"Vengo puramente a servir a la Patria y a los intereses de América", dijo San Martín al llegar a Buenos Aires en marzo de 1812. La peligrosidad del enemigo realista inspiró al Triunvirato a solicitarle a San Martín la organización del Regimiento de Granaderos a Caballo. Fue creado el 16 de marzo de 1812 y se le confirió el grado de Teniente Coronel de Caballería atendiendo a sus méritos y servicios.
José M. Paz cuenta en sus memorias, que "hasta que no vino San Martín nuestra caballería no merecía ese nombre". Tuvo una trayectoria luminosa. El soldado tenía que ser un hombre valiente, honorable y desinteresado. Tomaba un recluta y los disciplinaba hasta ponerlo en pie de guerra. Un granadero sobre su caballo se consideraba invencible en el campo, en el llano o en el agua. Afirmaba que el soldado se formaba en los cuarteles.
Sarmiento dijo "es el gaucho...un árabe que vive, come y duerme a caballo...y San Martín transformó a ese al gaucho en granadero y lo perfeccionó como guerrero". Le enseñó a manejar el sable estando montado a caballo o a pie. "De esos gauchos formó...un regimiento a la europea, añadiendo a las dotes de equitador más osado del mundo, la disciplina y la táctica severa de la caballería del Imperio". Y como decía Estanislao del Campo "capaz de llevar un potro a sofrenarlo en la luna".
El granadero era el que arrojaba la granada con la mano. Se dice que su origen viene del ejército francés donde al principio tuvieron escasa reputación. Portaba un saco llamado granadera que contenía proyectiles de hierro. En tiempos del rey Luis XIV adquirieron mayor estima formando un cuerpo de elite. Eran hombres de sobresaliente talla, robustos y valientes. Los adoptó Napoleón y fueron imitados por otras potencias europeas. Para formar el Regimiento, los vecinos aportaron los caballos más mansos y veloces que le darían en los combates, poder de choque. Otros donaron dinero para comprarlos y se los confiscaron a quienes estaban en contra de la libertad americana.
Mansilla dijo que San Martín fue el militar que más se preocupó del cuidado de los caballos. Instruyó y organizó a sus granaderos en la atención y manutención de los animales, preparación de monturas e instrucción en la equitación. Él mismo los seleccionaba, por su fuerte y armoniosa musculatura, su mirada vivaz. Tenían que tener una alzada de 1,45 metros, de costillar amplio. Debía combinar el temperamento fogoso con la mansedumbre, para poder permitir con seguridad y destreza los diferentes aires de marcha y tener movimientos ágiles en el campo de combate, para darle al soldado libertad en el uso de sus armas.
Estaban marcados con una R, Caballos del Rey, (reyunos), antecesores de los criollos, que se los identificaba, cortándole una oreja o parte de ella. Era importante que pueda montar y desmontar y si era necesario cargar a otro jinete en el anca. El caballo compartía con el soldado la fatiga de la guerra y la gloria de los combates. El animal ve el peligro y lo afronta, se acostumbra al ruido de las armas, se doblega bajo la mano del que lo guía. Como concluyó Guillermo Lerma en su libro Nuestro Caballo de Carreras: "El caballo es una arma...y debe conservarse bien templada".
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