la capacidad de organización de la Argentina. Con un Mundial y la Liga jugándose al mismo tiempo, además de otras tres competencias. Sólo en un país futbolero se puede hacer esto”.
Eso sí, menos mal que el mundo, seguramente, poco detalle le presta a la organización de la Liga Profesional y que Infantino ya estaba en Europa en el momento en el que votaron los clubes argentinos. Sólo así estuvo a salvo la buena imagen internacional. Una cosa es segura: gustarán o no los cambios en los formatos en los mundiales –justo se avecina el de 48 equipos–; tal o cual liga, europea o sudamericana, podrá parecernos más o menos competitiva, pero jamás modificarán las reglas en medio de los torneos.
¿Por qué habrá sido? El descenso es el infierno para los dirigentes. Deportivo y económico. Los que ayer se sentían a salvo hoy tiene los pies en una sartén al rojo vivo. La Primera Nacional, con 37 equipos, amenaza como un agujero negro del que jamás se vuelve. Varios clubes históricos lo comprueban sábado tras sábado. Entonces, las convicciones se pierden, se esfuman.
Habrá que reconocerle a Víctor Blanco la valentía para decir lo que pensaba y, a la vez, mostrarse tan contradictorio. Vaya testimonio el que dio el presidente de Racing. “No es serio cambiar el reglamento a mitad de temporada…”, sentenció, pero inmediatamente aclaró: “Vamos a acompañar lo que decida la mayoría”. ¿En qué quedamos? No, pero sí. No es cuestión de caer sobre Blanco. La mayoría del comité ejecutivo, si es que aún se llama así, piensa lo mismo y ejecuta igual.
Reglas. Son aquellas leyes, normas o instrucciones que se establecen antes de una competencia. Como en un juego de mesa, esos que volvieron durante las eternas horas de la pandemia. Cada integrante de la familia las escuchaba y respetaba. Al tramposo era cuestión de mandarlo a pensar cinco minutos a otra habitación, de ser posible. No es tan complicado. Aunque los dirigentes argentinos siempre se reservan un comodín. ¿Las cartas estarán marcadas? Cada uno hará su apuesta.
Los aciertos internacionales ensancharon la espalda de Tapia. Necio sería no reconocerlo. “Chiqui siempre vibró de una manera especial con la selección. Es su debilidad. A partir de ahí quería construir todo. Y lo logró. Empezó desde muy abajo y hoy reunió poder y consenso, algo que parece imposible en un país como la Argentina. Si no, hay que ver lo que pasa en la política nacional”, resume ante la pregunta de LA NACION un exdirigente que acompañó al mandamás en sus comienzos en la AFA, las horas más duras.
Tapia se desvive por el “mundo selección” y le gustaría delegar mucho más lo que sucede en la Liga Profesional. Sobre todo, después de que reunió bajo su ala el mando absoluto, tras los intentos fallidos de que la Primera A se rigiera, por ejemplo, como la Liga de España, con un órgano independiente. Pero esta vez, según se enteró este medio, tuvo que intervenir para que la AFA no cometiera dos papelones en uno. Muchos dirigentes se proponían eliminar el descenso por la tabla acumulada y dejar los dos por promedios. Cuentan que ahí sí Chiqui se puso firme. Era demasiado. Entonces, se eliminó uno por promedios. Y, al final, serán dos en vez de los tres propuestos originalmente: uno por el cálculo de las últimas tres temporadas y otro por la general. Ya habrá tiempo de enrolarse con el mundo, que elige las posiciones de la temporada para los premios y castigos, en este caso se habla de eso. Y también quedará espacio para reducir los 28 equipos en la A. ¿Que el resto de las ligas no pasa de los 20 clubes? Sí, pero Infantino no se fija en eso en la Argentina.
En 2019, Chiqui Tapia decía que "El fútbol de elite tiene que tener 20 equipos, o si hilás fino, 18".
— Federico González (@federix12) June 23, 2023
Este jueves aprobaron tener 28 EQUIPOS en 2024. pic.twitter.com/FWaEsQ8CAe
“También pensamos que la Superliga no puede tener la cantidad de equipos que hoy tiene y que va a ese camino, que tiene que tener 20 equipos. No hay torneos de elite con la cantidad de equipos que tenemos nosotros. Es más, si hilamos fino, hasta tendría que tener 18 equipos”. ¿Disruptivo? Puede ser. ¿Revolucionario? No: Tapia, en abril de 2019, en declaraciones al programa Líbero, de TyC Sports.
Cuesta, entonces, aferrarse a la credibilidad. Los tiempos pueden cambiar. También las opiniones. ¿Tanto?
Otra cosa en la que, seguramente, el señor Infantino no se detendrá será en el arbitraje en los campeonatos argentinos. Sobre todo, porque la FIFA abraza la tecnología y la considera una de sus puntales.
En la AFA doméstica, el VAR funciona a veces. Pero igual decide. “Hubo un problema de software, del plano de las cámaras y no se pudieron trazar bien las líneas, siempre se traza una parte oscura, no se pudo hacer”, explicó Federico Beligoy, a cargo del arbitraje argentino, sobre el gol convalidado para Boca, en el tiempo adicionado, que significó el 1-1 con Lanús en la Bombonera. La tecnología estaba, no funcionaba e igual dieron por válida una acción que el juez principal, Fernando Echenique, había anulado. ¿Cómo valerse de algo que no era preciso? Increíble, pero real.
Desde estas líneas se saludó la llegada del VAR para hacer el fútbol argentino lo más justo posible, habrá que ser sinceros. Pero no así, entre repeticiones de las que todos desconfían, en minutos eternos que lo único que hacen es alimentar sospechas. El que busca encuentra. Y encontrará.
Pocas horas después, también por la tecnología, se le anuló a Newell’s un gol frente a Unión, en una acción casi idéntica a la que se le dio el visto bueno a Boca. ¿En qué quedamos?
El VAR llegó bajo un concepto que no le dejaba dudas a nadie. “Se buscarán los elefantes y no las hormigas”, sonó casi como un eslogan. Querían decir que las cámaras y las revisiones sólo llegarían para las jugadas más alevosas. Pero no. En la actualidad solamente falta el microscopio, si es que se miden offsides por milímetros. Pie, hombro, brazo o cabeza. No. No era para eso. Pero se lo usa para eso. El miedo al error o…
Hace algunos años, ya retirado de la presidencia de Independiente, Javier Cantero escribió un libro: “Contra el sistema”. En la novela describía las peripecias de un dirigente, Víctor Abascal, que conducía al club de sus amores y luchaba contra los preconceptos establecidos sobre pases, barras bravas y negocios vinculados con el fútbol. No pudo con sus pares, apiñados en un formato degradado y afectos a las reglas por conveniencia. Es el mismo sistema, que cobija nombres nuevos, pero jamás cambia. Que se basa sobre la desorganización en beneficio de los necesitados –pícaros, más bien– de turno. La AFA de oro. Pero también la de hojalata.
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