Como fue en su momento La Barra de Punta del Este, una locación alejada del ruido que, en los años 70, pasó de un lugar de pequeñas casas de pescadores, a un lugar exclusivo, Chapadmalal, entre Mar del Plata y Miramar, comienza a vivir una historia diferente, sobre todo por su atractiva simbiosis entre el campo quebrado y el mar. Entre los nuevos vecinos que se instalan en la zona hay un denominador en común: aman el surf.
Los acantilados rojos que se pierden en las playas marcan el paisaje de esta zona, lejos de la ciudad. Durante décadas este lugar no cambió y llegaban los mismos veraneantes de "toda la vida", varios de la localidad bonaerense de Adrogué. Pero hace unos cinco años que comenzó una movida que asombra: proliferan los barcitos, restaurantes, hosterías, cabañas. Se instalaron las propuestas foodies y hasta hay un localcito bohemio de sushi, algo insólito para la zona, del mismo dueño del sofisticado Paru, en la ciudad de Buenos Aires. Coqui Borelli, dueño de Otoshi Sushi & Poke, se declara entusiasta aprendiz de surf, del deporte en general y de la vida saludable, y trajo "una propuesta simple y accesible donde se aprovechan los insumos locales".
Los que participan de la movida concuerdan en que este año "Chapa estalló". Creen que un efecto de la pandemia es la búsqueda de lugares para vivir cerca de la naturaleza y que además llegaron turistas que mayormente iban a Uruguay, y que ahora, por el cierre del país vecino, están descubriendo un nuevo enclave en la Argentina. Llegan, para horror de los locales, una gran cantidad de surfistas. Ahora tienen que pelear por una buena ola, algo impensado solo unos años atrás.
De hecho, varios de los que se instalaron en Chapadmalal para lograr un negocio sustentable con una buena calidad de vida, y deciden también quedarse a vivir, son surfistas. Es el caso de Dolores Lanusse y su marido Agustín Da Foronda (quien trabajó en el restaurante La Huella, en José Ignacio) que se instalaron para huir de la ciudad y criar a su bebe en un ambiente saludable y surfear, claro. Están cargo del restaurante de pizzas y hamburguesas Cachalote, junto a Chelo Lanusse (hermano de Dolores) en el hotel Geko.
Dolores aclara que se puede llegar a la playa en pocos pasos, con el neoprene ya puesto, y que cuando los que están hospedados en Geko, pero siguen con su trabajo en forma remota, vuelven de surfear, solo se ponen una camisa para arrancar el home office. Ella misma comanda un grupo de chicas ya surfistas o aprendices, que se juntan para surfear y forjar amistades.
Fue el actual dueño de Geko, Richard Johnson, uno de los primeros en tener la visión de que Chapadmalal iba a crecer, y después de tener una buena experiencia con una posada en Praia do Rosa, Brasil, vio que estaba todo por hacer en un lugar que, tarde o temprano, iba a tener un buen desarrollo. "Me decían que estaba loco", cuenta Johnson, que invirtió parte de lo que ganó durante años como buzo táctico en plataformas petroleras en diferentes lugares del mundo. Un trabajo muy bien remunerado, algo diferente al negocio chapadmalense, que todavía, dicen los empresarios con algo de soñadores, "hay que remar". El invierno es "hostil", con mucho frío, viento, humedad y poca gente todavía. Y la señal de wifi, todavía débil y escasa.
Los problemas de infraestructura se ven en esta zona, que lleva los costos a las nubes cuando parte del negocio necesita de gas envasado.
A pesar de las ganas de crecer, hay dos factores que demoran un desarrollo exponencial. Uno es el gas, que no llega. El otro, las dificultades que notan los nuevos desarrolladores en materia de habilitaciones, que se demoran, y que también, aseguran, "son carísimas". Para un pequeño local con unas mesas para tomar el té se piden dos baños, por ejemplo.
En el mismo predio, Bernardo Lahitte tiene un pequeño local de manufacturas de cuero y lana con muy buena salida, una de las novedades de la temporada. Allí trabaja María Cerviño, que tenía un local de delicatessen en Palermo, pero que decidió dejar todo y vivir una vida más tranquila.
