Gonzalo Pieres: La historia del hombre que inventó el negocio del polo


"Hay que tener suerte en la vida. Yo fui ese tipo. Muchas cosas que pasaron todavía no sé ni por qué se dieron", asegura Gonzalo Pieres (padre), mientras recorre un boulevard de plátanos en el predio de La Ellerstina, en el partido de General Rodríguez. Son las nueve de la mañana y el vareo de los caballos ya terminó. En un rato nomás empieza una práctica, un partido que sirve para poner a punto caballos nuevos.
La historia de Pieres con los caballos se remonta al partido de Lobos, cuando era chico y con sus tres hermanos varones, con pocas pilchas y seis caballos, jugaba un polo campero los fines de semana.
Ya adolescente se las tuvo que rebuscar por otro lado, cuando la escueta caballada de polo de la familia quedó en manos de sus hermanos más grandes. Y buscó entre sus amigos alguien dispuesto a montarlo o bien jugadores que necesitaran terminar sus propios caballos y hacerlos de polo.
Todo marchaba bien hasta que les comunicó a sus padres, ni bien terminó el colegio, que no quería continuar ese año la universidad. El pedido fue que le dejaran probar, al menos por un año, la experiencia de vivir del polo.
Con un contrato de petisero bajo un brazo y un bolso en el otro, ese mismo año emprendió un viaje en barco hacia Londres al cuidado de caballos. Allí lo esperaban el Eduardo Moore y Héctor Barrantes, que ya habían abierto el camino de ese deporte por esos lares. Al contrato de petisero, con tres goles en su haber, un día lo convocaron para jugar una copa internacional contra Inglaterra.
"Ese primer viaje fue una experiencia espectacular. Había que levantarse temprano con frío, en Inglaterra sí que hace frío, pero para mí el sueldo que cobraba como petisero era una fortuna", cuenta en diálogo con la nacion.
Luego de la temporada, Pieres regresó a la Argentina y esa promesa hecha a sus padres de que a su vuelta emprendería una carrera universitaria quedaría enterrada para siempre. A partir de ahí, solo se dedicó a dos cosas: jugar al polo y vender caballos. "En ese tiempo no estaba bien visto que te paguen por jugar, entonces vivíamos de la venta de caballos. A mí me daba lo mismo vender caballos o tener un contrato para jugar", explica, recordando sus primeros pasos como hombre de negocios.
De chico renegaba cuando su madre le hablaba en inglés y le contestaba en castellano, pero con el tiempo lo agradecería. La fluidez con el idioma le permitió relacionarse de manera distinta con los patrones extranjeros, que rápidamente se convirtieron en los principales clientes de su negocio.
Cuando llegaron el primer contrato como polista, de la mano de un millonario norteamericano llamado Peter Brant, y una invitación para jugar un torneo en el exterior para él fue trascendental, significó el comienzo de todo.
"Empezar a trabajar con el gordo Moore fue importante para el resto de mi vida. De ahí en más, todo fue más fácil. Ganaba plata haciendo lo que me gustaba. Empecé a ser feliz mal", confiesa.
Así, mientras sus hermanos seguían estudiando y jugando al polo en Lobos, el año del deportista se dividía entre Londres, Estados Unidos y la Argentina. Pasó de no haber viajado nunca a que los aviones se convirtieran en parte de su estilo de vida. El viajar le mostró todo lo que le faltaba al país para convertir el polo en profesional.
Primeros pasos
La visión del deportista devenido vendedor fue más allá. En 1981 decidió comprar una propiedad cerca del predio que tiene la Asociación Argentina de Polo para tener lugar propio en donde poder recibir a su patrón americano. El lugar elegido fue sobre la ruta 28, en General Rodríguez, por ese entonces una zona virgen en desarrollos inmobiliarios.
"Había que tener un lugar cerca de Buenos Aires para combinarlo con la venta de caballos y la venida de patrones. Creo que tener mi propio espacio fue lo novedoso", dice.
Ese primer lugar se llamó Pilar Chico. Pero la inestabilidad cambiaria y económica en el país hicieron que de entrada no le alcanzaran los fondos para terminar las canchas y las caballerizas. Así, decidió convertir el complejo en un club de 60 socios y con las acciones vendidas recuperó el dinero invertido.
Al año salió a la venta una quinta que estaba volcada a la producción de verduras de unas 50 hectáreas cerca de su club y cuando apareció la oportunidad de comprar el terreno no lo dudó. La llamó La Baronesa en honor a un caballo de carrera que vendió para poder adquirirla. En un primer tiempo se dedicó a parquizar el lugar, construir una casa y caballerizas.
En 1976 jugó por primera vez el Abierto de Palermo. Poco a poco se sumaron más torneos: Mar del Plata, Coronel Suárez, Hurlingham, Carlos Casares. Hasta que finalmente formó un equipo propio: La Espadaña.
Después de ganar durante casi una década el Abierto de Palermo con su equipo, se le estaba tornando aburrido, quería jugar más en el exterior y a la vez retirarse temprano. Así fue: en 1990 dejó de competir por un año y sumó un patrón más en Brunei.
Todo cambió cuando apareció en su vida el australiano y multimillonario Kerry Packer. Luego de 10 años de jugar en Estados Unidos con su patrón Brant, tuvo la bendita suerte de volver a Europa.

