Como otras figuras de diversos ámbitos, el ex número 30 del ranking de ATP se volvió un apasionado del deporte de los caballos y las bochas y ganó torneos junto a estrellas
“Nunca me sentí polista y sé perfectamente la diferencia entre un polista amateur y uno profesional. Por eso me defino más como ex tenista y empresario”, dice para LA NACION, a los 56 años, Marcelo Filippini, hoy un apasionado del polo luego de ser no sólo el mejor tenista de su país en su momento, sino también 30º del mundo. A esa competitividad que logró durante 13 años como profesional en el circuito ATP la aplica desde hace dos décadas y media al deporte de los caballos, que le mantuvo la adrenalina y le regaló grandes amistades. No es el primero que proviene de otros deportes y otros ambientes, claro: Gabriel Batistuta, David Nalbandian, Tommy Lee Jones, Sylvester Stallone, Mike Rutherford, Felipe de Edimburgo, el príncipe Carlos (hoy rey Carlos III), Walt Disney, Winston Churchill y varias otras celebridades a lo largo de los tiempos se vieron cautivadas por el juego de los caballos, los tacos y las bochas.
Filippini lo disfruta hoy y desde hace muchos años. Le gusta jugar de 1, llegó a tener 3 goles de handicap y ahora posee 2. Jugó en distintos lugares del mundo e hizo muy buenos amigos, como Eduardo Heguy. La amistad creció en Palermo, donde el back le mostraba los caballos. Luego se hizo habitual que el uruguayo fuera a jugar en La Pampa, donde se mezclaba con los integrantes del que para él era un dream team, aquel Indios Chapaleufú II de Alberto “Pepe” Heguy, Ignacio “Nachi” Heguy, Milo Fernández Araujo y, por supuesto, el propio Ruso Heguy. “Un día me agarró un taco y me lo rompió. «No voy a devolverte el taco hasta que marques. Si marcás todo el chukker, ahí puede ser que te devuelva el taco»”, cuenta Marcelo, citando a Eduardo.
Para el sociable ex número 4 que protagonizó 31 veces la Triple Corona, Filippini es “un gran amigo, fanático del polo. Monotemático, directamente”. Desde Sotogrande, donde está desarrollándose la temporada española de alto handicap local, el mayor de los hijos de Alberto Pedro Heguy cuenta más sobre una de sus tantas amistades en el deporte. “No sólo lo apasiona criar caballos, armar equipos y participar en torneos, sino que también sigue todo el polo del mundo y le gusta saber qué pasa”. Y, con esa complicidad que tiene con Marcelo, describe sin filtro al uruguayo: “Muy buen tenista y más o menos jugador de polo. Es más apasionado y entusiasta él que alto el nivel de polo que juega. Es una gran persona y un gran amigo desde hace muchos años. Hablamos muy seguido”.
“El Ruso siempre tiene comentarios muy divertidos. Y lo mismo le hago yo cuando jugamos al tenis. Quedate tranquilo: yo me defiendo ahí”, responde sonriente Filippini, para quien los comienzos en el tenis no fueron sencillos, aunque tuvo la determinación necesaria para cumplir sus objetivos. Dejó el colegio, previa visita al psicólogo, porque no le gustaba estudiar y sentía que lo suyo era el deporte de las raquetas. Su primera gira sudamericana y europea, a sus 16 años, transcurrió sin que ganara una sola etapa: el uruguayo terminaba disputando todas las copas de consuelo.
El temperamento frenaba su crecimiento. En su etapa de junior debió resolver algunos aspectos emocionales para no dilapidar sus condiciones tenísticas. Durante un partido por la última rueda de la clasificación de Roland Garros contra el austríaco Horst Skoff, una situación en el tercer set lo sacó de eje: el entrenador de su rival pasó a dar indicaciones con mayor frecuencia hasta que a Marcelo se le terminó yendo el partido. Perdió un game de saque en el tercer set estando 4 iguales y un punto al lado de la red. Acto seguido tiró a la calle la pelota, que pasó a escasos centímetros del juez. Le dijo: “Ahora sí me podés cobrar warning”. Ya sentado, recibió la respuesta del umpire: el uruguayo quedaba eliminado. “En ese momento no era consciente de que había perdido el partido. Después tuve que suplicarle al árbitro que no me echaran del torneo para que me dejaran jugar el dobles, para pagar mi hospedaje”. Al llegar al vestuario coincidió con el español Emilio Sánchez Vicario, ex número 7 del mundo, y éste le aconsejó: “Niño, niño, usted juega muy bien al tenis, pero si no se calma un poquito no va a poder jugar a este deporte”. Una enseñanza que le quedó grabada para siempre.
