El golfista de 54 años, que juega en el Legends Tour de Europa, repasa su carrera y habla de los valores que le dejó este deporte
ROSARIO.- A Ricardo González le gusta hablar de “contrastes” para describir su vida. Nacido en Esquina, Corrientes, pero rosarino por adopción, utiliza esa figura con la idea de remarcar los extremos que conoció a lo largo de sus 54 años: desde las carencias económicas durante su infancia, adolescencia y parte de su juventud hasta la abundancia que le trajo su talento, ya en su explosión como golfista.
A partir de 1999, aquel que fuera un humilde excaddie de Rosario Golf Club encadenó una serie de 17 temporadas consecutivas en el Tour Europeo, donde consiguió cuatro victorias y 39 top 10 en 429 torneos disputados. Una trayectoria enorme que forjó su espíritu competitivo, lo educó, le dio roce social y valores; un periplo que lo catapultó hasta convertirlo en uno de los grandes animadores del golf nacional, representante cuatro veces de Argentina en la Copa del Mundo.
Hoy, González extiende su vínculo con el golf –y triunfa- en el Legends Tour, el circuito de veteranos de Europa. Pero detrás de un larguísimo recorrido con cientos de viajes y varios millones de euros recaudados en premios, el correntino reconoce en la charla con LA NACION un defecto personal que impidió que su carrera fuera aún más trascendente.
-¿Cuál es la sensación en caliente que tenés de tu actualidad como profesional?
-El año que acaba de terminar fue muy positivo porque quedé entre los 5 mejores del Legends Tour de Europa. Para cualquier jugador de mi edad, apuntar a ese target es muy bueno. Pero también eso implica que rendí, que pegué todos los tiros relativamente correctos para mantener ese cuarto puesto del ranking. En este circuito hay que hacer todas las cosas bastante bien, así que por eso el balance me dio a favor.
-¿Cómo definirías a esta gira de veteranos respecto de su dificultad y en cuanto a jugadores?
-Bueno, los campos no son muy difíciles, pero la cantidad de jugadores de trayectoria que tiene el circuito europeo es alto. Lógico que no podés compararlo con el Champions Tour; en Estados Unidos el nivel es superior y participan más golfistas, unos 100 contra los 60 de Europa. En su momento intenté entrar en la gira senior norteamericana a través de la escuela clasificatoria, pero es muy complicado.
-¿Con quién tenés contacto más fluido entre los conocidos de Europa?
-Con todos, me reencontré con cada uno después de haber hecho una carrera de 20, 30 años juntos. Así que siempre estuvimos en el mismo sitio, con las mismas personas. En ese sentido es mucho más amigable todo, ¿no?, porque ya nos conocemos desde hace tiempo. Se compite de manera más relajada y volvimos a vivir las mismas cosas que en los años ‘90.
-¿Se hacen bromas por los achaques de la edad?
-Síii, sí. Cada vez que vamos a entregar la tarjeta están los lentes encima de la mesa. “Uy, ya pasaste los 50 años y tenés que usar anteojos”, es uno de los típicos chistes. Esa es una de las situaciones lindas, que te traen buenos recuerdos.
-Más allá de que la competencia es más relajada, cabe imaginarse que igual está el bichito de querer ganar, ¿no?
-El Legends Tour de Europa tiene la particularidad de que los dos primeros días se juega con aficionados, y el último día, solo. Hacen esa mixtura entre amateurs y profesionales. Si bien hay charlas durante el juego, cuando se trata de definir un torneo ya todo se pone un poco más serio, más a cara de perro, pero no tanto como en la época en que jugábamos en el circuito regular.
-¿Con quiénes te relacionás?
-Con los españoles Miguel Martín, Santiago Luna, José Manuel Carriles, los italianos Costantino Rocca, Emanuele Canonica… Bueno, son todos más o menos del grupete que teníamos en nuestra plenitud como golfistas. Así que ese ambiente se mantiene entre los latinos, porque siempre fuimos muy unidos. Por ejemplo: después de hacer un vuelo de 15 horas para arribar a Vietnam o a las Islas Mauricio, llegamos al hotel y todos nos consultamos aquello de “Qué te duele”. Son situaciones reales, bien propias de un tour senior.
-¿Todavía tenés la voluntad de hacer viajes largos, como venís haciendo desde hace décadas?
