
"Naranjo en flor" y "Justicia criolla", entre otros tangos, surgieron en una ciudad con nostalgia por la campaña
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El hombre del suburbio de Buenos Aires, al que llamaron "compadrito" -ocaso del siglo XIX, albor del XX-, traía aún al paisano en el uso de la alpargata, el pañuelo al cuello y resabios de la rastra en el cinto tachonado. Casi siempre guitarrero, entonaba estilos o ritmos juguetones que no habían alcanzado todavía la melancolía del tango, al que Angel Villoldo había despuntado con sones de habanera y picardía ingenua y campesina.
Provinciano y urbano de la mejor cepa, si los hubo, Carlos Carlino -autor de "La biunda", obra teatral paradigmática-, escribe: "El tango es producto metropolitano y nosotros somos de provincia, campesinos y pueblerinos. ¿Cómo puede producirse la extraña adopción? Sencillamente porque Buenos Aires nos facilita un rasgo argentino en cuya creación y difusión intervienen gringos e hijos de gringos. No sólo porque la ciudad es campo cubierto de pavimento (bajo el tormento del asfalto o de la piedra, la ciudad yace identificada con la tierra, dice Ezequiel Martínez Estrada), sino porque la simbiosis campo-ciudad está lograda en esa música. Villoldo escribió para "La morocha" (Saborido): «Soy la gentil compañera/ del noble gaucho porteño». Gaucho y porteño. Pampa y metrópoli".
Esa dicotomía, ese ser y no ser, casi híbrido producto, sorprende en la belleza de no pocas obras de teatro o piezas musicales. Con los estrictos elementos de la realización, se logra el "tango gaucho", de ritmo más auténtico y abarcador de una temática rural.
"Dios te salve, m´hijo" (Magaldi y Noda) describe la influencia caudillesca, donde una "papeleta" vale tanto como una vida: "Por no hacerme caso, m´hijo,/ se lo dije tantas veces,/ no haga juicio a los discursos/ del dotor ni del patrón". Di Sarli y Marcó, en tanto, nos hablan de la paz eglógica del paisano feliz con su destino: "Yo tengo mi ranchito en la loma/ donde cantan los zorzales,/ margaritas y rosales/ han brotado para vos;/ porque un día será ese nido gaucho de los dos" ("Nido gaucho"). Y José y Cátulo González Castillo celebran la alegría de la tierra: "Bien haiga el canto del tero/ que saluda al aguacero" ("El aguacero").
Alimentado de raíces nativas, el tango campero no cederá en el afecto popular. Así desfilan, entre otros, "Cruz de palo" (Cadícamo), "El huracán" (Nolo López y Edgardo y Osvaldo Donato), "Justicia criolla" (Brancati e Iriarte), "La santita" (Brancati y Maciel), "La pastora" (Rótulo y De Angelis), "Tapera" (Manzi y Gutiérrez), "Naranjo en flor" (Homero y Virgilio Expósito), y el repertorio de Carlos Gardel, cantera donde seguirán abrevando los investigadores.
"Ya no cantas, chingolo"
El progreso -en tiempo y forma- va relegando la presencia campesina en la letrística del tango. Dos composiciones testimonian, al menos, con realismo y nostalgia, la rotura de la simbiosis. En "Ya no cantas, chingolo" (Scatazzo y Bianchi), una bella melodía consuela la despedida: "Ya no cantas, chingolo,/ donde fuiste a parar; /en algún lao muy solo/ tu canción llorarás./ Guitarrita del campo,/ pájaro payador/ te llevaste contigo/ toda la tradición".
El desgarramiento íntimo y final acaso se exprese con mayor patetismo en "Chispazos de tradición" (Ciancio y Brancati): "Criollos de mis pagos,/ lejos se van tus pasos;/ sólo unos chispazos/ quedan de tradición [...]/ Ya no anda el carretón sobre los llanos/ ni pasa el cimarrón de mano en mano./ No cruza el pastizal la regia estampa/ del arisco bagual de nuestro suelo./ ¡Está la pampa de duelo;/ la tradición ya se va!/ ¡Gaucho de estirpe bizarra,/ llora por vos mi guitarra!".
Para seguir con la "verseada" y esa íntima relación establecida entre la tierra y el asfalto podría decir: "Entre el campo y la ciudad, la vida/ -donde todo es regreso y es partida-/ tiene un lenguaje musical y turbio/ que se amalgama en misterioso acento/ cuando expresa su dicha o su lamento/ la nota sensiblera del suburbio". Cabría añorar aquel momento en que, con letra y música, se hacen yunta milonguera.
La autora publicó, entre otras obras, la novela "Los cirqueros" y el ensayo "Alberto Vacarezza".





