
Vigencia del héroe de historieta más famoso de la Argentina
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El argentino más noble, generoso y entrañable, el que -como Diógenes con su linterna- buscan en este momento muchos con afán, es fácil de encontrar.
Se lo puede reconocer por su poncho, sus pantalones arremangados y su pluma. También por su lenguaje inconfundible, resonante de expresiones tan suyas como ¡ahijuna!", "¡canejo!" o "¡huija".
Cuando está en Buenos Aires, se hospeda en el hotel del francés Pierre. También es posible encontrarse con él en su pago natal, allá en las tierras patagónicas, donde galopa montado en su velocísimo caballo Pampero. Pero el lugar donde estuvo y estará siempre es aquel en que haya que defender una causa noble.
Argentino por donde se lo mire, pertenece a la noble estirpe de los primeros pobladores de la Patagonia, los legendarios indios tehuelches. Sus costumbres son gauchas, sus virtudes cristianas y su mayor defecto la ausencia de una mínima dosis de sensatez que limite su excesiva bondad.
Dotado de una increíble fuerza física, que sólo utiliza para salir en defensa de los débiles, representa la antítesis del egoísmo y simboliza las virtudes del hombre de campo arquetípico.
Alguno preguntará: ¿pero existe acaso un argentino semejante?
Habrá que contestarle que este indio, de nombre Patoruzú, no habita las regiones de la vida real, sino las de ese mundo de imaginación que surge de la historieta, ese arte popular del siglo XX.
En su "Vida de Don Quijote y Sancho", Miguel de Unamuno sostenía que un personaje ficcional podía tener más entidad histórica e influir más en el alma de un pueblo que muchos próceres de carne y hueso.
Exagerado o no, nadie negará que los míticos Don Quijote o Don Juan Tenorio resultaron tan trascendentes para el pueblo español como cualquiera de sus verídicos y corpóreos reyes o políticos.
¿Por qué desdeñar, entonces, la valiosa amistad de este héroe simple, sencillo, pletórico de un limpio y sabroso sentido de humor criollo, que durante seis décadas acompañó en tantos momentos a tanta gente.
Superior en humanidad y frescura a la mayoría de los superhéroes de comic, parecía también más auténtico, pues no tenía, como Superman o Batman, una doble personalidad.
Superhéroe gaucho
El secreto del inigualable éxito de este personaje está en una sola palabra: talento. El de un dibujante de trazo maravilloso que deslumbró desde el principio por todo el caudal de movimiento y expresividad encerrados en cada pequeño cuadrito de la historieta.
"El talento de historietista de Quinterno -escribió el especialista Rodríguez van Rousselt- se manifestó en los temas y en el dibujo. Su galería de villanos sólo puede compararse, por su variedad, con la de Dick Tracy y los guiones están escritos con una redondez que sólo aparece en los grandes caracteres de la historieta."
Quinterno, que tiene ahora 93 años, cultivó siempre un perfil bajo y casi nunca concedió entrevistas periodísticas. Su talento creador y su adicción al trabajo fueron inversamente proporcionales a su exhibición pública.
El Walt Disney argentino, que creó una empresa en la que llegaron a trabajar más de cien personas, tuvo, toda su vida, según refirió su hijo Walter, tres libros de cabecera de los que nunca se separaba: La Biblia, el Quijote y el Martín Fierro.
Discípulo del célebre dibujante Diógenes El Mono Taborda, empezó a publicar historietas a los 14 años.
En 1928, en el diario Crítica, y como personaje secundario de la tira Aventuras de Don Gil Contento, apareció por primera vez Patoruzú, originalmente llamado Curugua-Curiguagüigua
En 1935, el cacique ya era protagonista de una tira en el diario El Mundo y al año siguiente Quinterno edita el primer número del mensuario Patoruzú, que en mayo de 1937 (N° 7) se vuelve quincenal y más tarde semanal.
Durante la década de los 40 y los 50, las revistas de Patoruzú llegaron a vender la cifra, hoy asombrosa, de 400.000 ejemplares.
Héroe popular
Ya desde el primer cuadrito de la tira donde se presentó por vez primera, el indio se ganó la simpatía de todos.
"Aparecía como un indio ingenuo y bonachón que, al llegar a la próspera Buenos Aires de los años veinte, se asombraba de todo lo que veía en la ciudad."
Era el hombre de campo que representaba los valores del interior del país y se topaba con la urbe moderna, encarnada por su ahijado, el farrista, holgazán y timbero Isidoro Cañones.
Como comentó la escritora venezolana Parisina Malatesta, Quinterno, con la suma de la antítesis entre padrino y ahijado, "marcó una dirección hacia el equilibrio al que aspiran los argentinos: la unión del país".
Carlos Cossini, integrante de la editorial Universo, fundada por Quinterno, recuerda que el dibujante nunca dudó de que la reserva moral del país estaba en el campo: "Fue siempre un patriota visceral y creyó y cree como nadie en las posibilidades del pueblo argentino para superar las contrariedades de los avatares históricos".
"Al galopar sobre su fiel Pampero -añadió- Patoruzú despierta a los que creen que todo está perdido".





