Aerolíneas, única en el cielo
Además de mantener una estructura ineficiente y ofrecer privilegios para pocos, la línea aérea de bandera está exterminando a otras empresas del sector
En nuestro editorial publicado el 6 de mayo pasado con el título "El transporte aéreo en riesgo de monopolización estatal", decíamos: "En el caso de que las políticas que tratamos en esta columna no sean corregidas, el mercado aéreo argentino estará servido por una Aerolíneas Argentinas carente de competencia, con tarifas más altas, menor conectividad, peor calidad y mayor subsidio estatal." Lamentablemente hacia allí estamos llegando.
La salida de Latam del mercado argentino obedece a un cúmulo de situaciones adversas. El grupo empresario, con exclusión de las filiales de Brasil y de la Argentina, debió acogerse a la ley de quiebras en los Estados Unidos debido a las pérdidas acumuladas desde marzo pasado. La compañía sufrió el fuerte impacto negativo de la pandemia al igual que toda la actividad aerocomercial en el mundo, pero su decisión de retirarse de la Argentina antes de haberse procesado su concurso en los Estados Unidos refleja la sumatoria de otros factores que incumben solamente a nuestro país. Estos factores que perjudicaron la operación y las finanzas de la filial local de Latam, además del económico, fueron el gremial y el político. En estos tres campos ocurrieron hechos adversos para una empresa que pretendía competir, crecer, aportar valor y generar ganancias para sus accionistas. Desde su aparición en la competencia del cabotaje, se sucedieron obstáculos de todo tipo: discriminación en el uso de las mangas y apoyos en tierra; regulaciones caprichosas; conflictos laborales sin motivo y otros. El aislamiento obligatorio, decretado por el Gobierno, frente a los países servidos por la línea aérea, terminó de convencer al Grupo Latam de que era mejor salir de la Argentina.
Desde que fue reestatizada en 2008, Aerolíneas Argentinas ya les ha costado a los contribuyentes entre 5 y 7 mil millones de dólares, un promedio diario de un millón y medio, de los cuales solo una pequeña porción favoreció al desarrollo turístico local. La mayor parte de estas pérdidas ocurren en destinos como Orlando, Cancún, Punta Cana o Miami, utilizados por personas de altos ingresos. Poco se puede justificar el subsidio como cubriendo una finalidad social o estratégica A esas pérdidas, deben sumarse los más de 400 millones de dólares que aún deben abonarse a los antiguos accionistas por el laudo arbitral que condenó a nuestro país por la irregular expropiación de Aerolíneas cuando era propiedad de Marsans.
Cuando asumieron Alberto Fernández y Cristina Kirchner, la Cámpora y el gremio de pilotos, que conduce el kirchnerista Pablo Biró bajo estrictas órdenes de Mariano Recalde, decidieron que Pablo Ceriani fuera designado presidente de Aerolíneas Argentinas. Apenas se sentó en su despacho, Ceriani advirtió que sería un año difícil para la compañía: los cuatro años de apertura habían bajado la participación de mercado a menos del 65% en vuelos de cabotaje y a menos del 20% en vuelos internacionales. Con la disminución de las tarifas, consecuencia de la competencia de las líneas low cost, la gente viajaba más en avión y exigía menores precios. Varios gobernadores, como los de Corrientes y Santiago del Estero, por ejemplo, agradecíeron la llegada de las low cost, que permitieron mayor conectividad, más frecuencias y mejores precios. A fines de 2019 ya se advertía que mantener algunos destinos internacionales iba a ser insostenible. La gente ya sabia que Aerolíneas perdía mucho dinero y evaluaba la escasa utilidad de ir a dichos destinos, salvo para las decenas de empleados-pasajeros de la empresa que junto con sus familiares ocupaban buena parte de los asientos al Caribe y la Florida.
Desde que fue reestatizada, en 2008, Aerolíneas nos ha costado entre 5000 y 7000 millones de dólares, de los cuales solo una pequeña porción fue al desarrollo turístico del país
A principios de 2020, empezaron los cuestionamientos de propios y extraños porque Aerolíneas Argentinas no iba a ciudades a las que alguna vez supo ir como Villa Gesell, Villa Mercedes o Concordia. Los hubo también por las escasas frecuencias y exorbitantes tarifas a ciudades como Santa Rosa, Catamarca o Formosa. A mediados de enero, Ceriani fue a ver a Recalde planteándole dos alternativas: o Aerolíneas quedaba como única empresa, para lo cual debían dejar de volar las low cost Flybondi y Jetsmart y limitarse la operación de Latam, o Aerolíneas debía adaptarse a la realidad, sincerar sus números y dejar de volar donde más pierde dinero, que es en los vuelos internacionales. Obviamente, la instrucción de Recalde –incluso sin consultar al ministro de Transporte– fue que el cielo debía ser solo para Aerolíneas.
Cuando empezaba a pergeñarse dicho plan, apareció el virus Covid-19, que hizo añicos a la industria aerocomercial y al turismo. Un escenario ideal para Aerolíneas que, ante la salida de Latam, ahora solo debe enfrentar dos competidores que no cuentan con la billetera del Estado ni con los favores sindicales. Estos han prometido colaborar en el proceso siempre y cuando se mantengan, una vez superado el aislamiento, los vuelos al Caribe, concentrando así todo en una única empresa: Aerolíneas Argentinas. La asamblea de fusión por absorción de Austral ya está convocada. El objetivo del monopolio estatal se está logrando. El presidente Alberto Fernández, que dice extrañar a Chávez, tendrá un motivo para suavizar ese sentimiento.
Nos intentarán hacer creer que Aerolíneas Argentinas debe ser mantenida para asegurar la soberanía aerocomercial, que todas las líneas aéreas pierden dinero y que es necesario para difundir los valores de nuestra Nación que Aerolíneas vuele a Punta Cana y Cancún. Mientras tanto dejarán de volar quienes lograron hacerlo por primera vez en las compañías de bajo costo, pero pagarán con sus impuestos la ineficiencia de Su Compañía para su uso por quienes tienen mayor capacidad adquisitiva. Así nuestro país tendrá un servicio aerocomercial deficiente y lleno de privilegios para sus empleados y dirigentes gremiales que ayudaron a exterminar otras fuentes de trabajo en líneas forzadas a retirarse.
LA NACION