Ya para su primer año como profesional planificó una estadía de cinco meses en Europa, para la cual acordó alojarse en la casa de un uruguayo casado con una francesa. Todo el dinero que ganara sería para sus anfitriones, pero al décimo día de estadía, su compatriota se fue de vacaciones y le comunicó que debía buscar otro sitio para alojarse. No tenía opción. Con apenas 250 dólares en sus bolsillos, Marcelo decidió trabajar encordando raquetas, a un dólar cada una. Recaudó 25. De esos reveses que atravesaba en Francia no les contó nada a sus padres.
Pero su allegado uruguayo le había presentado a un francés y en el momento del sorpresivo desalojo le sugirió que lo contactara. “Laurent, necesito quedarme en tu casa un mes”, le dijo sin vueltas Marcelo al desconocido, y como a los padres de Laurent les parecía un ejemplo para su hijo, le dejaron permanecer al sudamericano. Primeramente, en Villeneuve-le-Roi, cerca del aeropuerto de Orly, y luego en un departamento de dos habitaciones en la Rue du Dragon, de Saint-Germain-des-Prés, París. No sólo lo hospedó Laurent: el francés es al día hoy uno de sus grandes amigos, y ambos mantienen contacto a diario.
Marcelo Filippini empezó con las raquetas a los 5 años. Era lógico: la suya era una familia de tenis, al punto de que su padre era profesor. Jugador de base, diestro. Revés de una mano. Hasta los éxitos de Pablo Cuevas, Marcelo Filippini fue el mejor uruguayo de la historia, con un buen saldo por Copa Davis: 40 éxitos, 35 caídas (31-22 en singles). En 1997 pasó a ser entrenado por el argentino Alejandro Gattiker. Y tuvo un cargo, vicepresidente, en el Consejo de Jugadores del ATP Tour. Buen tenista, y hombre inquieto, más allá de aquella aversión de joven por el estudio.
El balance de su trayectoria en el deporte blanco le da muy positivo. “No me arrepiento de nada, pero me habría gustado darle importancia a tener un entrenador fijo. Eso podría haberme cambiado la carrera sustancialmente. Cuando gané Atlanta [1997] estaba con el Colo Gattiker y me dijo que la meta era ganar otro torneo ese año. Los entrenadores son muy buenos en esos momentos, haciendo creer al jugador que puede ir a más”, analiza a la distancia quien ganó cinco trofeos de ATP en singles y fue 30º del ranking mundial y el único uruguayo que llegó a cuartos de final de un certamen de Grand Slam (perdió contra Andre Agassi en Roland Garros 1999). Además, resultó abanderado en los Juegos Olímpicos Atlanta 1996 y tuvo el mérito de vencer a gigantes del tenis.
Como Guillermo Vilas, a quien en la rueda inicial de Montecarlo 1988 derrotó por 2-6, 6-3 y 6-0. “No fue mi ídolo, pero era ídolo de todos los argentinos, y ganar ese partido fue importante. Mis familiares y amigos que habían ido a verme me decían “¡b..., le ganaste a Vilas!”. Y su historial contra el enorme Willy terminó 2-0. También recuerda con mucho orgullo su 6-2, 3-6 y 7-6 al sueco Mats Wilander en Bastad 1990 y su 6-2 y 6-1 al checo-estadounidense Ivan Lendl en Roma 1993. Además, protagonizó el game más largo de la historia de la ATP, en la primera etapa de Casablanca 1996: en aquella derrota por 6-2 y 6-3 contra el español Alberto Berasategui llegó a jugar 28 deuces.
Winner contra Sampras en 1992
En el año 2000, y tras conseguir otros tres títulos de campeón en dobles, se retiró en el Lawn Tennis de Montevideo durante una exhibición con Nicolás Lapentti, que un año antes había llegado a ser sexto del ranking. El ecuatoriano, muy amigo de él, le preguntó si necesitaba triunfar ante su gente. “Le dije que quería un buen partido de tenis y que no me importaba ganar. Comencé ganando bastante fácil, ya que él venía bastante cansado. En el tie break del tercer set él hizo todo lo posible para que yo ganara, y lo perdí”, rememora Marcelo. Que, tras su retiro, se dedicó a administrar una panadería que había comprado con su hermano y una estación de servicio, que mantiene en la actualidad. Luego entró en un desarrollo inmobiliario y con su padre le dio forma a una empresa de mantenimiento de jardines para barrios privados y casas particulares.
