El Mercosur según Bolsonaro: cómo impactarían sus propuestas en la Argentina
La asunción de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil ha generado cierta conmoción por las definiciones políticas, estratégicas y económicas que ha efectuado.
Brasil es la mayor economía de Sudamérica, el país más poblado del subcontinente y el de más territorio de la región. La asunción de un nuevo mandatario que promete cambiar algunas de sus políticas históricas (y acercarlo a algunas grandes economías del mundo) lo pone nuevamente en el centro de las miradas internacionales.
Brasil, además, es la novena mayor economía del mundo y representa el 50% del producto bruto de toda América del Sur. Aunque no es un muy relevante actor internacional en materia comercial, sí lo es en flujo de inversiones internacionales: los flujos de IED en su territorio superaron los US$70.000 millones en 2017. Y su peso también se hace sentir en materia de fusiones y adquisiciones: nueve de las diez compras realizadas por empresas extranjeras en la región ocurrieron en el mercado brasileño.
Brasil es además el mayor receptor de IED de la región y ya el stock acumulado de inversión extranjera desde que empezó el actual siglo supera los US$750.000 millones (lo que representa ocho veces lo que cuenta la Argentina).
Ahora, el nuevo gobierno de Jair Bolsonaro podría producir reformas con diverso impacto en la Argentina. Son siete los cambios económicos propuestos que pueden modificar condiciones del vínculo.
No obstante, la implementación requerirá la superación de varios desafíos: lograr aprobaciones en el Congreso, donde el oficialismo no será mayoritario, congeniar en una administración donde no hay homogeneidad doctrinaria, superar la reacción de algunos afectados, ejercer capacidad técnica por parte de un equipo económico sin experiencia en la función pública y obtener ciertos acuerdos políticos son algunos de ellos.
Un conjunto de cuatro reformas (contracción del déficit público, reducción de impuestos, restricción de cotizaciones sociales para achicar el costo laboral y flexibilización de regulaciones económicas) podrían, a mediano plazo, impulsar la inversión y mejorar la productividad.
Este tipo de medidas en principio tendría un buen impacto en la Argentina dado que Brasil es el principal mercado para nuestras exportaciones y podría incrementar su demanda.
Las exportaciones argentinas a Brasil llegaron en el último año a unos US$11.500 millones. Eso representa el 18% del total de nuestras ventas al exterior y el doble de lo que generan los países que le siguen en relevancia: Estados Unidos y China.
No obstante, debe recordarse que Brasil supo explicar 25% del total de exportaciones argentinas a inicios de este siglo (y hace seis años generaba 21%, cuando compró US$17.000 millones a la Argentina), por lo que podría esperarse una recuperación de la intensidad de ese vínculo.
Mientras, las importaciones argentinas desde Brasil en 2018 alcanzaron unos US$15.500 millones (más de 23% del total), manteniéndose por ende un déficit bilateral que se registra desde hace varios años.
Otros dos cambios anunciados se refieren al plano internacional: Bolsonaro y su ministro de Economía, Paulo Guedes, esperan flexibilizar el Mercosur en busca de que sus miembros puedan celebrar autónomamente acuerdos económicos con terceros países y sin necesidad de hacerlo en bloque. Y, luego, el propósito es acordar con grandes economías, lo que parece lógico dado que Brasil es la novena mayor economía mundial, es cada año uno de los 10 principales receptores de inversión extranjera directa del planeta, y es cuna de 35 de las 100 principales multinacionales latinoamericanas (multilatinas).
Esto puede impactar por doble vía en la Argentina. En primer lugar, dado que el Mercosur supone libre comercio entre sus socios pero cuenta con un elevado arancel externo común, los exportadores argentinos a Brasil (unas 3000 empresas –muchas pymes industriales–) mantendrían su beneficio de ingreso sin pago de arancel a ese mercado, pero (si los citados objetivos se concretan) perderían la exclusividad de ingreso con esa preferencia arancelaria y se someterían a una competencia con empresas de terceros países que hoy deben pasar por el arancel externo. Ello exigiría mayor competitividad a las empresas argentinas.
