Una mañana de partido, Marcus Dupree se levantó de la cama, se miró al espejo y dijo: "Hoy va a suceder. Hoy será el día". Horas después, la mayor promesa del fútbol americano y serio aspirante a convertirse en una leyenda dentro de ese deporte, se rompió en mil pedazos la rodilla izquierda mientras corría a toda velocidad por una banda de la cancha.
Marcus L. Dupree nació el 22 de mayo de 1964, en Philadelfia, una localidad de 7000 habitantes, enclavada en el estado de Mississippi, Estados Unidos. Creció en una familia muy humilde, en medio de un ambiente encarnizadamente racista, que algunos años después él ayudaría a cambiar.
Solo tres semanas después de su nacimiento se produjo un hecho que hizo tristemente célebre a su ciudad: el asesinato de tres jóvenes activistas de los derechos civiles, cuya historia dio origen a la película "Mississippi en llamas". Es más, hasta 1970 no hubo blancos y negros juntos en el mismo colegio, y habría que esperar hasta 2009 para que un negro pudiera acceder al cargo de alcalde local.
La mayor diversión que tenía Marcus en su infancia era correr como loco por las polvorientas calles de su barrio. Pronto, como la mayoría de los niños en su país, agregó a sus interminables corridas una pelota ovalada: ambas cosas moldearían su destino, de la mano delfútbol americano, el deporte más popular de los Estados Unidos.
Apenas ingresó en el equipo de su colegio secundario, Marcus se reveló como uno de los más grandes atletas de la historia del fútbol americano. "Era el corredor prototípico, una deslumbrante combinación de fuerza, potencia y velocidad", señaló en una de sus columnas Greg Garber, escritor senior de ESPN.com.
Con solo 14 años, con 1,90 metros de estatura y 100 kilos de peso, corría las 40 yardas (unos 36,5 metros) en 4,4 segundos. Como senior, en 1981, corrió para 2955 yardas y anotó 36 touchdowns. Terminó su carrera en la escuela secundaria con 7355 yardas por tierra con un promedio de 8,3 yardas por acarreo. Dupree anotó 87 touchdowns en total durante su tiempo de juego en la escuela secundaria, rompiendo el récord nacional de Herschel Walker.
En cada partido tenían que llevarle más de diez camisetas con el número "22" para él solo, porque los rivales se las rompían al querer tacklearlo. En un solo juego llegaba a usar tres o cuatro, las demás eran vendidas como souvenirs. Según los entendidos de su deporte, Marcus fue posiblemente el mejor corredor de fútbol americano de instituto de la historia.
Con esos antecedentes, llegó a la edad en la que debía pasar a la universidad. Era tan bueno que su entrenador tuvo que responder 100 llamadas diarias de reclutadores universitarios en el último mes de reclutamiento. Incluso, hubo entrenadores viviendo semanas en su pueblo para intentar reclutarlo.
Este fenómeno que se generó en torno de su figura fue tan extraordinario que dio lugar al libro "El cortejo de Marcus Dupree", del novelista Willie Morris. En esa publicación también se cuenta cómo gracias a él empezaron a disiparse los conflictos racistas en su ambiente: en su último partido de instituto, blancos y negros festejaron juntos su último touchdown.
Luego de analizar el sinfín de ofertas que le llegaron, Dupree se decidió por la Universidad de Oklahoma. Con solo 18 años, el chico que corría por las calles de su barrio, se había convertido en la joya del fútbol americano, era amado por todos y estaba llamado a ser una leyenda en ese deporte. Estaba en su mejor momento. Tocando el Cielo con las manos. Pero… siempre hay un pincelazo que lo estropea todo.
Su actuación en Oklahoma no fue lo que se esperaba: se peleó con el entrenador, desapareció varias veces y sufrió algunas lesiones. Finalmente, enojado, dio un portazo y se fue a la NSFL, una liga profesional paralela a la NFL (que duró solo tres años). Un día de partido, en 1985, se levantó, se miró al espejo y dijo: "Hoy va a suceder. Hoy será el día". Efectivamente, mientras llevaba la pelota a toda velocidad a principio de la segunda mitad, la pierna izquierda se le quedó trabada en el piso y su rodilla se rompió en mil pedazos.
El fenómeno deslumbrante, la locomotora humana, el hombre récord que había unido a blancos y negros en su ciudad natal, quedó lesionado de por vida, su carrera deportiva se arruinó y perdió todo el dinero que había acumulado, al ser estafado por su agente.
Si bien reapareció en las canchas unos años después, ya nada fue lo mismo: no logró jamás volver al nivel que había mostrado en sus comienzos, sus rodillas otra vez le "pasaron factura" y se perdió en el olvido. Su historia está retratada en un documental de ESPN que tiene un título que lo dice todo: "Lo mejor que nunca fue".
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