Las ideas de Adam Smith y las implicancias de un ejemplo genial
A casi 150 años de la publicación de su libro sobre la riqueza de las naciones, las conclusiones del economista siguen siendo importantísimas
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Adam Smith se inmortalizó cuando, en 1776, publicó su segundo libro, titulado Investigación acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. Una obra de más de 1000 páginas. Se habría inmortalizado igual si solo hubiera publicado las primeras 18 páginas, en las cuales explicó la importancia de la especialización o la división del trabajo, y que el grado de especialización depende del tamaño del mercado. ¿Por qué 250 años después seguimos considerando importantísima esta idea?
Al respecto conversé con el estadounidense Allyn Abbott Young (1876-1929), quien acompañó al presidente Woodrow Wilson a la Conferencia de paz de París de 1919, y llegó a conclusiones muy parecidas a las de John Maynard Keynes sobre las implicancias económicas del Tratado de Versalles. Pero a diferencia de Keynes y por razones de lealtad a su gobierno, no se le ocurrió hacer públicas sus ideas.
Más famoso para sus contemporáneos que para los economistas actuales, opinaban de él de manera muy laudatoria Keynes, Bertil Gotthard Ohlin y Joseph Alois Schumpeter. Lo califico como uno de los Leoncavallo de la economía, porque se inmortalizó por una sola obra, una monografía publicada en 1928 titulada Rendimientos crecientes y progreso económico, que integraba la lista de lecturas obligatorias del curso sobre Desarrollo Económico que Guido José Mario Di Tella, dictaba en la Universidad de Buenos Aires (UBA) a comienzos de la década de 1960.
–¿Cuál es la tesis de su trabajo?
–Primero sinteticemos el principio de la división del trabajo, que Smith ejemplificó de manera inmejorable con la fabricación de alfileres. Una genialidad, porque se puede reemplazar alfileres por celulares y el análisis no se altera. ¿Cómo fabricaría yo un alfiler? Tomaría un cable de acero, cortaría una pulgada, afilaría uno de los extremos y remacharía el otro, de manera que en este último apareciera la cabeza y en aquel la punta. Ahora bien, observemos dos fábricas de alfileres, ambas de igual tamaño, con iguales herramientas e igual dotación de personal. En la primera trabajan Lidia, Gabriela y Cecilia y en la segunda Verónica, Silvia y Marcela. Todas fueron al mismo colegio, tuvieron los mismos profesores, y aprobaron las mismas materias. Es más, un sorteo dispuso quién iba a trabajar en qué fábrica.
–¿Cuál es la diferencia?
–En el primer establecimiento Lidia, Gabriela y Cecilia toman cada día sendos rollos de acero, cada una corta, cada una afila y cada una remacha. Es decir, cada una realiza todas las operaciones. Al final de cada jornada, cada una de ellas fabrica 8 alfileres (en total, 24). En la segunda fábrica Verónica se pasa el día cortando el cable de acero, Silvia afilando una de las puntas de cada pedazo cortado, y Marcela remachando la otra punta de cada pedazo cortado. Nadie, individualmente, fabrica alfileres. Pues bien, lo que observó Smith es que al final de la misma jornada, en una fábrica que cuenta con los mismos equipos, pero que opera como lo acabo de indicar, el número de alfileres producidos no es 24 sino, digamos, 42.
–¿Magia?
–¿Cómo se explica que, teniendo las mismas instalaciones, la misma inteligencia, luego del mismo número de horas trabajadas en una fábrica se produzcan 24 alfileres por día y en la otra 42? Se explica porque la especialización aumenta la destreza con la cual cada operario realiza sus tareas, lo cual permite utilizar mejor los recursos productivos, es decir, con las mismas máquinas y la misma cantidad de mano de obra producir más alfileres.
–Genial.
–Pero como nada es gratis, el principio de la división del trabajo genera beneficios, pero también riesgos. ¿Qué ocurre en la primera fábrica si un día Lidia no puede concurrir a trabajar? Que la producción cae de 24 alfileres a 16. Lo cual es un problema. Pero, ¿qué ocurre en la segunda fábrica si un día Verónica no puede concurrir a trabajar? Que la producción cae de 42 alfileres a... ¡0! Porque si nadie corta, entonces nadie afila y nadie remacha. Esto debe ser enfatizado, porque cuando en la realidad las cosas funcionan nos acordamos de los beneficios, pero cuando aparecen las crisis le prestamos atención a los riesgos. Debe enfatizarse que la decisión es única y que conlleva beneficios y riesgos.
–Volvamos a su monografía, ¿cuál fue su aporte?
–Inmediatamente después de plantear la división del trabajo, Smith afirmó que el grado de especialización depende del tamaño del mercado, y para mí esto constituye uno de los principios más iluminantes y útiles de todo el análisis económico. Me explico. La división del trabajo transforma procesos de producción complejos en una sucesión de procesos más simples, una transformación que posibilita el uso de maquinaria. Los métodos productivos de Henry Ford serían absurdos si éste se hubiera propuesto producir pocos autos. La división del trabajo y el tamaño del mercado, entonces, se realimentan entre sí. La triquiñuela creada por Alfred Marshall para reconciliar los rendimientos crecientes a escala con el equilibrio neoclásico, solo capta una parte de la realidad. Hay que volver a las fuentes: para los viejos economistas había rendimientos crecientes en la manufactura y decrecientes en la agricultura.
–Cuando estudié economía, en la década de 1960, nadie me hizo leer su trabajo.
–El único que lo tenía presente era Guido Di Tella, lo cual probablemente no fuera independiente de lo que él palpaba en las fábricas de máquinas elaboradoras de pan, surtidores de nafta y heladeras (comerciales y hogareñas) que había instalado su padre. Los rendimientos crecientes a escala, implícitos en el planteo de Smith, fueron ignorados por la corriente principal del análisis económico, porque no eran fáciles de modelar desde el punto de vista algebraico. Tuvo que aparecer Paul A. Romer, endogeneizando el cambio tecnológico, para que esta visión pudiera incorporarse a dicha corriente.
–Visión que tiene implicancias.
–Le digo una, para ilustrar. En presencia de economías de escala, el tamaño de un mercado puede recomendar que exista un solo oferente. Cuando este es el caso, el monopolio pasa de ser un mal a ser un bien. Compare, en su país, cómo se producían los autos durante la presidencia de Arturo Frondizi y cómo se producen ahora. En economías pequeñas, el comercio internacional permite combinar el aprovechamiento de las economías de escala con una variedad de marcas y modelos a disposición de los consumidores.
–¿Vivan los monopolios, entonces?
–La situación que estoy describiendo es muy diferente de la creada por el Estado vía restricciones artificiales. Por ejemplo, si en una ciudad existe una sola confitería, no es por la existencia de economías de escala, sino que su propietario es tan amigo del intendente que este prohíbe la instalación de otros locales.
–Don Allyn, muchas gracias.
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