Cepo cambiario y dos historias de elefantes
Aunque su eliminación es deseable, su existencia no pareciera ser un impedimento lo suficientemente grande como para dejar de explorar negocios, desarrollar nuevas ideas, invertir o reinvertir
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Nunca tuve mucho apego a la expresión “cepo cambiario”. El poco rigor técnico del término llevado al mundo de los negocios en lo general, y de los negocios internacionales en lo particular, siempre me pareció demasiado simplista. Es que, en rigor de la verdad, no existe un cepo cambiario, sino que hay tantos cepos cambiarios como personas que se refieren a éste. Esta conclusión me lleva a la primera de las historias de elefantes.
Relata el cuento que un grupo de personas no videntes se alarman ante un sonido extraño, se acercan al lugar y alguien les menciona que ese ruido había sido producido por un elefante. Dado que ninguno de ellos conocía ese animal extraño, el cuidador de la bestia les permitió que, mediante el tacto, puedieran descubrir por ellos mismos de qué se trataba. Circundaron al animal y empezaron a dar su impresión sobre él: “Es como una serpiente gruesa”, dijo quien tanteaba su trompa. “No, es más bien cómo un gran abanico”, dijo el que tocaba las orejas. Aquel que tenía sus manos en los colmillos aseguraba que era “duro y suave como una lanza”. Otro que estaba en el costado habló de “una pared rugosa”, el que tocaba su pata aseguraba que era como “el tronco de un árbol” y, por último, el que colocó sus manos en la cola dijo que se trataba de algo “parecido a una soga”.
Algo parecido sucede con el cepo cambiario. ¿Cuando un periodista pregunta en un programa de televisión sobre el fin del cepo se refiere a lo mismo que reclama un accionista del exterior? ¿Acaso el cepo cambiario que inquieta a un ahorrista se parece en algo al que padece un importador? Más aún, ¿es el mismo que afecta a un importador que el que complica a un exportador?
Para ordenar las ideas y, en términos simples, podríamos decir que el ahorrista quisiera la liberación del atesoramiento; el accionista del exterior, repatriar ganancias; el importador, la posibilidad de pagar sus compras a su antojo, y el exportador, poder disponer libremente de sus cobros. En búsqueda de más diferencias, podemos afirmar que nada de esto se parece a las pretensiones de las entidades financieras, empresas de crédito, compañías de seguros, clubes de fútbol y un largo etcétera. En resumen, hay tantos cepos como realidades. Ahora bien, la pregunta que se impone es: ¿acaso deben desaparecer en lo inmediato para que los negocios proliferen?
No estoy tan seguro de la respuesta, tiendo a creer que para ciertas liberaciones bien vendría primero un reacomodamiento de la cultura, o al menos de ciertas creencias. Pero de lo que sí estoy seguro es de que la liberación de “todos los cepos” no es tan inmediatamente necesaria como muchos creen (quizá justamente por ese desconocimiento de que hay muchos de su especie).
Me remito entonces a la segunda de las historias de elefantes. Cuando uno piensa en un elefante atado, muy probablemente se le viene a la mente (o al menos eso me sucede a mí) la típica imagen de un circo, con un grillete en la pata y una gruesa cadena aferrada a un palo enterrado en la tierra. Esa imagen, que se puede ver en innumerables ilustraciones, esconde un misterio. ¿Cómo es posible que el elefante, con sus cientos de kilos de fuerza, pueda ser inmovilizado con tan solo un trozo de madera enterrado unos centímetros? ¿Acaso no tiene la capacidad de salir caminando con ese grillete y esa estaca a cuestas? Por supuesto que puede, pero no lo hace. No lo hace porque él no sabe que puede.
Resulta que los elefantes de circo son atados desde muy pequeños a un pedazo de madera en la tierra y no poseen aún la fuerza para salirse de esa atadura. Luchan quizá varios días por poder hacerlo sin ningún éxito. Así crecen, intentando durante un tiempo poder salirse, hasta que un día, sabiendo infructuoso el esfuerzo, dejan de intentarlo. De alguna forma, esos pequeños elefantes aceptaron su impotencia que se traslada con los años. Por eso mismo, aun cuando ya posee la fuerza para poder escaparse, no lo hace; ya no prueba su fuerza, ya se sabe incapaz.
Una rama de la psicología llama a esta situación como el “estado de indefensión aprendida” o “impotencia aprendida”. Un estado mental que lleva a los seres humanos a comportarse de forma pasiva ante ciertos problemas por saberlos (equivocadamente) insuperables.
En el mundo de los negocios internacionales es bastante común ver compañías en un inexplicable estado de wait & see a la espera de un eventual “fin del cepo” que les dé la oportunidad de llevar adelante nuevos negocios, explorar iniciativas comerciales y profundizar inversiones. Ahí es cuando vuelve a mí la imagen de aquel elefante atado a una pequeña estaca de madera. Es que en el mundo de los negocios internacionales (que, por definición, es donde la afectación es mayor) los diferentes cepos, aun cuando puedan resultar ciertamente molestos, en su estado actual, no pueden ser considerados como un impedimento ineludible para llevar adelante todas las actividades comerciales.
Debo aclarar que no se pretende ocultar el problema, solo dimensionarlo correctamente desde un aspecto técnico y disculpándome por los tecnicismos que prosiguen, por supuesto que sería ideal que el cepo a los pagos de importaciones anteriores al 23 de diciembre de 2023 se libere. Sería interesante que el cepo a dividendos sin ingresos de inversiones directas, también. Por supuesto, todo sería mejor con el fin del cepo a los pagos anticipados y, por supuesto, la libertad de cancelar endeudamientos no ingresados. Ahora bien, aunque su eliminación es deseable, el cepo no pareciera ser un impedimento lo suficientemente grande como para dejar de explorar negocios, desarrollar nuevas ideas, invertir o reinvertir.
No pareciera ser la estaca lo suficientemente grande para que el elefante de los negocios internacionales y del comercio exterior argentino se crea inmovilizado. No cabe dudas de que los escenarios pueden ser desde lo normativo todavía más propicios y todos deseamos que eso suceda cuanto antes, pero no podemos dejar que, a la espera del escenario ideal, se terminen escurriendo las oportunidades.
Se pretende invocar entonces a unas fuerzas mucho más terrenales que las que se suelen invocar. Se invoca aquí a la fuerza de las empresas y de los emprendedores argentinos, capaces de hacer negocios en escenarios mucho más adversos, capaces de ser impulsores del crecimiento, con la fuerza de mil elefantes.
El auto es managing director de servicios legales de PwC Argentina
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