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Transitaba los cuarenta y..., gambeteando la nostalgia. Había hecho una patriada en Gaza, tierra de extremos, dirigiendo, y creando, el primer seleccionado de fútbol de Palestina. Un Estado que no es tal. El equipo de Arafat, como solía llamarlo, empató el domingo con Hong Kong. Fue su primer partido de la historia en las eliminatorias de una Copa del Mundo. Partido que él, un argentino con poca fortuna en su país, no pudo ver.
Ricardo Carugati murió el 7 de febrero en Zurich, en donde asistía a un seminario de la FIFA. Estaba considerado uno de los mejores entrenadores del mundo. Dirigía, desde el 23 de abril de 2000, el seleccionado de Jordania.
Vivía en Amman con Miriam, su mujer. Hace unos meses nació Bautista, el hijo de ambos. Lo llaman Batistuta, por la dificultad de pronunciarlo en árabe.
Ricardo no hablaba árabe, pero, entre los jugadores, se hacía entender en inglés o con señas. Sólo abrigaba un sueño: volver a Buenos Aires. Pero antes debía cumplir con un compromiso: hacer un buen papel en las eliminatorias del Mundial.
Estaba lejos de las reservas de Argentinos Juniors y de All Boys, en donde se formó, y de Guaraní, de Entre Ríos, en donde jugó en primera. Estaba lejos, también, del Racing de sus amores. Y del Deportivo Merlo, en donde trabajaba en las inferiores. Hasta que, en 1996, ganó un concurso de los Cascos Blancos de las Naciones Unidas, grupo que brinda asistencia humanitaria en regiones en crisis.
Y allá fue. A Gaza, ciudad de conflictos, siempre al borde del caos, de cuyo pavimento escaso fluyen los rencores entre palestinos e israelíes. Un mundo extraño, y fascinante a la vez, en el cual se sentía diferente, pero, al mismo tiempo, se hizo querer. "Los llevaré siempre en el corazón", dijo antes de partir.
Estaba entusiasmado en Jordania. Era alto, de mirada clara, sonrisa fácil y oído generoso. Un amigo, confieso. Humilde como pocos. Exigente en la cancha, pero también comprensivo.
Tenía todas las de ganar en el partido más peleado de todos: la vida. Con Miriam y con Batistuta en el equipo. El corazón vino a jugarle una mala pasada en Zurich, cuando asistía a un congreso de la FIFA. Justo a él, puro corazón. Algo tan incomprensible, e inaudito, como un gol en contra.