El Mercosur perdería en ese caso cierta centralidad para Brasil (aunque debe decirse que el comercio intrabloque ya ha caído 30% desde su pico de 2011).
Pero teniendo Brasil hoy una inserción comercial externa leve en relación con la dimensión de su economía (es apenas el 26° exportador mundial) estos cambios podrían facilitar mayores negocios brasileños con otros relevantes mercados, e incrementar -consecuentemente- la demanda hacia proveedores argentinos para que ingresen en cadenas de valor binacionales (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ha calculado que, en promedio, en el mundo las exportaciones llevan en sí 25% de partes importadas y las inversiones externas generan importaciones por el 32% de sus importes).
Una última reforma propuesta consiste en una modificación del régimen previsional hacia un sistema de capitalización. Completaría un giro que -si lograra aplicarse eficazmente- podría generar una mejora en el marco de referencia de la actividad económica en Brasil.
Bloque excéntrico
El Mercosur es la quinta economía mundial si se considera el PBI nominal de alrededor de US$3 billones producido por todo el bloque.
Posee las tres urbes más ricas, extensas y pobladas de Sudamérica: San Pablo, Buenos Aires y Río de Janeiro; y también cuenta con la selva tropical más grande del planeta: la amazónica. Además controla las mayores reservas energéticas, minerales, hídricas y petroleras del planeta.
Con una superficie total de 12,8 millones de kilómetros cuadrados y una población de 275 millones de personas, es un bloque de relevancia para la Argentina y para todos sus miembros actuales.
Pero su rigidez ha hecho de él un bloque de escasa relación económica fuera de sí mismo. Tiene el formato de una unión aduanera, que es una modalidad de acuerdo internacional poco usada en el mundo (que ha preferido acuerdos más flexibles y dinámicos). Solo un 7% de los casi 300 acuerdos vigentes en el planeta responde a la modalidad de la UA.
Del total del comercio internacional anual en el planeta ya casi 50% ocurre entre países que están aliados por acuerdos regionales. Pero para la Argentina el Mercosur representa poco más del 22% de las exportaciones (28% de las importaciones), lo que exhibe la debilidad del bloque para la inserción regional.
Por su parte, el comercio del Mercosur con el resto del mundo, además, es poco intenso (la Argentina y Brasil están entre los 15 países con menor ratio exportaciones/PBI). Y el bloque no ha generado aún acuerdos relevantes con terceros, lo que dificulta su inserción externa. En esta materia se ha estado trabajando intensamente últimamente aunque todavía sin concreciones.
El arancel externo común del bloque pone a sus dos principales miembros entre los de mayor arancel en la región (lo que implica complicaciones para la inserción en las cadenas regionales de valor, que suponen comercio receptivo y emisivo).
Según el Banco Mundial, el arancel promedio en Venezuela es de 10%, y luego en Brasil es de 8%; en la Argentina, de 7,5%; en Colombia, 7%; en Ecuador, 6,8%; en Chile, 5,7%; en Uruguay, 5,7%; en Bolivia, 4,8%; Paraguay, 4,2%, mientras que en México (ya fuera de Sudamérica, pero útil como referencia) es de 4,3%.
Los demás países de la región son más abiertos y han elegido modelos más flexibles: las naciones con mayor grado de apertura en Latinoamérica son Paraguay, México, Chile, Perú y Ecuador (su comercio internacional equivale al 85%, 78%, 56%, 47% y 42% del PBI, respectivamente) todas con altas exportaciones e importaciones. Brasil y la Argentina tienen índices que rondan el 35% en 2018.
El Mercosur, entonces, exigirá reformas. Se plantea flexibilidad y apertura. Esos cambios estarán impulsados por el gobierno de Bolsonaro, pero habría coincidencias entre los demás socios. Ello permitiría a los miembros autonomía para lograr acuerdos bilaterales dadas las diferencias entre ellos y, por ende, las distintas complementariedades que tiene cada uno de los miembros en el mundo. Y más inserción externa para acompañar un comercio mundial que, pese a las amenazas, sigue fluyendo.