-Sí, la tengo. En la medida que conserve esas ganas de viajar y de competir, todo irá bien. Cuando pierda ese deseo de ser parte del golf mundial, cambiaré la estrategia y me pondré a dar clases en algún club o quedaré involucrado siempre en algo de golf. Mientras tanto, sigo con ese bichito.
-¿Qué ganaste y qué perdiste con el paso de la edad en este deporte?
-No sé si perdí. Sí creo que gané un montón de cosas, porque fui mejorando en la forma de pensar dentro de una cancha de golf, en la madurez para moverme en el campo. Ya no me enojo como antes, por ejemplo. Son todas cosas muy positivas. ¿Perder con la edad? Muy poco. Lo negativo es más de lo de siempre: estar un poco alejado de los amigos.
-¿Y en cuanto a la técnica cuánto se pierde? ¿Hay algún golpe del que ya no tenés tanto dominio?
-La verdad que por ahora no, porque incluso mantengo la potencia. Los argentinos tenemos ese don de generar buenas distancias sin mucho esfuerzo, lo hacemos con mucha naturalidad. Por ahí vos ves que otros pierden distancia de una manera notable. Yo siempre fui un pegador entre las 290 y 310 yardas con el driver. Por más que pasen los años, siempre me mantengo en esos números. Por ahí ahora la tecnología me ayuda un poco, pero no tengo reproches en cuanto a la distancia que alcanzo hoy.
-Aquel triunfo en el Senior Open de Italia, a mediados de 2022, te revitalizó. Fue en tu segundo año en el Tour Legends.
-Sí, sí, siempre la victoria a uno lo realza, porque también demuestra ante los demás que todavía podés. En aquel triunfo, lo especial fue que viajé con mi hijo, ¿Qué más podía pedir?
-En tu carrera en la etapa regular, quedó la impresión de que pudiste haber hecho mucho más acorde con tu potencial y jerarquía. ¿Qué creés que te faltó?
-Mi personalidad es muy tranquila. Creo que para aspirar tan alto como jugar en el PGA Tour o participar en más majors, necesitás tener una personalidad mucho más agresiva y eso no coincide con mi forma de ser. Porque debés creértela un poco más y es ahí donde tengo que criticarme. Por otro lado, siempre lo hablamos con el Pato Cabrera: hay que estar en el momento justo. Yo me centralicé mucho en Europa y preferí estar tranquilo… por ahí me dejé llevar por la comodidad. Siempre digo que el que está cómodo en golf, no lo está haciendo bien.
-Preferiste una zona de confort.
-Tal cual. Me di permisos. Eso me jugó en contra, pero a la larga me permitió desarrollar una carrera mucho más longeva. Es cierto que no fui tan exigente conmigo, incluso a la hora de practicar. Por ahí, ésta es una de las cosas que me quedó en el tintero, más allá de que mi carrera fue exitosa todo el tiempo. Siento que nunca di el ciento por ciento.
-¿En qué?
-En todo, en lo deportivo, en la práctica y en cómo manejarme siempre. Iba al gimnasio esporádicamente, no era una rutina. No tenía rutina, digamos. Eso es lo que me pasó y me pasa.
-Lo bueno es que no “derrapaste” en ningún sentido.
-No, fue gracias a las amistades o a los guías que tuve. Siempre conté con algún tutor, como colegas o amigos de la vida. Cuando me quise desviar, me dieron “un correctivo” y volví.
-¿En algún momento estuviste decidido a jugar en Estados Unidos, en el PGA Tour?
-No, volvemos a la cuestión anterior: cuando estás cómodo en un lugar, uno trata de afianzarse ahí, no de buscar otros horizontes. Por eso es que lo de Cabrera es un logro, porque decidió irse para allá. Me acuerdo que en 2006 jugamos juntos en Irlanda y su caddie era Eduardo Gardino, uno de los mejores de la Argentina en los circuitos internacionales. El último día soportamos una lluvia terrible. Nos mojamos todo y en el hoyo 17, un par 3, el caddie del Pato se resbaló y se cayó con la bolsa encima; se pegó un porrazo tremendo. Entonces pateó la bolsa como cuatro o cinco veces y le dijo a Cabrera: “Pato, si no nos vamos a Estados Unidos, yo no te llevo nunca más los palos”. Por eso digo: tiene que haber una iniciativa personal, pero también alguien que te incentive a cambiar de rumbo. Al año siguiente, Cabrera ganó el US Open… Nosotros venimos de orígenes muy precarios y necesitamos ayuda en un montón de cosas: en lo técnico, en lo físico y en lo mental.
