En busca de nuevas primeras veces
Aprender cosas nuevas y asumir tareas cognitivas desafiantes puede potencialmente ralentizar nuestra noción interna del tiempo.
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Sigo hace algunos años el newsletter El día más feliz de mi vida, del emprendedor gastronómico y periodista Martín Auzmendi. Una de sus últimas entregas, titulada “Desganitante”, contiene este párrafo: “Hace rato siento que me he ido empobreciendo en experiencia, en la riqueza de las cosas que hacen a mi vida, que la parte de la vida en que todo parece ser nutritivo y uno fértil se terminó. Y que en este espacio conservo las ganas de pelear contra eso, de sostener algo que vaya en contra de eso”. Su lectura me dejó pensando en el rol de la novedad y de las primeras veces y su impacto en nuestra vida. A la vez, me topé con un estudio que comparte el inversor tecnológico Surya Dantuluri en la red social X que explica por qué, a los 21 años, tenemos la percepción de que ya hemos vivido la mitad de la vida. La respuesta está en la generación de dopamina, que tiene un papel importante en la forma en que percibimos el tiempo.
Cuando somos jóvenes, todo es nuevo y emocionante: el primer beso, el primer trabajo, la primera vez que vivimos lejos de casa. Estas experiencias novedosas inundan nuestro cerebro de dopamina, haciendo que el tiempo parezca más largo. A medida que envejecemos, la novedad y la dopamina disminuyen y el tiempo parece acelerarse. Nuestro sistema de reloj interno, predominantemente dopaminérgico, y nuestra memoria, trabajan juntos para dar forma a nuestra percepción del tiempo. Por otra parte, el tiempo inducido por la novedad alarga nuestra percepción del tiempo, mientras que la repetición mundana, como un aburrido trabajo operativo, nos atrapa en la ilusión de que el tiempo se está acortando.
La psicóloga Claudia Hammond, introduce el concepto de “golpe de reminiscencia”, que se produce cuando nos topamos con una novedad en el mundo de las primeras veces. Esta novedad está vinculada a la forma en que formamos nuestra identidad, haciendo que el cerebro se aferre a detalles que solidifican la forma en que nos presentamos a nosotros mismos y a los demás. Por ejemplo, los recuerdos de la infancia parecen infinitos porque estaban llenos de descubrimientos constantes y de la incapacidad de registrar arrepentimiento o ansiedad sobre el pasado y el futuro. La edad adulta no tiene el mismo nivel de novedad. Aprender cosas nuevas y asumir tareas cognitivas desafiantes puede potencialmente ralentizar nuestra noción interna del tiempo. La buena noticia es que nuestra percepción del tiempo no es fija, es maleable y está influida por los niveles de dopamina, las experiencias novedosas y las demandas cognitivas. Comprender esto puede impulsarnos a priorizar muchas nuevas primeras veces. No podemos detener físicamente el tiempo, pero podemos influir en nuestra percepción de él.
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