Mauricio Dura se instaló en Chapadmalal después de dejar San Antonio de Padua, en la zona Oeste del Gran Buenos Aires y es el responsable de La Hostería, bar de playa y hostel. Con un concepto y decoración al estilo Palermo viejo, es un lugar de reunión para después de la playa. Cerveza tirada, pizzas, hamburguesas, videos de surf (por supuesto, Chaucha, como le dicen, es surfista) dice que en solo tres años la zona creció muchísimo y la compara con "lo que pasó en Praia do Rosa hace 20 años". También tiene cabañas que se llaman Aires del Sur. Al lado, Las Cuevas, un bar donde hay shows inesperados pero muy atractivos.
Cuando hay olas, surfeamos al amanecer
Frente a Geko está la playa Luna Roja, que esté año dio una vuelta de tuerca "fashion" bajo la batuta de la joven diseñadora Ailin Bisi, que se fue a vivir a la playa con su pareja, Santiago Pouydebat, en un ómnibus arreglado como hogar. Ambos se declaran nómades, pero, por ahora, están instalados frente al mar y "cuando hay olas, surfeamos al amanecer", comenta.
Ofrecen platos hondos con una cocina un poco más sofisticada, con ceviche y tiraditos en el menú, mas deco y música contemporánea. Al igual que en Geko, no faltan los locales de surf, el deporte del momento para grandes y chicos. A solo una cuadra, recién instalados, los emprendedores de Ahumate, un foodtruck con carnes ahumadas, quienes prometen un proyecto más grande para el año que viene, con varios foodtrucks, un patio para comer y shows en vivo.
Mariano Giaccaglia, al frente del balneario Cruz del Sur desde hace ya 40 años, ve una transformación en Chapadmalal, de un lugar para familias con chicos que vuelven generación tras generación, a un reducto donde los jóvenes alquilan casas entre varios y hacen un after beach en la playa, quedándose hasta la medianoche.
"No falta alguno que se quiere meter en el mar de noche", dice Giaccaglia, cuarta generación de guardavidas, que conoce como nadie el peligro de un mar fuerte, con corrientes varias. "Estoy atento, aún de noche", dice. "Hoy Chapa está de moda, está evolucionando. La gente está invirtiendo porque ya hay conciencia de que es un lugar con futuro. Yo lo vi hace 40 años y le puse amor desde el principio, aunque era un lugar inhóspito e inexplorado", cuenta.
Su hija, Catalina Giaccaglia, también trabaja en Cruz del Sur y tiene una historia particular. Es nadadora de aguas frías, sin traje de neoprene. Está apadrinada por el argentino Julio Aro y el británico Geoffrey Cardozo, ambos veteranos de Malvinas, candidatos al premio Nobel de la Paz por haber ayudado a identificar los restos mortales de los caídos en la guerra, enterrados como NN en el Cementerio de Darwin. El sueño de Catalina es cruzar a nado el Canal de la Mancha para "unir extremos", cuenta.
Una de las últimas grandes inversiones en Chapadmalal es Casa Pampa, con 16 cabañas, spa y un restaurante a todo trapo recién inaugurado. Los propietarios, el matrimonio conformado por Liliana y Roberto Fioca, también cuenta con paneles solares para defenderse de los altos costos del gas en la zona. Acompaña a Casa Pampa un bar de Chandon, marcas como Nespresso y Havanna, una cava puesta a punto por Mariano Di Paola, director de Bodega Rutini y uno de los enólogos estrella en el mundo. Emplean a 60 personas de forma permanente, todo un récord en la zona.
Con un encanto especial y un estallido de flores, la "casita de té" Samay Huasi recibe a los visitantes en un rincón algo escondido de la zona. El matrimonio de Ezequiel Arca y Marisa Sguerra se mudó en 2009 desde el Palomar. Ezequiel, surfista, vio que era el paraje ideal para concretar un modo de vida que combine todas sus pasiones. Como paisajista, lideró la reforma en el Rosedal, en Palermo, por eso es que su jardín es inigualable y deja sin aliento a quienes llegan por primera vez. Marisa está a cargo de las delicias, desde scones, tortas, tartas, variedad de tes en un ambiente cálido y agradable.
Los días lindos trabajamos un poco menos, los días feos, un poco más
No se puede dejar de mencionar a La casa del abuelo, una parrilla al lado de lo que era la antigua Estafeta Postal, a donde llegaban las cartas tan esperadas durante todo el verano ya que era el único medio de comunicación para enterarse de las novedades de familiares, amigos y amores varios. El abuelo, justamente trabajaba en La Estafeta, hoy un almacén de ramos generales. Otro clásico de la zona es Lo de López, un restaurante mínimo con una cocina superlativa. Y también, los ravioles de Cosas nuestras, que da la bienvenida con un cartel que representan al espíritu de la zona: "Los días lindos trabajamos un poco menos, los días feos, un poco más".