-¿Ni siquiera la ambición por ganar más plata te impulsó a buscar nuevos caminos y salir de Europa?
-No, porque llega un momento en que no jugás por la plata, porque así no funciona el deporte. Nosotros ganamos plata como consecuencia de lo que hacemos. Para los golfistas, pensar en la plata es negativo en lo psicológico. Las únicas dos veces que pensé en la guita me fue mal, entonces aprendí.
-¿Cómo fueron esas situaciones?
-En un torneo en Malasia, en mis comienzos a nivel internacional, tenía por delante un putt de un metro y me dije: “Si lo meto, le compro la casa a mi viejo”. Y erré. Y la otra vez fue en Irlanda, para clasificarme para el Open Británico; tiraba para águila desde dos metros y medio, después de haber hecho dos tiros espectaculares. Si la embocaba, jugaba ese major. Fallé para águila y ahí miré el leadearboard; calculé que si salía tercero o cuarto, no recuerdo bien, me llevaba 100 lucas. ¡Pum!, erré de nuevo y terminé haciendo tres putts. Después de esos dos pensamientos que tuve, nunca más jugué por ganar dinero. Obviamente que cuando terminás de jugar hacés cuentas como loco, pero no durante la vuelta.
-Jugaste en el Tour Europeo entre 1998 y 2017, una larga trayectoria.
-Sí, pero al principio, entre 1990 y 1994, cuando estaba con mi manager Jorge Díaz y participaba en los tours latinos, el tema recurrente era que teníamos que devolver plata todo el tiempo. Jugar así me generaba mucha presión.
-Cuando volvés a tus comienzos como caddie, ¿qué recordás?
-Llevé palos desde los 9 años en el Swift Golf Club, en la zona sur de Rosario. Ahí sí era una situación de carencia. Estábamos con mi viejo, mi vieja y seis hermanos: tres varones y tres mujeres; yo era el más chico. Pero en realidad tenía cientos de hermanos, el barrio entero. Éramos todos unidos, no había maldad y nos cubríamos de todas las cosas; se armó una gran familia. Después, cuando en Swift se instaló una fábrica sobre la cancha de golf, tuvimos que emigrar para otros clubes y pasé a ser caddie en Rosario Golf Club.
-¿En esos momentos tuviste la lucidez para verte como futuro profesional?
-Esa decisión se la debo a mi hermana María. Me dijo: “Vos tenés que seguir con la línea del profesional, ¡andá a jugar los torneos! Despreocuparte de mamá y papá porque ésa va a ser tu carrera”. La verdad que dolía tener que irme de mi lugar. Así que a los 15 años ya me fui a vivir a Buenos Aires con Hugo Vizzone, que fue mi tutor, pero la motivación de mi hermana resultó fundamental. Hice la escuela primera y llegué hasta la mitad de la secundaria.
-¿Qué enseñanzas te dejó el golf?
-Todas. Es salir de una situación precaria en la infancia y llegar a cenar con el CEO del HBSC, por ejemplo. Uno aprende de esos contrastes, de ir de lo más bajo a lo más alto, es algo muy lindo. Cuando era chico, con mi familia vivíamos en un rancho de cartón en Villa Gobernador Gálvez, en Santa Fe, pero nunca sufrimos hambre. Los manguitos que ganaba como caddie se los daba enseguida a mi mamá para que los administrara. Así nos manejábamos los chicos en esa época, aunque algunos terminaron en la mala. Pero había códigos y esos mismos que de repente salían de la cárcel, después nos protegían. Me acuerdo que en un invierno en Swift le llevé los palos a un señor que me hizo meter en la laguna para buscar una pelota. Vino uno de esos amigos que andaba en la mala y le armó un quilombo tremendo, lo amenazó.
-Sos contemporáneo de Angel Cabrera y compartiste varias temporadas con él en el Tour Europeo. ¿Qué opinás de su realidad?
-Con el Pato somos como hermanos. Siempre me llama, en las buenas y en las malas. Y cuando le pasó esto [su paso por distintas cárceles por su delito de violencia de género] nos afectó a todos. Me fue contando algunas situaciones negativas que pasó y nunca dejó de tener contacto conmigo desde la cárcel. Obviamente que yo quería ser un soporte, como creo que él lo hubiese sido conmigo. Siempre busqué la forma de alentarlo, porque estar ahí adentro es imposible para cualquiera y él lo superó. Tiene muchas ganas de volver a jugar y quizás perdió esa vergüenza de cuando uno hace una macana, ¿no? Ahora lo veo disfrutar y es digno de un pibe que siempre la luchó.
