
En la voz de Eduardo Viglietti, revive el espíritu criollo
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"Pase nomás cualquier día/ que en esta ciudad pujante/ se va llevar por delante/ una vieja pulpería./ Ha de ver artesanías/ ruedas, armas, un cañón, las rejas y hasta un fogón/ mate, tortas, un paisano/ en un lugar campechano/ que es orgullo y tradición."
La voz del recitador llega hasta la calle, acariciando el verso para mezclarse en el agresivo concierto del tránsito ciudadano. De repente, apenas superada la esquina de Moreno y Olazábal en un céntrico barrio marplatense, la rueda de un viejo carro, cierra y a la vez es portada de un sombreado espacio. El letrero que corona el portal nos habla de un patio gaucho donde lucen viejas mesas de madera rústica y sobran algunas sillas de plástico blanco y verde que poco tienen que ver con la vida gaucha. Al fondo, asoma la Pulpería de Zoilo con la clásica reja, "contra los malos intentos".
La voz de Eduardo César Viglietti ya no dice su verso y su saludo -"pa´ lo que guste mandar"- introduce a La Nación en un moroso diálogo, por el que van desfilando etapas distintas que lo llevaron al presente -"libre, bohemio pobre y feliz"-.
"El pago en que nací -General Pirán- fue siempre tierra de gauchos y no cambió demasiado. Debo reconocer, sin embargo, que mi familia de gaucha tenía muy poco. Mi padre, oriundo de la zona, era farmacéutico; mi madre, nacida en Morón, concertista de piano. El proyecto familiar me indicaba el Colegio Militar; el mío la escuela de aviación. Distintas circunstancias los frustraron. Quizá por eso descubrí una bohemia que poco a poco hizo de mí El Gaucho Viglietti, verseador, amante del caballo y de una vida en la que la tradición es comienzo y final de una larga y trabajada trayectoria. Hice de todo, desde ingresar en la Facultad de Veterinaria -que abandoné al poco tiempo- hasta ser nutriero, bolsero en la cosecha de papa, esquilador, resero, amansador de caballos y... pescador de altura. También en un momento supe trabajar la tierra."
En cada uno de los oficios de El Gaucho Viglietti hubo una constante: el verso criollo. Cada momento que vivió, lo prolongó en décimas, milongas y coplas, que su mujer, Anita Balké, guarda con esmero.
Si bien calcula que hay versos y cantos para más de cuarenta libros solamente tiene uno publicado; es un manual en verso que describe las tareas del campo e indica cómo realizarlas. Lo editó la Municipalidad de Vidal y su extraño título es "Hijo no áres de noche, así trabajame el campo".
Hoy, la Pulpería de Zoilo, a cuyo frente está el pintor Roura, un pelirrojo con presencia de vikingo, es su escenario preferido como lo es el patio criollo en su conjunto.
"Además, trabajo el cuero, pero no al modo tradicional criollo. Con napa fina, muy bien curtida, elaboro cuadros cuyos motivos son escenas camperas, con el caballo, el gaucho, la llanura, como protagonistas. Debo reconocer que quienes más aprecian estas obras son los extranjeros que suelen acercarse a la Pulpería de Zoilo a probar locro, a tomar una caña o a descubrir qué es el mate, los pasteles y las tortas fritas."
¿Qué más puede pedir un viejo gaucho?, dice mientras entona una décima como cierre de la entrevista: " La Nación , agradecido/ por su gentil atención/ lo digo de corazón/ jamás lo hago por cumplido/ pero estoy comprometido/ y aprovecho la bolada/ con la décima rimada/ abusando su confianza/ como un canto de esperanza/ en mi patria tan amada".




