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En el mundo del fútbol se camina por una línea tan delgada que pasar del sueño a la pesadilla puede ser cuestión de minutos. Es un ámbito caracterizado por la inestabilidad, especialmente en medios como el nuestro, dependientes de una estructura muy frágil e inmersos en una sensibilidad extrema. Hoy, en buena medida, Quilmes sufre las consecuencias de esa altísima volatilidad, cuando ayer nomás vivía horas de esperanza y prosperidad deportivas como pocas veces en su historia.
Sin necesidad de retroceder más en el tiempo, el 8 de febrero último, en Chile, se sintió en el mejor de los mundos cuando eliminó a Colo Colo y consiguió el pasaje formal para volver a la escena categorizada de la Copa Libertadores. Ese logro vino a coronar un proceso futbolístico fructífero, sustentado en el orden y el sentido común que el club aplicó para manejarse con recursos austeros. En otras palabras, un espejo muy útil para otros clubes en su mismo plano jerárquico.
Paradójicamente, lo que le pudo haber servido como plataforma para prolongar ese progreso y para alimentar el orgullo desembocó en una crisis interna de las más amargas, porque lastima el espíritu y la trayectoria de hombres reconocidos y respetados. Primero, los rencores que encendió un conflicto salarial y sus consecuencias en el plantel arrastraron a Gustavo Alfaro, el DT que colocó al equipo en la mejor consideración, más allá de adhesiones o rechazos al estilo de juego que desplegó. Cuando el técnico se marchó, dejó atrás una bomba de tiempo activada por las secuelas de esa pelea entre jugadores y dirigentes, que no tardó en detonar. La puerta de salida se volvió a abrir para Nelson Vivas, un hombre que a los 35 años entendía su regreso al club como un broche sentimental para su carrera y encontró el final más agrio, despedido tras una dura crítica a las autoridades.
Todo en un puñado de días, como para ratificar aquello de que lo que lleva tanto tiempo edificar puede ser destruido en un santiamén. Banfield, vecino histórico del club cervecero, tuvo mejor suerte y hoy es la cara de la felicidad. Para los más modestos, los desafíos tan grandes pueden ser una oportunidad dorada, pero esconden riesgos mayores si no se encuentra la manera de sostenerlos.



