Todo por un cargo: el peligro de las bestias hipercompetitivas
La sana competencia interna puede derivar en una pelea salvaje que termine contaminando el clima laboral de la organización
Hace quince años que dos líderes individuales no dejan de deleitar a los amantes del tenis. Nadie puede decir que Roger Federer (ganador de 20 torneos de Grand Slam) y Rafael Nadal (que tiene 18) no sean competitivos en un deporte en donde solo se depende de sí mismo. Sin embargo, ambos parecen mostrar una cierta capacidad para que ese rasgo individualista no sea lo primero que destaquemos en ellos. Debe haber mucho trabajo interno para que ninguno de ellos se crea el mejor y puedan manejar el ego que la fama les otorga. En cada conferencia de prensa exponen humildad y respeto, no solo entre sí sino también con sus colegas. Algunos, con muchos menos logros para mostrar en sus CV se creen estrellas inalcanzables. ¿Por qué?
Quizás algo tenga que ver el modo como viven el hecho de competir. Ciertamente, la competencia puede ser vivida como un estímulo, como una forma de interacción con otros que ayuda a crecer, a desarrollar habilidades y a sacar el mejor potencial. Otra forma de competencia se da cuando la misma nos arrastra a no querer que el otro crezca, sino que, por el contrario, nos alegra aplastarlo para que se marchite su carrera. Su desgracia es nuestro éxito. Aquí estamos hablando de una forma espuria de ser competitivos, aquella que, como ocurre con algunas especies vegetales, no dejan crecer a otra especie alrededor.
Ese tipo de sujetos que en el ámbito laboral compite todo el tiempo, muchas veces no llega a visualizar su propia insatisfacción: no está contento con lo que es y, por ello, precisa siempre mirarse en relación con un otro al cual superar. Su autoestima se mide por sus lazos competitivos y no por sus vínculos sociales: la adrenalina de la competencia y especialmente de la victoria son sus grandes dinamizadores internos.
Este tipo de personas se define por su relación superior a otros, sea por la titulación, sea por estar internacionalizado, sea por su desempeño.
Usa discrecionalmente a la meritocracia como un arma letal, juega al Mortal Combat con el CV: narcisos a los que no les gusta que alrededor crezcan los otros. Por esto, en general, en estas personas yace un sentimiento individualista: lo importante es subirse al podio, no levantar la copa junto con otros. El "yo" se fagocita a cualquier "nosotros", pac-mans organizacionales perseguidos por sus propios fantasmas.
En las empresas, estos energúmenos son los arribistas al poder, aquellos a los que les encanta la rosca política, los rumores, la guerrilla de pasillo. Son los detractores de los valores que forjaron la cultura de la compañía. Todo vale para ellos o ellas. Lo importante es llegar, competir, lastimar y dejar un tendal de muertos en el camino, de los cuales ellos se sientan orgullosos de haber asesinado profesionalmente.
En esa mirada solitaria de los logros, estos competidores voraces no tienen la más mínima noción de la importancia del trabajo colectivo como herramienta de transformación social y de fortalecimiento de la propia individualidad. Ellos no le deben nada a nadie.
Esta mala estrategia de carrera profesional, que en verdad es una forma de vida, en ocasiones se encuentra con jefes y directivos que la potencian, aplaudiendo esa perspectiva e incluso poniéndola como ejemplo a seguir. Eso genera, no pocas veces, culturas organizacionales en donde la clave es alcanzar la meta antes que el otro.
Los ejecutivos salvajemente competitivos muchas veces juegan con su doble cara: por un lado son inteligentes para saber moverse políticamente y alimentar monstruos en un lado y liquidar a otros; también saben conseguir resultados de corto plazo para dejar conformes a los accionistas.
El problema es que estas bestias hipercompetitivas no son sustentables en el largo plazo. Es mucho el daño que hacen a la organización en cuanto a destrucción de valores, motivación de las personas y sustentabilidad de largo plazo.
Lógica individual
Buena parte del (mal) emprendedorismo de moda está plagada de esta lógica individual del éxito, por eso es terreno tan fértil a las vanidades autosuficientes y mesiánicas. Hay formas de liderar que colocan estas cualidades como centrales y terminan dañando equipos y generando lógicas de negociación interna en donde las argumentaciones vuelan como dagas por los aires. Linda fórmula para minar una oficina.
Felizmente, la humildad que permite el poder trabajar en conjunto está siendo cada vez más valorada por algunas consultoras y áreas de recursos humanos y por las empresas que buscan innovar. Es que al final del día la gente quiere que gente normal las lidere. Líderes que puedan hacerse cargo, pero que no sean una carga para los colaboradores, que pasan gran parte de sus vidas compartiendo su valioso tiempo con jefes déspotas, autoritarios, miserables que no les interesa un comino lo que le sucede al otro.
Quizás esa sea la clave de profesionales de disciplinas tan solitarias como Federer o Nadal: su altísima capacidad para competir aprendiendo del otro. Pocos días atrás, después de ganarle a Roger Federer en Roland Garros, lo que lo llevaría a obtener ese título por duodécima vez en tan solo quince años, Rafael Nadal dijo: "quiero felicitar a Roger, es increíble que con 37 años mantenga este nivel. Es probablemente el mejor jugador de la historia, siempre es un placer jugar contra él".
Federer señaló que en arcilla "no hay nadie que pueda acercarse a cómo juega Nadal. Ni siquiera sé a quién tengo que ir a buscar para entrenar que lo imite y juegue parecido a él". Nadal respondió: "Yo tampoco encuentro a nadie como Federer para entrenar, y menos mal que no hay dos como él".
El placer de competir durante quince años respetando y valorando al otro. Formas civilizadas de alcanzar la excelencia en la convivencia. Formas civilizadas de ser humanos.
Nicolás Isola es PhD y consultor en Desarrollo Humano; Andrés Hatum es PhD y profesor de la UTDT
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