En el Valle de Río Negro lograron picos de 6400 kilos por hectárea en la oleaginosa, 8000 kilos en trigo y hasta 15.000 kilos en maíz; la importancia del riego, el ambiente y un manejo integral
En el desierto del norte de la Patagonia, un grupo de productores hacen historia con su trabajo. Desde hace varios años que, en el Valle de Río Negro, comenzaron un trabajo conjunto para mejorar sus sistemas productivos y desafiar las brechas de rendimiento con resultados que han marcado un hito para la región en los últimos años. Con la implementación de prácticas innovadoras, como el ajuste de métodos de riego y el desarrollo de cultivos adaptados genéticamente, lograron hacer frente a las condiciones adversas de suelo y clima. El año pasado, por ejemplo, alcanzaron un rendimiento histórico en la producción de soja para la zona.
Este éxito tiene un nombre y una historia: La Chacra Aapresid Valles Irrigados de Norpatagonia (VINPA), cuyo nacimiento en 2011 marcó para sus integrantes el inicio de una nueva etapa en sus establecimientos productivos, y que demuestran el potencial de rendimiento de la zona. En diálogo con LA NACION, Alfonso Cerrota, responsable Técnico de Desarrollo de la Chacra, explicó: “La chacra forma parte de un sistema que tiene la organización, el cual reúne a productores con explotaciones similares entre sí para potenciarse, realizar evaluaciones y experimentación a campo que puedan servir para resolver las adversidades que se van presentando en los sistemas productivos”.
En este caso, una zona que comprende todo el valle del río Negro, que si bien cuenta con explotaciones agropecuarias desde hace años, está muy poco desarrollada. En pos de cambiar esto, seis productores de la zona se unieron con el apoyo de Aapresid. “La chacra forma parte de un sistema que tiene la organización, el cual reúne a productores con explotaciones similares entre sí para potenciarse, realizar evaluaciones y experimentación a campo que puedan servir para resolver las adversidades que se van presentando en los sistemas productivos”, agregó.
En total, el grupo abarca unas 4000 hectáreas donde cultivan soja, maíz, trigo, cebada, entre otros cultivos. “Hace 10 años no se sembraba trigo en la zona y hoy un rendimiento de 8000 kilos es alcanzable”, señaló. “El maíz también, cuando comenzamos, quizás estaba en rendimientos de 8000 o 7000, y ahora se estabilizan en 15.000. La tendencia está mejorando la técnica”, comentó.
En la campaña 2022/23, en el establecimiento Kaitaco, ubicado a 50 km al noroeste de la ciudad de General Conesa, uno de los que forma parte de la chacra, se obtuvieron rendimientos en soja de lote de hasta 5600 kilos por hectárea, con picos de hasta 6400 kilos por hectárea en muestreos manuales, un récord para la zona.
La idea es mejorar cada vez más. Por eso, indicó, que hacen reuniones virtuales y presenciales, y constantemente se están realizando experimentos a campo y prácticas para mejorar alguna técnica, ya sea de cobertura, materiales o diferentes prácticas agronómicas. Se evalúan y presentan los resultados.
Región
Los ejes de acción se enfocaron en la generación de información y conocimiento acerca de estrategias de manejo, incluyendo el ajuste de prácticas de riego, desarrollo y testeo de genética de cultivos adaptada a la zona.
El potencial de rendimiento en la zona es muy bueno, y con el uso del riego este potencial se incrementa notablemente. Por ejemplo, se pueden alcanzar rendimientos de hasta 15.000 kilos en maíz, 4000 kilos en soja, 7000-8000 kilos en trigo, y 7500 kilos en cebada.
Entre los beneficios de la zona que contribuyen a este potencial se encuentran los altos niveles de radiación solar, la calidad y cantidad del agua de riego proporcionada por el Río Negro y, en algunos casos, el Río Colorado, y las temperaturas moderadas que son adecuadas para la producción de cualquier cultivo.
Una de las dificultades o complejidades más importantes que tienen son los excesos de cobertura. Indicó: “Con estos buenos rendimientos que tienen se generan altos niveles de biomasa. Por lo tanto, con inviernos fríos y de bajos niveles de descomposición, se llega al cultivo sucesor con gran volumen de cobertura y problemas de implantación”.
Otra de las cuestiones clave que posibilitaron las mejoras de los rendimientos, teniendo en cuenta uno de los desafíos como se indicó, es los altos niveles de residuos por la baja descomposición que hay en el invierno. Entonces tuvieron que trabajar en la mejora. Por ejemplo, empezaron a trabajar en extraerlos en forma de rollo parcialmente para integrarlo al sistema como forraje a la hacienda.
También otro aspecto negativo de la zona o que les representa un desafío es que son suelos “frágiles”, es decir la falta de materia orgánica y el “pobre desarrollo que tienen”. Por lo tanto, comentó: “Siempre que los productores parten de una situación inicial, tienen que empezar a generarlos y recién después de dos o tres campañas se empieza a generar suelo”.
“El desafío más grande es estabilizar los rendimientos para poder tener resultados similares campaña tras campaña, porque varían”, afirmó. Para ello la elección de germoplasma es un punto importante, es decir, con ciclo y fecha de siembra para encontrar variedades e híbridos que sean estables en la zona. “Se van encontrando variedades que funcionen bien en soja, con un grupo de madurez que se adapte a la ventana ambiental. En el caso del maíz, la elección de híbridos y el manejo de la fertilización son cruciales. Lo mismo ocurre con el trigo, donde la elección de variedad y la fertilización son aspectos clave”, dijo.
La fertilización y el uso de herbicidas son similares a otras zonas de producción. En cuanto a la fertilización, se ajusta según el rendimiento objetivo, utilizando altos niveles de nitrógeno, zinc y otros micronutrientes. Se caracteriza por producciones de alto nivel de insumos, siempre con el objetivo de buscar la sustentabilidad del sistema y la estabilidad en el tiempo.
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