Un flojo fin de temporada para Lionel Messi, quien ya espera el Mundial Brasil 2014 con toda la ilusión

BARCELONA.- Los brazos en jarra. La mirada en el suelo. Lionel Messi es una estatua detrás de la línea de cal. A su alrededor el Camp Nou vive una fiesta ajena.

Sigue ahí, solo. Un minuto que se eterniza. Sus compañeros se desperdigan por el césped que albergó tantas hazañas propias. Unos lloran en el suelo, con el dolor de las despedidas; otros abrazan a esos rivales que saltan cubiertos en lágrimas después de pelear casi 100 minutos como cruzados.

Se acerca Emiliano Insúa , envuelto en una bandera argentina. Lo abraza. Messi lo despide con una palmada, ansioso por volver a su intimidad. Llegan sus compañeros camino al túnel. Él arranca primero, a paso rápido, como si quisiera huir de esos silbidos que interrumpen el aplauso noble de los hinchas catalanes al nuevo campeón.

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¿Lo silban a él? Quizá también. Perdido en la nada futbolística, como en todos los partidos que este año definían campeonatos, Messi acababa de terminar una temporada amarga, sin títulos colectivos ni individuales. Y sin siquiera el consuelo de haber aprovechado la última ocasión de homenajear a su talento en el partido que cerraba un ciclo histórico del Barça .

Si las caras dicen algo, Messi había llegado al Camp Nou serio, sin una sonrisa para ofrecer a los fotógrafos. Bajó del micro solo y enfiló hacia el vestuario sin mirar a nadie. Pero podía ser sólo un reflejo de concentración antes de una tarde grande.

En los accesos a la cancha la ilusión se concentraba en él. La prensa catalana lo tenía en las tapas después del anuncio de la mejora del contrato (20 millones de euros netos por año), que el club publicó el día previo como señal de compromiso con su estrella de todos los tiempos.

Pero apenas arrancó el juego fue como si Messi reanudara un partido empezado hace 10 meses, cuando el Barça jugó su primer duelo de la temporada contra el Atlético de Simeone. Enjaulado entre Tiago, Filipe Luís y Godín, el mejor del mundo siguió tentando al olvido.

Sólo en la temporada 2007/08, Messi había terminado sin levantar ni la Liga, ni la Champions, ni la Copa del Rey. Esta vez vuelve a sucederle lo mismo: en la 2013/14, padeció las lesiones y sólo conquistó a principio de temporada la Supercopa de España al vencer justo al Atlético Madrid.

Bajó a buscar el pase, pero perdió en cada choque con los volantes. Intentó sus sprints prodigiosos una vez por tiempo, pero chocó siempre con la pared de los madrileños.

No pateó al arco, salvo una vez: la mandó adentro, pero estaba en offside. El gol -su profesión- se reveló una utopía, como en los otros cinco partidos con el Atlético.

Terminó apagado. Impreciso cuando le llegaba la pelota, tal vez sufriendo con su impotencia. O, por qué no, soñando ya con resurgir en el Mundial, su deuda con la historia.

El final lo encontró solo, caminando hacia la línea de cal, escapando de la mirada desilusionada de esas 90.000 personas que esperaron hasta el segundo final un chispazo salvador de su talento único. Esta vez nadie gritó por él.

De todos modos, los números de Leo vuelven a ser buenos: hizo 41 goles en 46 partidos. De esos tantos, 28 fueron por la