El estrés de los demás en mi espejo
Créanme que intento escaparle a la pandemia en esta columna, pero hay semanas en las que no le encuentro mucho sentido hablar de otra cosa. A esta altura, nuestra productividad y bienestar están desgastados como un elástico viejo y se hace urgente encontrar nuevas estrategias para preservarnos. La ansiedad está al acecho y no es sólo la propia. Lo que le pasa a quienes tenemos cerca, física y virtualmente hablando, incide profundamente en nuestro bienestar.
En la última década las neurociencias han generado mucha información sobre cómo nuestros cerebros están "programados" para el contagio emocional. Las emociones viajan a través de una red inalámbrica de neuronas espejo, que son pequeñas partes del cerebro que nos permiten empatizar con los demás y comprender lo que sienten. A todos nos pasó alguna vez de bostezar apenas vimos a alguien hacerlo.
Pero no son sólo los bostezos los que nos "contagiamos", también el cansancio, la angustia o estrés de los demás tiene un impacto en nosotros. Una investigación de la Universidad de California de los investigadores Howard Friedman y Ronald Riggio, publicada en el journal Harvard Business Review, demuestra que si alguien en nuestro campo visual está ansioso y altamente expresivo, ya sea verbal o no verbalmente, existe una alta probabilidad de que también nosotros experimentemos esas emociones, afectando negativamente en cómo nos sentimos.
Observar a alguien estresado, especialmente alguien que nos interesa como un compañero de trabajo o un miembro de la familia, puede tener un efecto inmediato en nuestro propio sistema nervioso. En el estudio se descubrió que el 26% de las personas mostraron niveles elevados de cortisol simplemente observando a alguien que estaba estresado. Este estrés, llamado de "segunda mano" es aún peor si llega de alguien a quien queremos, como una pareja, el porcentaje alcanza el 40% en ese caso. Pero también lo sentimos cuando viene de un extraño, buena razón para no ver series súper estresantes antes de dormir o para no sumarnos a cuanta pelea surge en Twitter.
Recuerdo estar en una sala de espera y sentir una gran ansiedad al ver cómo lloraba una mujer que no lograba un turno para su mamá o el gran malestar que sentí luego del viaje en el que un taxista se quejaba con mucho pesimismo sobre su día y precariedad laboral. Según explica el Dr. Harry Campos Cervera, especialista en psiquiatría, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), nos vinculamos con las personas que nos rodean de dos maneras: "Cómo y cuánto nos afecta su estado depende de la significación que le damos al factor estresor que aqueja al otro. Nos vinculamos interaccionando con ellas y a través de identificaciones con esas personas, que es una especie de transformación en ese sujeto cuando se asume una imagen. Por ejemplo, si estás con una compañera o familiar que está estresada por determinado motivo, al ponerte en lugar de ella incorporás su factor estresor y esto puede impactar en el estrés propio", explica.
Para Campos Servera "lo importante es poder tomar conciencia de esto, e intentar mantener cierta distancia objetiva. Intentar influir sobre el otro para ayudarlo a reenfocar su punto de vista y esto a su vez nos ayuda a nosotros. En la actualidad hay una saturación de informaciones que permanentemente están creando amenazas que, de acuerdo a la vulnerabilidad o no de cada persona, funcionan como un estresor mayor o menor".
En su libro Stressaholic, Heidi Hanna, describe que la mayoría de las personas hemos experimentado esa sensación que de sólo ver entrar a alguien, nos genera estrés. Esta puede ser una respuesta condicionada por interacciones anteriores, pero también puede ser una comunicación energética física, por cambios muy suaves en la frecuencia cardíaca o la frecuencia respiratoria de esas personas.
De hecho, se ha demostrado que el estrés hace que las personas suden hormonas especiales, que son captadas por los sentidos olfativos de los demás. La negatividad y el estrés pueden literalmente flotar en la sala. La sensación de "huelo mala onda acá, siento mala energía" se vuelve bastante real. Pero no son todas pálidas. Las emociones positivas también se "contagian" con la misma facilidad que las negativas y es por eso que es tan importante elegir, en la medida que nos sea posible, con quién y cómo pasamos nuestro tiempo. Exponernos a emociones positivas de manera premeditada, hacer ejercicio, cantar, conectar con gente querida o balancear el consumo de noticias, puede ayudarnos en tiempos de adversidad.
Sonido recomendado para leer esta columna: "Hablando a tu corazón", de Charly García