"Después de jugar un torneo con un patrón italiano, me fui a Inglaterra. Un día en el club se me arrima Packer para preguntarme con quién tenía que jugar. Yo había escuchado hablar de ese australiano rico. Y me enteré de que tenía un equipo con todos australianos, con el que le había ido mal", cuenta.
"No estaba contento con los caballos. Un día me para y me dice: ‘Quiero hacer un arreglo con vos por varios años, te va a convenir más quedarte conmigo’. Me pegó una billeteada tremenda", agrega.
Como había abandonado su presencia en el Abierto de Palermo, Packer le insistió en que volviera y que hiciera un equipo nuevo, que él lo ayudaba. En 1992, juntos compraron unos 20 caballos y fundaron Ellerstina, con un solo pensamiento: la excelencia alrededor del equipo.
Para Pieres, Packer significó todo porque fue "quien cambió por siempre el concepto de una organización de polo".
Relación de largo plazo
La relación con el patrón australiano duraría por siempre. Juntos mostraron al mundo cuál era la forma de profesionalizar un equipo. Esto generó en el ambiente polero que el resto de los jugadores, en evidente desventaja, buscaran mejorar su performance para intentar equipararse.
"Kerry era una mente brillante y tenía una manera particular de entender el polo. Cambió las canchas, la caballada. Desde que él se metió en el negocio, la gente supo lo que era tener un buen caballo", explica.
"Fueron diez años como patrón de preguntas incesantes de parte de Packer, que me vivía consultando cosas. Eso casi me cocinó la cabeza. Yo era un polista que jugaba de manera natural y él quería saber el porqué de todo. Y me agarró un complejo que cada vez que estaba frente al arco no podía entrar con la pelota dominada. Perdí entusiasmo y confianza para jugar", comenta.
En ese momento, decidió alejarse de las canchas como profesional. Sin embargo, el nombre Pieres no moriría con su partida. Serían sus tres hijos, Gonzalito, Facundo y Nicolás, y su yerno Mariano Aguerre quienes mantendrían la estirpe polera bien alta.
Desde fuera de la cancha, Pieres comenzó a disfrutar (no tanto, porque los nervios eran mayores que cuando era jugador) y palpitar junto a su socio el desempeño de sus sucesores.
Los emprendimientos
En los inicios era una cosa chica, todo se limitaba a una cría donde el negocio pasaba por comprar y vender. Viajaba a las provincias de Córdoba y La Pampa en busca de caballos ya hechos.
"Yo quería cambiar el negocio de la cría y profesionalizarla, pero el bolsillo no me acompañaba. Hasta que una vuelta apareció el socio ideal, Packer, que siempre me dijo que sí a todo. Terminamos con una relación de amigos y que además me bancaba en los negocios".
El entusiasmo enorme de Packer, sumado al dinero generoso que tenía a disposición, contagiaba a Pieres para emprender nuevos desafíos. Con 50 años y un infarto a cuestas, se mostraba apuradísimo para hacer que las cosas sucedieran: recompraron La Baronesa, que había vendido al patrón de Brunei.
Con un visión cortoplacista, compraron campos en Córdoba y Trenque Lauquen donde montaron dos tambos con 3000 vacas en ordeñe para bancar la cría de caballos. Pero la incursión en este negocio estuvo lejos de obtener los resultados esperados: los tambos perdían plata a diario y la venta del rodeo lechero no tardó en suceder.
Los negocios generados alrededor del polo cada vez se tornaban más importantes. Transformó los remates de caballos de polo en un show, más parecido a un desfile de moda, donde los caballos eran sin duda las estrellas del espectáculo y se mostraban por pantallas gigantes, con música de fondo que amenizaba el evento.
Nadie quería faltar, los patrones que estaban dando vueltas reservaban mesas. Modelos, los mejores polistas del momento y gente del ambiente disfrutaban del mejor catering.
A eso se sumaron la Copa de Oro y la de Plata, que se llevaban a cabo en sus instalaciones; la cría de caballos; los primeros remates, y la venta de embriones. También un centro de trasplante embrionario. La élite de las sangres de polo tiene su origen en Ellerstina.
Con esa mente brillante que veía más allá, antes de morir, Packer le vendió su parte societaria a Pieres. "Con su generosidad enorme, me preguntó cuánta plata tenía y me dijo ‘dámela y te quedás con todo lo mío’, y así fue", recuerda. En agradecimiento, a su campo emblemático en el ambiente de polo lo llamó "La Grappa" [Gracias Packer].
