
Con sus tallas de curupí, Juan de Dios Mena retrató con singular belleza al hombre de tierra adentro
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Cincuenta kilómetros al norte de Rosario se alza la población de origen español más antigua de América del Sur: el histórico Puerto Gaboto. Fundado por el conquistador Sebastián Gaboto como Fuerte Sancti Espíritu en 1527, nunca dejó de ser un pueblo chico. En ese lugar nació, en 1897, Juan de Dios Mena, en un rancho con techo de paja. Desde chico, como otros de su condición, tenía afición al manejo del cuchillo, a la que él agregaba la de hacer versos, aficiones que curiosamente iban a marcar su vida.
Mena fue un bohemio que conoció desde joven los fogones y las guitarreadas, donde se habrá fogueado su vocación de artista. Trabajó como peón y capataz, y paralelamente fue un ávido lector que también quería escribir. Eso lo llevó a colaborar con revistas literarias de Rosario, hasta que en Buenos Aires consiguió trabajo en la revista Nativa, donde escribía Ricardo Rojas y estaba vinculada con artistas plásticos como Quirós, Fader o Malanca, que eran comentados o comentaban en sus páginas.
Ese rico ámbito cultural seguramente habrá influido en el fértil espíritu de Juan de Dios. Pero Buenos Aires no le gustaba y un estanciero que era corresponsal de Nativa en el Chaco se lo llevó a su tierra, a trabajar de "bolichero" en un bar y de capataz en sus campos. De regular estatura, moreno, de rasgos un tanto acriollados, con pelo frondoso y barbita, el físico lo ayudaría en esos menesteres.
En 1932, estando en el campo, un arriero le regaló un lindo palo de guayaibí "para que se hiciera un bastón criollo". Mena empezó a trabajar con un cortaplumas la punta gruesa del palo y le salió la cabeza de un paisano. Y así comenzó a tallar y nunca más se detuvo. Siempre autodidacta, su trabajo, que al principio era una diversión, evolucionó hasta alcanzar una expresividad asombrosa. Llegó a hacer unas quinientas piezas, de pequeño porte y en madera de curupí, hoy dispersas por el mundo.
Un artista cabal
Aunque en su época lo catalogaron como artesano, fue un verdadero artista, que representó como nadie al hombre del Chaco y al criollo argentino en general. Si con alguien se puede encontrarle semejanzas es con Florencio Molina Campos, contemporáneo suyo y que como Juan de Dios retrató con humor el cuerpo y el alma de la gente humilde de "tierra adentro" que ambos conocieron de cerca. Y aunque Mena siempre caricaturiza con simpatía a sus modelos, a diferencia de Florencio algunas veces refleja situaciones o estados de ánimo no tan risueños.
Retrató en sus tallas a toda la fauna humana en las actitudes más diversas, el hachero, la cebadora de mate, la pareja bailando, el borracho, el juez de paz, el guitarrero, el cura, con originalidad notable. Cada personaje es singular y provoca asombro, gracia o emoción.
Mena participó de la vida cultural de Resistencia y con su amigo el inefable Aldo Boschietti hicieron El Fogón de los Arrieros, en la vieja casa de Aldo y después en un edificio que consiguieron, quizá la peña cultural más famosa del interior.
Cuando Juan de Dios enviudó se quedó a vivir en el Fogón, en el que Aldo, que era el verdadero creador y alma máter, lo designó como "capataz", reservándose para sí mismo el menos comprometido cargo de "peón". En ese lugar vivió diez años, hasta su muerte. Allí no sólo oficiaba de "capataz", sino que realizó muchas de sus mejores tallas, pintó cuadros y siguió escribiendo poemas. Y también colocó en la entrada su frase: "Desensille, haga noche, pero no se aquerencie".
Mientras tanto, sus piezas se habían hecho conocer y fueron expuestas en Europa y en Nueva York, aunque los intermediarios nunca le pagaron mucho y siguió viviendo como un bohemio. Hasta que en 1954 se enfermó en un viaje a Mendoza y después falleció en Rosario.
Obra reconocida
Su obra se dispersó en muchas colecciones privadas, pero parte de ella puede verse en El Fogón de los Arrieros, de Resistencia, y en la Casa del Mate, de Posadas. Unas penúltimas palabras para sus maravillosos Cristos. Mena, que no era creyente, esculpió varios Cristos invalorables, siempre en el estilo de sus demás tallas. El decía que representaba "al Cristo hombre, al que todos llevamos adentro". Uno de ellos forma parte nada menos que de la colección privada de arte de Picasso.
Nos despedimos de Juan de Dios y de sus tallas, o "tapes", como él los llamaba, con aquella estrofa de la "Zamba del imaginero", que le dedicaron César Isella y Gustavo "Cuchi" Leguizamón: Cuando el vino nombrador/ recuerda a Juan de Dios Mena/ su memoria en mi guitarra/ es de sonido y madera/ y el árbol que no lo olvida/ lo busca en la primavera.
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