Hasta la herrería de Chapadmalal, la única en la zona con un local de atención al cliente que tiene décadas, se transformó en un barcito para aprovechar la alta demanda de esta temporada.
Steve Wilson, es shaper de tablas y se instaló en Chapadamalal hace más de 20 años. "Después de vivir en California algunos años, es lo más parecido que encontré en la costa", dice. Aquí conoció a su mujer, Patricia, y hoy tienen además un local de take away en el que se ven filas para comprar tartas, milanesas y empanadas. "Esto ya es demasiado", dice. Y admite que preferiria no tener tanta salida y estar un poco más tranquilo.
Es que el éxito, para muchos locales, se mide en calidad de vida, y no siempre está asociado al ingreso económico. Para Steve, el invierno también es lindo en la zona, a pesar de las bajas temperaturas, la humedad y el viento que cala los huesos. "Hay algunos días con temperaturas de 20 grados que consideramos un regalo. Además, me ha pasado que cuando llevo a los chicos al colegio nos paramos arriba del acantilado y vemos pasar ballenas".
El camino de las estancias
Se puede ser o no religioso, pero lo que no se puede es dejar de pasar por la iglesia de Santa Silvina, el campo que era de la familia Acevedo, y que en 1944 construyó una capilla a imagen y semejanza de la Porciúncula de Asís, la pequeña iglesia italiana donde vivió San Francisco de Asis. Hoy el campo tiene otros dueños, pero conservan la tradición al invitar a los padres franciscanos de diciembre a marzo al predio y a dar misa todos los días para la comunidad.
Marayui, en guaraní "voy llegando al mar" es otro de los orgullos chapadmalenses y un paseo obligado para quienes llegan a la zona. Con su casa estilo normando construida en 1943 por Eduardo Suauze, que ya había concluido el Palacio Estrugamou, tiene paredes exteriores de piedra blanca, techos de pizarra francesa, pisos de roble y mármol, boisseries de roble y lambercianas y puertas de cobre y bronce. En 1946 se construyó el ala sudeste de la "casa grande", siguiendo estrictamente el mismo estilo. La obra fue encomendada a los arquitectos Guillermo y Miguel Madero, creadores entre otros, del edificio del Jockey Club en San Isidro.
Con cancha de golf, un parque espectacular y un recorrido que incluye puentes de piedra, Marayui, hoy es country y un polo de atracción turístico.
Unos pocos kilómetros separan a Marayui de Santa Isabel, de la familia Martínez de Hoz, quienes contaban con 20.000 hectáreas en la zona. En 1927 Eduardo Martínez de Hoz y la brasileña Dulce Liberal, considerada una de las mujeres mas bellas de la época, se casaron en la iglesia de Notre Dame, en París. Eduardo ganó con su stud tres veces el Grand Prix de París. En el predio, Bodega Trapiche hace visitas guiadas para conocer sus viñedos, que están a solo 6 kilómetros del mar.
Sustentabilidad, sobre todo
Sobre la ruta de las estancias esta Lapai, una casa que llama la atención. Tiene un techo verde, con pasto, 14 paneles solares y una construcción diferente. Lo que se ve es solo la punta de un iceberg. Se trata de un proyecto agroecológico liderado por el médico Matías Iwanov, que dejó su práctica en el Hospital Alemán para, según sus palabras, "surfear y seguir el camino de la naturaleza". La casa está realizada a mano, sin material sintético, con bosta, cebada, ceniza, arcilla. Afirma que es sorprendente que tenga la temperatura perfecta. El techo verde "frena el viento, captura la humedad, funciona como aislante acústico", comenta.
Una huerta enorme, bien cuidada, es parte del proyecto que llevan adelante Soledad Laguarda y Luz Delorenzini. Poca tierra para mucha producción, y una reflexión, "cuanto más recursos, más ineficiencia. Ese es el problema de la Argentina", señala Iwanow.
Todos sueñan con que éste sea un lugar de interacción con la comunidad. Un proyecto agroecológico multiplicador con almacén, banco de semillas, venta de plantines, clases de agricultura sustentable, gastronomía saludable y mucho más. Acaban de dar la puntada inicial con un pequeño restaurante comandado por Juan Pablo Salas, con un menú saludable y sofisticado.
Así es Chapadmalal, con su gente que vive la contradicción de querer crecer, pero, por otro lado, entender que la zona tiene que conservar su encanto agreste y natural.
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