También, entrenó a su compatriota Cuevas, que llegó a ser 19º del ranking hace siete años, y al argentino Mariano Zabaleta, que fue el nexo para darse un gran gustazo polístico. Gracias a él conoció a Gerardo “Toto” Collardin, un viejo compañero de colegio del tandilense y también polista. En mayo del 2003 estaban en Roland Garros e iban a Chantilly a ver el Open de Francia de polo. Collardin jugaba por Talandracas junto a Juan Martín Nero y el patrón italiano Alfio Marchini, que durante la competencia se lesionó. Y allí estaba Filippini, en la tribuna. “¿Tenés pasaporte italiano vos?”, le preguntaron. Y asintió. “Bueno, mañana jugás con nosotros porque se lesionó Alfio”, lo conminaron.
“Fue un espectáculo jugar con Juanma esos cinco partidos. Recuerdo que estábamos jugando el partido del tercer y el cuarto puestos y uno me pegó un caballazo medio duro. Yo era muy nuevo en el polo; tenía 0 de handicap y poca equitación. Me calenté y en el último chukker les dije a mis compañeros: «¿Van a dejar que estos pen... nos pechen así y nos ganen? ¡A ver si se ponen las pilas!». Y entonces Juanma se puso las pilas y les pintó la cara. Siempre Toto y yo nos reímos mucho de esa anécdota”, recuerda Filippini, que atesora un hito de su trayectoria como polista: haber jugado con quienes años más tarde conformarían medio equipo del La Dolfina casi imbatible de 2011-2020.
Para el Abierto uruguayo de diciembre de 2003 en Montevideo, había acordado jugar con Juanma y Agustín Nero, pero este último dejó vacante su lugar porque debió volver a Trenque Lauquen. Entonces el back avisó a Marcelo que Pablo Mac Donough estaba en Uruguay y que tal vez aceptaría sumarse. “Lo convencí esa noche y al día siguiente estábamos jugando el Abierto uruguayo, que finalmente ganamos”, celebra el jugador amateur.
Paradójicamente, y siendo compatriota, no compartir aún una formación con David Stirling, otro crack que ganó todo en La Dolfina: “¡Por suerte! Así no me critica mucho, porque seguro tiene mucho para criticarme...”, ríe Filippini. “De Pelón puedo decir que es un orgullo para el polo uruguayo tener un representante como él, que además ha ayudado mucho a todos los que han intentado jugar profesionalmente”, agrega.
Como en el tenis, sus inicios en el polo no fueron muy alentadores. En diciembre de 1999, cuando Filippini aún era el 80º del ranking, se cayó de un caballo en una práctica en el campo de su cuñada y sufrió una fractura expuesta en la muñeca izquierda. Pero al igual que con las raquetas, se sobrepuso y armó con su hermano Gustavo su primer equipo en Los Morteros, club de Mercedes, Uruguay. Marcelo le aportó profesionalismo y organización a su hermano, y ya antes de retirarse del tenis venía comprando un caballo por año. Para 2001 tenía cinco.
En el polo encontró competitividad y volvió a experimentar lo que era interactuar en un equipo. Hincha de Peñarol, jugó al fútbol, pero prefirió no dedicarse profesionalmente. Se decantó por el tenis porque dependía de sí en una cancha. “Logré con el polo tener la adrenalina que tenía antes de un partido de tenis. Los nervios en el estómago para jugar un partido importante de polo, como en un Nacional de Handicap o un Abierto, son similares a los que sentía en el tenis. El tenis me dio la anticipación a lo que puede suceder y usarlo en favor. Por ejemplo, la organización”.
Además de compartir hoy tiempo en familia con su esposa, Raquel; su hijo, Juan Pablo (19 años), y su hija, Lucía (13), lleva adelante múltiples tareas como empresario, como la de ser brand manager de Familia Deicas, una marca de vinos de Uruguay. Su próximo plan es jugar al golf y ser presidente del Lawn Tennis montevideano. Pero esto puede esperar, ya que hoy por hoy Filippini integra la comisión directiva de Carrasco Polo Club. Siente, sin embargo, que no va a dedicar muchos años más al polo; tal vez un par.
“Mis familiares no me acompañan mucho al polo y entonces no es fácil la situación. A mí me gusta y sigo haciéndolo, pero me gusta la parte competitiva y los torneos que disfruto jugar son el Nacional de Handicap y el torneo de 14 goles de Young [la localidad de la que es oriundo Pelón Stirling], y a veces se complica la logística. Por eso vengo diciendo que me veo jugando dos años y no mucho tiempo más. Y ando en eso”, proyecta Marcelo Filippini, que luego de construir una gran carrera en el tenis se animó a un nuevo deporte que le dio adrenalina, competitividad y grandes amigos.
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