Macroeconomía 1, microeconomía 0
Por Luciano Laspina Para LA NACION
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En mayo de 2003, a pocos días de las elecciones presidenciales, escribí una columna para LA NACION en la que sostenía que "una gestión eficiente de las tareas pendientes podría catapultar, esta vez a la fama, al próximo presidente y su ministro de Economía". La buena performance macroeconómica reciente y los elevados índices de aprobación del presidente Néstor Kirchner y de su ministro Roberto Lavagna parecen darme la razón. Pero hay que admitirlo, con algunas diferencias importantes.
Lo primero que hay que decir es que el desempeño económico reciente está explicada por tres factores principales: la brecha entre el producto observado y aquel que podría alcanzarse en caso de utilizarse plenamente el capital instalado y la oferta laboral que generó la crisis de 2001 a 2002, el excelente escenario internacional de la mano de los altos precios de commodities, y un destacable mix de políticas macroeconómicas.
En tanto los dos primeros son exógenos a la labor del Gobierno -y quizá de carácter transitorios- el último factor es la expresión misma de la política económica, sobre la cual deben concentrarse las críticas o los elogios.
A primera vista, la Argentina tiene hoy un mix de políticas macro de libro de texto. La combinación de política monetaria laxa y política fiscal dura (lo que denominamos en nuestra jerga "easy-money/tight-fiscal") permitió mantener el tipo de cambio depreciado a pesar de la abundancia de dólares provenientes de la cuenta corriente del balance de pagos. Alto tipo de cambio real es el principal (quizás el único) pilar de la nueva estrategia de crecimiento bosquejada por el Gobierno. Una estrategia que, sin descuidar en la retórica la importancia de las exportaciones, en la práctica está centrada en la sustitución de importaciones.
El dúo "política monetaria laxa- política fiscal dura" ha sido parte de la receta del éxito del modelo chileno. ¿Cómo se explica entonces el escepticismo de muchos observadores? Si el lector desprevenido esperaba una visión rosada de la actual política económica, lamento decepcionarlo. Es que buena parte de las políticas y los resultados macroeconómicos recientes han sido logrados a expensas de un creciente deterioro en los incentivos microeconómicos. Algunos ejemplos pueden servir para comprender este resultado paradójico.
La Argentina tendrá este año un superávit primario del gobierno nacional superior a 4 puntos del producto. El resultado ha sido totalmente generado por el incremento de la presión impositiva en proporción del producto, explicada en más del 50% por el impacto de los impuestos distorsivos introducidos durante la crisis (retenciones y transacciones financieras), en tanto el gasto público se encuentra en un nivel récord. Y el default de la deuda pública explica que el resultado fiscal después del pago de intereses sea todavía positivo.
La otra pata del mix de políticas macro también se sustenta en buena medida sobre algunas distorsiones microeconómicas. Las extraordinariamente bajas tasas de interés locales son un reflejo de las distorsiones existentes en el mercado de crédito. Así, la ausencia del multiplicador del crédito -junto a la brecha del producto- evitó que la expansión monetaria producto de la intervención en el mercado de cambios se reflejara en una aceleración inflacionaria. Más: la liquidez estacionada en los bancos contribuyó a deprimir las tasas y a desincentivar el ingreso de capitales.
A estas alturas debería quedar claro que la estrategia del Gobierno ha sido consolidar la macroeconomía primero y resolver las distorsiones microeconómicas después, reconociendo que pueden existir conflictos en el corto plazo entre estos objetivos. Y, conviene repetirlo, subestimando la real importancia de las reformas pendientes.
Los incentivos del Gobierno también son claros. Bajar impuestos distorsivos podría erosionar el superávit primario. Renegociar contratos y ajustar tarifas conspiraría contra la baja inflación y la recuperación del consumo, al disminuir el salario real. Una salida apresurada del default podría complicar la situación fiscal y la sustentabilidad futura de la deuda. Con una economía en plena recuperación -sigue el argumento-para qué hacerlo ahora, si se puede esperar. Como dice el conocido refrán, "si funciona no lo arregle!"
Pero el arte de la política económica radica, precisamente, en armonizar objetivos en conflicto y en hacer compatibles aquellos de corto plazo con los de largo. Hasta ahora, la combinación de una política razonable de administración de la demanda agregada, el favorable escenario internacional y el enorme desfase entre el producto real y el potencial han sido efectivos en sostener una recuperación con baja inflación, a pesar de la persistente incertidumbre microeconómica (bancos, deuda, energía, tarifas, etc.). Pero los factores que explican la recuperación, algunos transitorios y otros logrados a expensas de políticas distorsivas, parecen insuficientes para la sustentabilidad y el crecimiento de largo plazo.
Aún no es tarde
La buena noticia es que todavía se está a tiempo de corregir el rumbo o minimizar los desaciertos. Aunque se puedan discutir los matices y los riesgos futuros, la Argentina tiene hoy tres condiciones que todavía le otorgan un enorme potencial: un ancla fiscal sin precedente (aunque también una carga de deuda sin precedente, incluso posreestructuración), cierta flexibilidad cambiaria y una dosis aunque no muy elevada de gobernabilidad.
Hoy el eje del debate de política económica está correctamente puesto en el éxito o el fracaso de la propuesta de reestructuración de la deuda. Aunque su resultado es clave para definir la dinámica futura, no existe ningún analista serio que pueda pronosticarlo. Es bueno entonces poner un poco de perspectiva y recordar que, cuando el polvo de la reestructuración se asiente, habrá aún algunos debates pendientes.
Para quienes ponen el énfasis en las condiciones macroeconómicas de corto plazo y en la defensa incondicional de un tipo real de cambio alto, la Argentina está condenada al éxito. Para quienes creemos que las buenas políticas macroeconómicas son condición necesaria pero no suficiente si se logran a expensas de mayores distorsiones microeconómicas, el Gobierno necesita hacer correcciones.
El año próximo será un punto de inflexión de la economía argentina, en una dirección o en la otra. La inercia de la recuperación sin inversión será parte del pasado y en que los "mitos estructurales" deberían comenzar a ser reales. Quizás el tiempo en el que el largo y el corto plazo se encuentren. Si el Gobierno no decide virar a tiempo, será el año en que la realidad nos permita verificar si con "una buena macro y una mala micro" alcanza para crecer.





