
La paradoja de la abundancia, el siglo (¿corto?) de China y el gobierno GTD
La increíble capacidad tecnológica del gigante asiático lo puso a la delantera frente a un EE.UU. que “olvidó cómo construir las cosas que la gente quiere”, advierten intelectuales
6 minutos de lectura'


La noticia se publicó primero en el Financial Times, el 18 de marzo último: el gigante automotriz chino BYD decidió poner en stand by la construcción de una megaplanta en México, con una inversión estimada en US$1000 millones, que emplearía a 10 mil trabajadores y sería capaz de producir 150 mil vehículos al año. Al principio se especuló con que la decisión estaba basada en la guerra de tarifas; pero luego trascendió el verdadero motivo: las autoridades chinas temen que los secretos industriales de su empresa estrella de automóviles se “filtren” fácilmente a Estados Unidos, y particularmente, a su archirrival Tesla.
Para muchos observadores con el “viejo chip”, esta historia es el reino del revés. Siempre fue China el sospechado y temido por Occidente por el riesgo de que se robara sus secretos de innovación y avances tecnológicos. Ahora la moneda cambió de lado. “Cualquiera que apueste contra la ingeniería china o contra su área de tecnología en los próximos años va a perder”, dijo dos semanas atrás el historiador Niall Ferguson. “Crecí leyendo y escuchando que China iba a eventualmente a tomar la delantera, que teníamos que estudiar mandarín, y ahora esto finalmente está sucediendo”, contó en su penúltimo número de Unruly Futures el futurista Stefano Bernardi, quien alega que el siglo de China ya comenzó, pero que será igualmente un siglo corto, “antes de que llegue su colapso demográfico”.
Las ideas y vueltas de Donald Trump con la guerra de tarifas pusieron al tema de la rivalidad con China en el centro de la escena, en una agenda que se calienta a diario con noticias como la de la automotriz BYD del primer párrafo, la irrupción de DeepSeek en IA, los avances en quantum y en biotecnología, en robótica, en drones y en varias avenidas de transformación en las que el gigante asiático ya tomó la delantera.
“Por medio siglo, asumimos que los Estados Unidos eran la gallina de los huevos de oro, la mayor nación industrial del mundo, y que básicamente nos tocaba ser custodios de esa cornucopia. Pero nos olvidamos de alimentar esa gallina, y ahora nos damos cuenta de que no somos la mayor nación industrial del mundo, y de que ya no nos sirven las mismas reglas”, sostuvo el economista Noah Smith en un reciente ensayo.
Smith escribió esto en una crítica a un libro que aborda el corazón de este fenómeno, con un mensaje hacia el progresismo: “Abundance” (Abundancia), publicado recientemente, y escrito por Ezra Klein y Derek Thompson. La idea central del libro se vino cocinando a fuego lento en artículos que los dos autores venían publicando. Klein, columnista y comentarista político con una carrera estelar en periodismo, sacó en 2021 un editorial en el New York Times titulado “El error económico que la izquierda finalmente está confrontando”. Unos meses después, Thompson escribió “Un plan simple para solucionar todos los problemas de América”, en el que llamaba a una “agenda de abundancia”. Ambos estaban hablando de cosas muy parecidas, así que el libro en coautoría surgió de manera natural.
Según Smith en su comentario, “El liberalismo (N. de la R.: en el sentido anglosajón: progresista, demócrata) olvidó cómo construir las cosas que la gente quiere”. Y llaman (en un mensaje que principalmente está dirigido a los líderes y votantes del hoy principal partido de oposición en EE.UU.) a abrazar una suerte de “progresismo de oferta”. El libro tiene un eje central en la paradoja de una abundancia de riqueza en los mercados y en Silicon Valley que convive con una escasez de cosas que realmente importan: viviendas accesibles, salud, infraestructura, energía, estrategias efectivas para mitigar el cambio climático, inclusive “oportunidades” en general.
Y aquí aparece China y su increíble capacidad de construir como un contraste lacerante. No se trata de romantizar ese país, aseguran los autores (hay enormes grises en derechos civiles, temas ambientales, etc), pero percute la frase de Deng Xiaoping: “No importa si el gato es negro o blanco, mientras sirva para cazar ratones”.
Esta escasez de “las cosas que importan” es lo que promueve un juego se suma cero, aumenta la confrontación y alimenta el populismo de derecha. Klein y Thompson, en varios capítulos, cuentan cómo estados “azules”, con su retórica en favor de viviendas económicas, salud y bienes públicos, terminaron empantanados en una lentitud burocrática y siendo superados en estas materias por estados republicanos, como Texas.
Aún cuando se “firman los cheques” y hay dinero para estas agendas, los costos terminan siendo tan exorbitantes que los objetivos planteados en primer término no se terminan cumpliendo, o se hacen a medias y mal. Los autores marcan a las fallas que hubo durante la pandemia (por ejemplo para distribuir barbijos a toda la población) como una bisagra de toma de conciencia acerca de un “país disfuncional”.
Todo lo contrario a la idea del best seller de autoayuda y productividad “Getting Things Done” (en castellano se publicó como “Organizate con eficacia”), que escribió David Allen en 2001. El “país GTD” ahora es China, no EE.UU. Años atrás, en Twitter (hoy “X”), el periodista Gustavo Bazzán acuñó el concepto de “Gobierno (o país, o democracia) Toyota Corolla”: “Un poco aburrida, pero previsible y confiable, como para que vos arriba de ese soporte puedas desarrollar tu propia vida. Si se pone un poco más conservadora la denominamos Democracia Toyota Corolla-FM Aspen”, detalla Bazzán a la nacion.
Otro libro reciente ,“Por qué nada funciona”, editado en febrero por el académico de Brown Marc Dunkelman, va en la misma línea. Su bajada es: “Quién mató al progresismo, y cómo traerlo de vuelta”. Tanto Klein y Thompson como Dunkelman identifican varios factores, con raíces en los 70, para explicar la desconfianza demócrata en los grandes proyectos, una tendencia que se fue apartando de las tradiciones del New Deal de la posguerra.
¿Qué explica esta política anti-GTD? Hay varios motivos. Al contrario de lo que sucede en Europa y Asia con las burocracias estatales poderosas y capaces de llevar adelante proyectos de envergadura complejos; en las últimas décadas los demócratas tendieron a un “pasamanos” de cheques hacia consultoras y constructores amigos, del sector privado, que obviamente tienen muchos menos incentivos a cuidar el dinero de los contribuyentes.
El exceso de regulaciones (que en la administración de Biden batió todos los récords) es otro factor central en el fracaso, sostienen los autores de “Abundance”. Las intenciones iniciales pueden ser muy buenas, pero los mercados (y el mundo en general) funcionan de otra manera.