Los incendios en áreas que brindan servicios ambientales esenciales demandan un replanteo de los modos de producción
Desde hace varios días asistimos con preocupación al avance de los incendios en el Amazonas y en otros biomas tropicales y subtropicales de Brasil, Bolivia y de Paraguay. Sus causas son atribuidas a la quema y a limpieza de campos que habían sido previamente deforestados para pastaje y agricultura, coadyuvados por la falta de lluvias probablemente agravada por el cambio climático.
Según un mapa de la NASA que muestra las emisiones de dióxido de carbono (CO2) del 9 al 22 de agosto, en lo que va del año las quemas representaron 228 megatoneladas de CO2 equivalente, lo cual significa un incremento significativo de la concentración de gases efecto invernadero (GEI) y aerosoles en la atmósfera causantes del cambio climático.
Se estima que, para contrarrestar estas emisiones, se deberán fijar 65 megatoneladas de carbono, lo cual exigirá aumentar el secuestro de carbono en los suelos de entre 90 y 130 millones de hectáreas.
De acuerdo con un reciente estudio de IPCC dedicado al Cambio Climático y la Tierra, la agricultura, la ganadería y los cambios de uso de la tierra son responsables solamente del 23% de las emisiones netas antrópicas de GEI en el nivel global. En países menos industrializados con importante actividad agropecuaria como la Argentina, las emisiones llegan al 27%, más un 21% adicional por cambios de uso de la tierra (Inventario Argentina 2017). De todas maneras, no hay que dejar de señalar la baja importancia relativa de nuestro país en la emisión global, que no llega al 1 por ciento.
Es importante enumerar y explicar sucintamente cuáles son las consecuencias directas de los incendios y de la deforestación, y de qué forma contribuyen a agravar el cambio climático.
- Pérdida directa de vegetación boscosa y comunidades vegetales asociadas, y de los almacenes de carbono que contienen.
- Pérdida de hábitats de vida para muchas poblaciones indígenas y originarias.
- Pérdida de biodiversidad, o sea la riquísima flora tropical, fauna autóctona, hábitats de mamíferos, aves, insectos, reptiles, microrganismos, y muchos imaginables etcéteras.
- Cambios en los flujos de calor y vapor de agua entre la tierra y la atmósfera, y en el régimen de los ríos. Ello se atribuye a la desaparición de la vegetación perenne y el aclaramiento del color de la superficie terrestre, generando disminución de lluvias y mayor calentamiento a nivel local.
- Cambios en el clima de otras regiones (efectos remotos) por impactos de la deforestación en la circulación general de la atmósfera. Se ha atribuido a la deforestación de los trópicos cambios en el clima de latitudes más altas, de climas más fríos (IPCC 2014).
Diferentes estudios nos indican que, si no optamos rápidamente por sistemas de producción más sustentables, que disminuyan o minimicen el impacto en emisión de GEI y en uso de agua dulce y el desperdicio de alimentos en la cadena de distribución comercial, podemos sobrepasar el punto de no retorno en la vida en la Tierra, con aumentos promedio de temperatura que sobrepasarán los 2°C (IPCC 2015). Aún es posible hacerlo si nos lo proponemos.
Ante la creciente demanda de productos agrícolas y la consecuente presión sobre los recursos suelo, agua y aire, la alternativa es producir más y de manera amigable con el ambiente y la sociedad en las tierras que ya están bajo cultivo. La intensificación sustentable de la agricultura, incluyendo el uso de prácticas correctas de manejo de suelos y cultivos validadas científicamente, es una vía posible para satisfacer las demandas reduciendo externalidades negativas
Hoy contamos con información y tecnologías suficientes para aumentar la producción de alimentos sobre las hectáreas ya productivas, sin necesidad de avanzar sobre ecosistemas más vulnerables y/o formaciones boscosas. En la Argentina, la adecuada utilización de los insumos (genética, fertilizantes, fitosanitarios, etcétera) y de las prácticas de manejo (siembra directa, rotaciones, entre otras) nos permitiría aumentar la producción de granos en 25 millones de toneladas en la misma superficie que hoy producimos.
En síntesis, la práctica de deforestación debe ser eliminada totalmente, dado los perjuicios que genera en el clima global y en la biodiversidad. Las prácticas de quemado deben ser limitadas a aquellas situaciones en que resulta absolutamente esencial y se hace en condiciones controladas. El sector agropecuario puede contribuir significativamente a mitigar el cambio climático, capturando dióxido de carbono de la atmósfera y almacenándolo como biomasa en bosques y pasturas, o carbono estable en la que es la principal reserva de carbono del planeta: el suelo.
El autor es director del Instituto de Investigación de Suelos del INTA. Con la colaboración de los investigadores Gerardo Rubio, Fernando García y María Fernanda González Sanjuan
Miguel A. Taboada
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