Seis años para esta alegría...
La gente acompañó a Chapaleufú desde temprano para gozar el 6° título; La Dolfina también tuvo su hinchada
Seis años. Demasiada, extrañamente larga espera para el cetro número seis . Hay que reventar Palermo para apoyar a esos hombres de blanco y rojo y apellido célebre que vienen castigados en el polo, cacheteados por la vida. A las cinco de la tarde hay que explotar para ayudarlos a volver al sitio que conocen bien: el más encumbrado del podio. Entonces, no está mal ir poblando las tribunas de Dorrego ya dos horas y media antes. Hay que conseguir un lugar cómodo para gozar los lujos de Bautista, la calidad de Marcos, la presencia de Horacito y la lucha del nuevo aliado, Mariano.
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Palenques de Libertador. Varias camisetas celestes y blancas y un par de banderas: "Trenque Lauquen: La Dolfina" y "Por siempre La Dolfina". Los cuatro subcampeones de Palermo tienen su grupo: los venidos del pueblo del oeste bonaerense, pago de los Merlos; los apasionados por el pasional Lolo Castagnola, y, claro, los admiradores -y las admiradoras- del as de espada, Cambiaso. El que, sorprendido por la cantidad, mira sonriente a los que se alegrarán con sus mismas alegrías y se entristecerán con sus mismas tristezas.
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Desde Dorrego se aprecia -se lamenta- los claros en las tribunas A, B y C. La depresión económica priva a una final de lujo del 100% del marco que merece. De este lado, en contraste, está todo vendido. Pero la gente prefiere las gradas del lado del tablero, en el costado más cercano al edificio que se ha plegado a la causa con, ¡oh, casualidad!, seis estandartes de la tabacalera que auspicia a Chapaleufú.
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La primera bola se echa a rodar a las 16.58.45. Y el primer gol, con el que Adolfito hace estallar a sus hinchas, exactamente un minuto más tarde. En una boca de acceso mira nervioso Héctor Merlos, papá de Pite y Sebastián, que es testigo de un "¡burro!" a Horacio Heguy cuando éste yerra increíblemente un gol. "¡Heguy amargo, pecho frío!", espeta la voz, quizás ignorante de que si hay algo que no son los Heguy es amargos y pechos fríos.
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Ahora, un tanto de Castagnola. Lo raro: en medio de la tribuna de Chapaleufú, un osado aplauso. Aislado, por supuesto, pero que en futuros goles ajenos encontrará eco aun ese lugar. "Uuuhhh", se escucha allí antes del cuarto chukker; es que el locutor acaba de anunciar que Cambiaso va a usar a..., Colibrí. Temor justificado: el crack convierte el tanto N° 12 del partido con el zaino petiso. "Colibrí...", se explica un simpatizante. "Colibrí... El último abierto que juega", ya añora otro, ¡también hincha de Chapaleufú!
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La diferencia que llegó a ser de cuatro para La Dolfina (14-10) pasa a ser de uno (14-13). Los Heguy, ni amargos ni pechos fríos, remontan de a poco. Termina el séptimo período, vuelve Cambiaso a sus palenques y varios le gritan "¡burro!", tal vez ignorantes de que si hay algo que no es Adolfito es burro.
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Hay alientos contenidos y gente de pie: llega el suplementario. El que obtenga el gol decisivo lo hará justo frente a su parcialidad. Aguerre ensaya el cogote de su vida y..., el banderillero lo autoriza a festejar. El atronador rugido de "gooool" convierte por segundos al Campo Argentino de Polo en uno de fútbol. Se terminó. Llegó el sexto título, tras seis años. Señoras y señores, los hinchas del polo y éste en sí sonríen hoy de nuevo: Chapaleufú es campeón. Valga la redundancia .
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