¿A qué llamamos desempleo? Lo que plantea el caso Toyota
¿Cómo es posible que la fábrica de automotores no haya podido conseguir 200 jóvenes con estudios secundarios completos que estuvieran dispuestos a trabajar en la empresa?
Si durante el primer trimestre de 2021 una de cada 10 personas que buscaban trabajo no lo consiguió y si nada indica que esta realidad haya mejorado desde entonces, ¿cómo es posible que la fábrica de automotores Toyota no haya podido conseguir 200 jóvenes con estudios secundarios completos que estuvieran dispuestos a trabajar en la empresa?
Al respecto consulté al estadounidense George Pratt Shultz (1920-2021), quien vivió más de 100 años, al igual que Ronald Henry Coase, William Dyer Grampp, Adolph Lowe y Paul Patrick Streeten. Fue profesor en el MIT y en la Universidad de Chicago, especializándose en economía laboral, antes de ser secretario de Trabajo, del Tesoro y de Estado, bajo las presidencias de Richard Milhous Nixon y de Ronald Reagan. Salió indemne del escándalo Watergate, resistiendo la presión de Nixon para que la IRS (el equivalente americano de la DGI) persiguiera a sus adversarios políticos.
–¿Cómo vivió su paso de Chicago a Washington?
–Cuando pasé de la academia a la función pública, pensé que estaba abandonando mi rol como economista profesional, pero rápidamente advertí que no podía alejarme del análisis económico: los hábitos de razonamiento continuaron dentro de mí, de modo que me convertí en un economista con responsabilidades ejecutivas. En la cátedra uno plantea las cosas como mejor le parece, mientras que en el gobierno hay que adoptar soluciones de compromiso. Tuve que desarrollar una “paciente impaciencia”. Los economistas estamos acostumbrados a tener en cuenta los desfases; los políticos quieren resultados inmediatos. Los desfases de los economistas son la pesadilla de los políticos.
–¿Qué surge de su experiencia como funcionario?
–Tener buenas ideas es solo el comienzo. La vida es interdisciplinaria. El Consejo de Asesores Económicos no está para asesorar al pueblo, sino al presidente de los Estados Unidos. Cuando fui secretario de Trabajo no incorporé a mi equipo a un asesor de sindicalistas, sino a un sindicalista. Cuando fui secretario de Estado, contra lo que pensaban en el Ministerio de Defensa, consideraba que los rusos tenían todo tipo de debilidades, en el plano alimenticio, de la salud, etcétera. Cuando visito cualquier país, a los nativos les pido que me muestren algo de lo cual se sientan orgullosos. En la función pública soy partidario de la jardinería: quien siembra las semillas, se va por seis meses y vuelve, encuentra malas hierbas; mientras que quien todos los días lo mantiene, ve florecer lo que plantó.
–La desocupación de mano de obra nació como preocupación de los gobiernos en la Gran Crisis de la década de 1930.
–Es difícil identificar la desocupación en una economía agrícola de subsistencia. ¿Cuál era la tasa de desocupación en la Antigua Grecia, o en la Edad Media? En Inglaterra no había seguro de desocupación, pero sí Leyes de Pobres. Recién con la Revolución Industrial, con empresas nítidamente localizadas, con horarios de trabajo fijos, etcétera, se comenzó a hablar de desocupación; pero no como objetivo general de política económica.
–¿Por qué no?
–Porque, aunque mirado con ojos de hoy resulte inverosímil, durante el siglo XIX muchos países desarrollados solucionaron sus problemas de desocupación invitando a emigrar a quienes no conseguían trabajo. Dicho siglo registró gran cantidad de migraciones, incluso de los países más avanzados de la época, como Gran Bretaña. Pero en la década de 1930 esto fue imposible, porque la crisis fue mundial y, por consiguiente, la absorción de los países receptores fue nula.
–¿Sobre qué base se califica a una persona como desocupada?
–Buen punto. La desocupación que importa, desde el punto de vista de las políticas públicas, es la desocupación involuntaria. Ni los bebés ni la mayoría de los mayores de 90 años trabajan, pero sería una tontería contarlos como desocupados, porque ninguno de ellos quiere trabajar. John Maynard Keynes propuso una definición nítida: un desocupado es involuntario cuando no encuentra trabajo al salario vigente.
–Contra la idea de desempleo involuntario se alzó la idea de desocupación como fenómeno de equilibrio.
–No descarto que haya personas que en cierto momento decidan no trabajar, viviendo de sus ahorros y esperando una mejor oportunidad. Pero no exageremos porque, como bien ironizaba Franco Modigliani, con ese criterio deberíamos pensar que durante la década de 1930 a la humanidad le agarró una epidemia de holgazanería; una estupidez.
–Lo consulto porque en la Argentina sorprendió la coexistencia de una tasa de desocupación de 10% de la fuerza laboral, y una empresa multinacional que no consiguió jóvenes que quisieran prestar servicios laborales. ¿Qué puede estar pasando?
–Hizo bien en plantear la cuestión en estos términos, porque ignoro los detalles, así que no puedo aseverar qué es lo que está pasando. Siempre es riesgoso aventurar una respuesta general frente a un caso específico. De cualquier manera, cabe preguntar: la referida empresa, ¿publicitó de manera masiva la convocatoria? ¿Ofreció una remuneración atractiva? ¿Qué condiciones laborales planteó en cuanto a horario, traslados, etcétera?
–¿De qué habla? ¿Cómo es que aparece una de las pocas empresas que demanda trabajo y los desocupados no se lanzan en masa, estando dispuestos a trabajar por algo, que siempre es mejor que nada?
–Calma, no se ponga así. Descontemos que la convocatoria estuvo bien hecha, pero, ¿cuántos de los jóvenes que terminaron el secundario prefieren continuar sus estudios en vez de iniciarse en el mundo del trabajo? Por otro lado, ¿qué ingresos informales generan hoy los postulantes, a los cuales deberían renunciar?
–Me estoy desorientando.
–No, está pasando del simplismo de los números agregados a la heterogeneidad de la realidad. En la Argentina no existe pleno empleo de la mano de obra, pero el caso Toyota sugiere que hay que desagregar las estadísticas de desocupación, en función de nivel educativo, localización, etcétera, corrigiéndolas además por el hecho de que quien trabaja en el sector informal de la economía, o recibe algún tipo de ayuda social, no tiene ningún incentivo a decirle la verdad al encuestador del Indec.
–Lo cual cuestiona la conveniencia de disminuir la tasa de desocupación a través de políticas keynesianas, como el aumento de la demanda agregada de bienes.
–Así es. El caso Toyota apunta a la dificultad de conseguir mano de obra con ciertas calificaciones. En el actual contexto político, la otra razón por la cual las políticas expansivas podrían no generar los efectos deseados es que los empresarios decidieran no demandar más personal, tratando de aumentar la producción con el que ya cuentan, porque no están seguros de la duración de la reactivación y de la futura imposibilidad de desprenderse del personal sobrante.
–Don George, muchas gracias.
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