Un golpe que preocupa: River perdió ante Quilmes a siete días del superclásico

No hay buenos momentos para una derrota. Nunca. Pero un tropiezo puede resultar más significativo, reabrir una herida, reavivar los temores, y hasta puede afectar el futuro. Un poco de todo eso le sucedió a River, que llegó al Sur envuelto en aires triunfalistas, exhibiendo un ataque demoledor, ofreciendo un juego efectivo, presentando una regularidad para defender, sin recibir goles en los últimos dos encuentros... La caída 1-0 frente a Quilmes lo desnudó, le pinchó la burbuja en la que estaba inmerso.

El golpe, siempre doloroso, lo dejó vacío de puntos, pero más preocupante fue el retroceso futbolístico que enseñó el equipo. River careció de frescura, quedó maniatado ante un rival que le mostró un libreto con el mismo contenido y lo ahogó. El espejo, entonces, le devolvió una imagen desdibujada, justo a siete días del superclásico.

Tres esquemas, ninguna solución

Las convicciones futbolísticas cada vez se extinguen más rápido. Los resultados desordenan con facilidad las ideas, y lo que ayer servía, ahora es ineficaz. River es un caso testigo. El estado cambiante es permanente. El técnico Almeyda queda expuesto con las sucesivas alteraciones de nombres y dibujos tácticos a los que echa mano. Esto puede ocurrir de un partido a otro o, como ayer, dentro del mismo encuentro. Porque el sistema que más seduce al entrenador y al que recurrió en mayor cantidad de veces durante su ciclo es el 4-4-2, pero la ausencia de triunfos y las críticas lo envalentonaron y la propuesta giró hacia un 4-3-3. Fue efímera la experiencia, volvió a refugiarse en su dibujo fetiche, aunque le agregó un toque personal: una defensa con cuatro zagueros y un triple cinco, entre los volantes.

La ausencia de Aguirre le hizo variar la fórmula para visitar a Quilmes, y Almeyda desempolvó, después de siete partidos, a Lanzini. El juvenil asomaba como un socio interesante para Ponzio, el jugador que conduce a River, el futbolista más claro, con mayor concepto que tiene el plantel y que enciende a sus compañeros. Pero Quilmes, un equipo combativo, al que le gusta presionar y no se sonroja por apostar a los pelotazos como argumento para atacar, lo controló sin esfuerzos. Sin las facilidades que le otorgaron Arsenal y Godoy Cruz, quienes posibilitaron que River se despachara con nueve goles en dos encuentros, Mora no fue desequilibrante; Luna falló en la única situación que tuvo –tras una pifia de Lema, en el arranque del encuentro–; Lanzini y Ponzio no fueron guías; y Bottinelli, que estaba afianzándose en la zaga, con un fallido despeje habilitó a Cauteruccio para que doblegara a Barovero, la pieza de mejor rendimiento.

La desventaja empujó a Almeyda a cambiar: Rogelio Funes Mori reemplazó a Cirigliano y el esquema pasó a un 4-3-3; ocho minutos después, el ingreso de Rojas –salió González Pirez, de muy flojo desempeño– volvió a modificar el orden y River terminó empujando con un 3-3-1-3, con Lanzini como enlace.

Entre tanta fricción y vértigo, la elaboración y el juego asociado son cuentas olvidadas para esta versión de River, que pudo empatar. Rogelio Funes Mori, el uruguayo Carlos Sánchez y Bottinelli tuvieron las ocasiones más propicias, aunque en la lista de merecimientos Quilmes hizo un trabajo más convincente para saborear el festejo.

La cuarta derrota, tras dos goleadas. River llegó a la cuarta caída en el campeonato, en 11 fechas. Ya había perdido ante Belgrano (2-1), Vélez (0-2) y Racing (0-1). El equipo de Almeyda venía de golear a Arsenal (4-0) y Godoy Cruz (5-0).

Independiente volvió a la zona de descenso, tras el triunfo de Quilmes. La alegría de los Rojos, tras el éxito ante Argentinos, duró poco: la caída de River, hundió a los de Gallego, otra vez, en la parte baja. San Lorenzo y Unión, los otro comprometidos.

Los hinchas locales arrojaron a dos gallinas en la antesala del cotejo. Los animales aparecieron disfrazados con la banda roja y una B en el pecho, por el descenso de los Millonarios.

Por Alberto Cantore

• Torneo Inicial
• Club Atlético Quilmes

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