En 2005, Packer murió, sin ver a su equipo ganar Palermo. Ese año la Ellerstina perdió en tiempo suplementario contra La Dolfina: "Fue su última oportunidad de verlo campeón. Se había fanatizado con los chicos. Por eso me dolió", asegura. Recién al año siguiente Ellerstina se consagraría campeona en Palermo.
La pérdida de su amigo-padre fue difícil, pero no inesperada. Con una salud deteriorada (fumaba tres atados por día), la vida del australiano siempre estaba en el filo. Pero el apellido Packer seguiría ligado por un tiempo más al de Pieres, cuando Jamie Packer (el hijo de Kerry) quiso continuar con lo que había hecho su padre en el polo.
Pieres dice que en el ambiente hay lealtad, pero a veces sintió que lo conseguido generó entre sus pares un cierto recelo. "El éxito del otro genera envidia y distancia. Te tratan distinto", recuerda.
A lo largo de su carrera, Pieres tuvo sinsabores que aún no cicatrizan. Su desilusión para con Adolfo Cambiaso, que era compañero de equipo, fue uno de los trances más duros que debió enfrentar. El talentoso 10 de La Dolfina rompió una promesa y lo abandonó intempestivamente para armar su propio equipo en Cañuelas. "No cumplió y eso me dolió cantidad", se lamenta.
El futuro de la bocha
Para el empresario, el negocio del polo en la actualidad se encuentra en una meseta. Los patrones internacionales son los que hicieron crecer económicamente a los jugadores. Cuenta que todo lo que se hizo para el polo en el país fue con plata ganada afuera.
"Pero el entusiasmo de ellos (los patrones) por jugar desapareció. Esto fue por culpa de extender las temporadas en todos lados y saturarlo", sentencia.
Pero la estocada final fue la crisis mundial de 2008, que terminó por derrumbar el auge del negocio internacional.
En cuanto al mercado de los remates, Pieres remarca que ya no existe.
"Se tiene que achicar todo y empezar de vuelta, se armaron tantos remates que se inundaron el mercado. Hoy solo hay un 20% de interés de lo que había antes".
Hoy Ellerstina es un lugar único para Pieres, con nueve canchas de polo, una cancha de taqueo, dos pistas de vareo, un gran picadero, dos caminadores, cerca de 300 boxes, 18 piquetes para descanso, una cancha de golf, un hotel, más el club house, la rutina del expolista está en los detalles para que toda la organización marche sobre rieles.
A fines de noviembre de cada año, cuando se aproxima la fecha del comienzo del torneo emblemático, la adrenalina resurge y el sueño de ganar de nuevo en Palermo a la mejor versión de La Dolfina se torna un desafío. "No hay plata que te pague lo que significa ganar ese torneo. Hoy ya no es un tema económico, es una cuestión de orgullo. Cuando quedamos con las manos vacías lo único que nos consuela es que tenemos un equipo familiar", describe.
Hoy, con 63 años, cada vez más le cuesta viajar. Dejó de taquear hace un año y medio y hoy ya cambió el taco de polo por un palo de golf. Todas las mañanas hace unos hoyos en la cancha que hizo Packer, pero admite que aún extraña subirse a un caballo. Se detiene frente a un box, acaricia un caballo y dice: "Esta es mi vida".
Minibio
- Inicios: Nació en 1955 y empezó jugando al polo con sus hermanos en el campo familiar de Lobos
- Trayectoria deportiva: En 1976 participó por primera vez en el Abierto de Polo. Después armó equipos históricos, como La Espadaña y Ellerstina
- Cría de caballos: Fue uno de los pioneros en desarrollar y profesionalizar la cría de caballos de polo para la exportación abriendo nuevos mercados para los productos argentinos
Una vida de diez goles
Los principales hitos del hombre que supo conjugar deportes y negocios
1975
Primeros pasos
Emprende su primer viaje a Londres, con un contrato para el cuidado de caballos de polo. En Inglaterra lo convocan para jugar una copa internacional

1981
El sueño del club propio
Se inicia en la cría de caballos, con la puesta en marcha del club Pilar Chico, en General Rodríguez, en un predio cercano al de la Asociación Argentina de Polo

1992
El tiempo de Ellerstina
Se asocia al magnate australiano Kerry Packer y juntos fundan Ellerstina, que dos años después suma el primero de los seis títulos del Abierto Argentino de Polo que va obtener el equipo
2004
Debut textil
Rápidamente Ellerstina se convierte en un imán para las marcas de todos los rubros y en 2004 se asocián con la marca de indumentaria Etiqueta Negra

2008
Reconocimiento
Ya retirado como jugador se convierte en el primer extranjero en ingresar al Polo Hall of Fame, en los Estados Unidos
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