Se fue el cepo, quedó la inflación
¿Cuántos episodios inflacionarios harán falta en la Argentina para que se aprenda que el fenómeno es puramente monetario? ¿Que se trata de oferta y demanda? ¿Que las cosas se desmadran cuando los operadores, que no son otros que los ciudadanos, los jubilados, los trabajadores, los obreros, comienzan a ser obligados a tener más pesos que la cantidad con la que se sienten cómodos, y entonces los cambian a toda velocidad por otras cosas, bienes, servicios, monedas, sabiendo que pronto esos pesos valdrán menos? No es algo distinto lo que ocurre hoy. Si los controles, las bravuconadas, los operativos policiales sirvieran de algo, la inflación se habría solucionado en el Imperio Romano.
Pero todo esto parece olvidado en la Argentina de hoy, que otra vez parece haber cruzado aquel río de la mitología griega, el Leteo, que hacía olvidar todo a quienes avanzaban sobre sus aguas.
Mucho más recientemente, un profesor, divulgador y economista nacional nos enseñaba que cuando llega la suba de precios es por culpa de lo que se hizo seis meses o más atrás, no por lo que ocurrió la semana pasada. La avalancha de pesos y el déficit fiscal que dejó el kirchnerismo irresponsable pasa factura, aunque la conducción actual del Banco Central logró sacar bastantes pesos excedentes de circulación, pero no puede seguir, al parecer, con la política de tasas altas que eso implicaba y comenzó a bajarlas.
Como en otras oportunidades, después de años de políticas contra la inversión y de construcción de una de las economías más cerradas del planeta, llena de protecciones, la Argentina probablemente tenga un problema de abastecimiento. Mucha demanda en un contexto de falta de oferta. La perfecta fórmula inflacionaria.
Muchos adictos a los controles, habitualmente de discurso antinorteamericano, hablan ahora de las sanciones y de las normas de defensa de la competencia que existen en ese país. Lástima que no defendieron los mismos principios en tiempos del insólito y bravucón Guillermo Moreno. Los Estados Unidos son, por mucho, el mercado de consumo más grande del planeta y una de las economías más abiertas también.
De la falta de inversión y, más aún, de la desinversión en la década kirchnerista no hay duda. ¿Qué cosa podía esperarse en un clima hostil a la actividad privada?
Ahora, incluso dentro del Gobierno algunos creen haber encontrado la fórmula mágica para controlar los precios rápidamente con la reactivación de la actividad generadora de más bienes, servicios y puestos de trabajo. También era una discusión durante el período K. El ahora director del Banco Nación, Enrique Szewach, recomendaba entonces tener cuidado con esos súbitos enamoramientos. Explicaba con gran razón, como consultor, que en el inicio la inversión está del lado de la demanda y sólo al final aumenta la producción. Por poner un ejemplo: para ampliar la producción de cemento, en principio hay que consumir más cemento para construir la fábrica. No es tan fácil.
Como diagnosticaba a finales de 2015 el gran Ricardo Arriazu, Macri y los suyos no dispondrían de la capacidad de un fuerte ajuste fiscal para bajar déficit e inflación, aunque aclaraba, además, que no era necesario. De todas formas, veía ajustes sectoriales que, por cierto, se están haciendo difíciles.
Encima, ahora el escenario internacional no ayuda, La crisis en Brasil sigue tirando precios abajo. Algunas producciones regionales pueden pasarla mal. Las uvas, las peras y las manzanas, por ejemplo, salieron de políticas horrendas y dañinas para encontrarse ahora con mercados internacionales malos y problemas climáticos que exigen gastos justo en momentos en que el dinero no alcanza.
"Este año no habrá una buena cosecha y el precio lo van a pagar los productores, el exceso de agua llenó las viñas de yuyos, faltan recursos para mano de obra y en este estado van a proliferar los hongos, la producción va a ser pobre por esos hongos por humedad y calor". Lo dicen productores que de todas formas reconocen que si seguía la política K, la situación en Cuyo habría sido "directamente de catástrofe".
La salida veloz del cepo ilusionó a muchos, pero al cepo se llegó por la inflación, producto de la costumbre de gastar más de lo que se recauda. Pero ahora, los que se dicen progresistas defienden el gasto infinanciable y, en consecuencia, no quieren que se solucione la inflación. Dicen así defender a "los pibes" y también a los "jubilados". El relato sigue haciendo de las suyas por ahí. Vistiendo ropajes nuevos.
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