-¿Qué ves del golf argentino actual?
-Y… la verdad que medio triste, porque antes teníamos mil cartuchos para gastar; en cambio ahora tenemos dos, tres jugadores: Alejandro Tosti, Augusto Núñez y bueno, Emiliano Grillo, que ya está afianzado. Pero después pará de contar, no tenemos recambio. Y eso tiene que ver con el mal manejo de nuestras Asociaciones, tanto la PGA como el TPG y la AAG, que no hicieron las cosas bien para que el golf pueda tener cinco o seis jugadores en cada circuito.
-¿En qué se está fallando?
-Creo que en nuestras enseñanzas; no tenemos una base sólida. Cuando no salen jugadores de la talla del Chino Vicente Fernández, de Cabrera, del Gato Romero, de José Cóceres, es porque algo está fallando. Todo parece en base a esfuerzos personales. Cuando deje de jugar, mi idea es tener una academia y poder enseñar, siempre fantaseamos sobre eso con Coqui Berendt; es la posibilidad de devolverle al golf lo que nos dio nuestra trayectoria. En Argentina falta que se convoque a más a la gente que ha hecho algo por el golf.
-¿Si vos tuvieras que aconsejar a un pibe que realmente se perfila bien, qué le dirías?
-Un montón de cosas. Seguro inculcarle la práctica, que en la actualidad no se insiste con eso. Hoy es todo mucho más psicológico, físico… y se deja la práctica de lado. El poder dominar un golpe o un palo o una situación de juego es fundamental. Y eso se logra tirando bolas y estando en la cancha todo el tiempo, no mentalmente. Nosotros, de chicos, dormíamos con el putter o con el guante puesto para sentir su olor. Como el apego que tienen los bebés a sus cosas. Hoy, en cambio, se desenchufan del golf y ya está. Antes de irnos a otro mundo tenemos que dejar algún legado, porque hoy no lo hay.
-Alguna vez comentaste que los triunfos de los jugadores de tu época producían un efecto contagio y pusiste el ejemplo de esas amigas que, cuando una queda embarazada, se embarazan las demás.
-Era un contagio lindo, algo siempre motivador. En su momento, cuando el Gato Romero venía de ganar, llegaba con un nuevo reloj y decíamos: “¡Qué lindo, quiero tener uno de esos!”. O el auto del Chino Fernández. Y entonces yo le metía y jugaba. No era envidia, si no que mirábamos lo que hacían los de arriba y nos motivábamos con sus triunfos. Siempre me cebé con lo material, porque nosotros nos criamos sin tener nada.
-Y hablando de ganancias, ¿qué pensás del LIV, la liga árabe conducida por Greg Norman que fue captando a muchos jugadores del PGA Tour?
-Es buenísimo, buenísimo, porque le movió el avispero al PGA Tour, que hasta entonces era lo máximo y hacía las cosas bien. Era el monopolio. Creo que el LIV le está haciendo bien al golf.
-¿Pero no te queda la sensación de que los millones de dólares árabes para tentar a los jugadores están distorsionando todo?
-Tal cual, pero para nuestra profesión es buenísimo. Para mí se van a terminar yendo al LIV tanto Rory McIlroy como Tiger. Esto quiere decir que en tu casa, el PGA Tour, las cosas no están en orden… más allá de la plata. El circuito norteamericano deberá hacer un trabajo muy grande para retener a los jugadores, porque algo malo hicieron, ¿eh? Si no, los jugadores se quedarían. Y los que se quedan, es porque le están dando plata por atrás. El PGA Tour siempre se jactó de que era la entidad más grande en donaciones para las instituciones, pero está claro que sus jugadores se sintieron desprotegidos. Van a tener que aprender de esto y replantearse varias cosas.
-¿Cuál es la mayor satisfacción que te dio el golf a lo largo de una carrera tan larga?
-La de ser un tipo correcto: el golf me hizo ser honesto y buena persona. Eso es lo que tiene este deporte. A los 8 yo era un pibe rebelde, sin objetivos, no tenía nada. Y de repente, empezar a respetar las reglas del golf me terminó educando para la vida, fue lo más grandioso que me pudo haber pasado.
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