El primer propietario de estas tierras, el general Eustoquio Díaz Vélez, obtuvo una concesión enfitéutica de veinte leguas cuadradas en lo que hoy es el partido de Tandil
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El nombre de esta estancia es un toponímico surgido cuando el paisaje no tenía señales y era necesario identificar lugares. En esta laguna, sólo había una planta de durazno en sus orillas y esa única referencia le dictó el nombre.
El apellido se lo puso el primer propietario de estas tierras, el general Eustoquio Díaz Vélez, que obtuvo una concesión enfitéutica de veinte leguas cuadradas entre los arroyos Langueyú y Chapaleufú , antes de la fundación del Fuerte Independencia (Tandil) en 1823.
Eustoquio Díaz Vélez era vástago de una familia tucumana radicada en Buenos Aires en las postrimerías del Virreinato. Por su lucido papel en la reconquista de Buenos Aires durante las invasiones inglesas, fue nombrado teniente en el Cuerpo de Patricios y, desde entonces, abrazó la carrera militar que lo llevó a luchar en las Guerras de la Independencia, donde alcanzó el grado de general.
En 1822, retirado del ejército, aunque no de la función pública, se involucró en la problemática de la frontera Sur y comenzó un nuevo camino, el de estanciero. En ese momento, se ofrecían grandes fracciones del desierto a conquistar en el centro bonaerense, para lo que se instrumentó una ley de reparto de tierras llamada "enfiteusis". Por este sistema, Eustoquio Díaz Vélez llegó a tener muchas leguas cuadradas y a fundar muchas estancias en diversos lugares del este bonaerense.
La estancia El Carmen, en el Pago de Chapaleufú, fue una de las primeras, iniciando el poblamiento de la comarca que más adelante se dividiría entre los partidos de Tandil, Rauch y Ayacucho.
La subdivisión
Desde entonces, las tierras de El Carmen, aunque menguadas en su área original, se fueron subdividiendo por herencia dando lugar a establecimientos vástagos y nuevos nombres que enriquecieron la toponimia local. La fracción donde estaba situada la laguna Un Durazno fue heredada por Eustoquio Díaz Vélez, uno de los tres hijos del general y su esposa, Carmen Guerrero.
Desde entonces, el historial de esta estancia se desenvuelve en la crónica de sucesivas generaciones que van heredando la subdivisión que contiene la laguna, el casco que se levantó en sus costas y el nombre original.
Eustoquio Díaz Vélez (h.) tuvo dos hijos: Eugenio y Carlos. Cuando faltó su padre, éste heredó Un Durazno, en un momento en que habían terminado las guerras con los indios y la pacificación del desierto daba lugar al desarrollo de la ganadería y a la construcción de buenas casas estancieras.
Carlos Díaz Vélez era ingeniero y a la par de modernizar la explotación levantó un casco importante y una hermosa residencia.
Para darle un marco estético acorde con los gustos de la época, en 1914 se contrató al famoso paisajista francés Carlos Thays para que diseñara y plantara un parque que integrara la vistosidad silvestre de la laguna con la arquitectura italianizante de la casa. Esta, vestida con un mobiliario acorde con su jerarquía, reúne piezas de valor histórico familiar, como los recuerdos del general Díaz Vélez, una biblioteca muy importante y esos muebles grandes y muy sólidos que se fabricaban para las casas muy espaciosas.
Sombreada por viejas arboledas, la población del casco se extiende bordeando la laguna, rematado en un extremo por una capillita y en el otro por un notable palomar.
En este mismo lugar, las niñas Carmen y Matilde Díaz Vélez pasaban las largas vacaciones de los veranos de entonces, acuñando un entrañable cariño a estas tierras de sus padres.
Cuando Carlos falleció, en 1925, el casco de Un Durazno quedó para su esposa Matilde, que lo siguió manteniendo como residencia de familia, pero cuando ella también desapareció, en 1958, éste quedó para su hija Carmen, quien, casada con el ingeniero Belisario Alvarez de Toledo, tuvo siete hijos, de los que sólo uno recibió, oportunamente, la estancia Un Durazno.
Aires de renovación
Enrique Alvarez de Toledo era arquitecto y remozó con mucho gusto y especial cariño tanto la vieja casa patronal como otros aspectos de la población. Hizo culto a la memoria de sus antepasados, principalmente de su tatarabuelo Eustoquio Díaz Vélez, reuniendo muchos testimonios que jalonaron su vida y haciendo colocar un busto de mármol en el parque de la estancia.
Actualmente, esta antigua propiedad pertenece a Delia Della Chiesa, viuda de Enrique Alvarez de Toledo, y a su única hija, Inés, casada con Marcelo Carattini. Son ellos los que trabajan, cuidan y aman este lugar, donde ahora crece un niño llamado Lucas Carattini Alvarez de Toledo, representante de la séptima generación de la descendencia de Eustoquio Díaz Vélez, general de la Independencia y primer dueño de estas tierras situadas en el antiguo Pago del Chapaleufú.






