Alemania apagó sus últimas tres plantas nucleares y avivó el debate energético en Europa
Es parte de una transición hacia las energías renovables; por el impacto de la guerra en Ucrania otros países aún conservan sus centros atómicos
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PARÍS.– Alemania puso este sábado fin definitivamente a la explotación de la energía nuclear cerrando sus tres últimas centrales. Un cierre que representa el corolario de un largo combate de los ecologistas, que consiguieron convencer a la mayoría de la población. Sin embargo, la crisis energética desatada por la guerra en Ucrania llevó a gran parte de los demás países de la Unión Europea (UE) a seguir apostando por el átomo.
A pesar del estallido de los precios de la electricidad (+32,9% en un año), un capítulo concluyó definitivamente para la primera economía europea con el cierre de sus tres últimas centrales aún en actividad: Neckarwestheim 2, en Bade-Wurtemberg, Isar 2 en Baviera y Emsland en Baja Sajonia. Con una potencia instalada neta a 4GW, producían el 6,3% de la electricidad de todo el país.
“Es el fin de una época”, confirma Christof Timpe, del Oko Institut. Ese centro de investigación especializado en medio ambiente nació del movimiento antinuclear, haciéndose conocer sobre todo por un célebre autoadhesivo: “Atomkraft? Nein, danke”, un estilizado y sonriente sol rojo, con los ojos cerrados, sobre fondo amarillo.
Desde 1961, Alemania puso en servicio 110 instalaciones nucleares comerciales que, en el momento de mayor actividad, produjeron un tercio de la electricidad del país.
“Es el fin de una lucha que marcó el debate político durante varias décadas. Partido de un pequeño movimiento, esa oposición se extendió a ciertas ONG, al partido de los Verdes y terminó institucionalizándose”, afirma Achim Brunnengraber, de la Universidad Libre de Berlín.
Según Stephen Milder, historiador de la Universidad Ludwig-Maximilians de Munich, “para los militantes de la primera hora es un hermoso día, aun cuando el combate, al principio, iba más allá de la sola cuestión de la energía nuclear”. Esa lucha incluía, en efecto, el pacifismo y las armas nucleares.
Los accidentes nucleares de 1979 en Estados Unidos y en Chernobyl en 1986 dieron un nuevo impulso a ese combate con manifestaciones cada vez que circulaba un transporte “castor” (cargado de material nuclear). O en Gorbelen, Baja Sajonia, lugar elegido durante un tiempo como sitio de depósito de desechos radioactivos. Esos accidentes también marcaron un giro para el partido socialdemócrata, que, cuando regresó al poder en 1998 con los ecologistas, inscribió en la ley la salida del nuclear junto con el desarrollo de las energías renovables.
Ese fue el punto de partida de la famosa Energiewende, o modelo de transición energética “a la alemana”. En 2010, la demócrata-cristiana Angela Merkel y sus socios liberales de la coalición de gobierno, renunciaron durante un tiempo a la erradicación de la energía nuclear, para cambiar de posición al año siguiente, después del accidente de Fukushima.
“Los catastróficos acontecimientos en Japón representan una ruptura para el mundo y una ruptura personal”, reconoció Merkel, física de formación. La salida del sistema nuclear fue sellada en ese momento. El gigante industrial Siemens, que había participado en la definición del reactor franco-alemán de tercera generación (EPR), anunció que abandonaba definitivamente ese terreno.
Cambio de modelo
“Entre los accidentes y la cuestión no resuelta de los desechos, los alemanes siempre asociaron lo nuclear con peligro. El país no dispone de armas nucleares y la dimensión estratégica está ausente de los debates. El abandono de la energía nuclear también está muy ligada al cambio de modelo energético más global”, explica Achim Brunnengräber.
Los medios económicos, por su parte, tuvieron dificultades en aceptar la decisión. “No hay consenso completo en el sector de la energía. Se trata de una decisión política, apoyada por una mayoría de la población”, analiza Christof Timpe. Leonhard Birnbaum, dirigente de E.ON, calificó recientemente el fin del nuclear de “error estratégico” en este periodo de guerra en Ucrania y de lucha contra el cambio climático.
La invasión de Ucrania, el fin de las importaciones de hidrocarburos rusos baratos, el temor a los cortes de electricidad y el renacimiento del tema nuclear en cantidad de países a través del mundo han dado nuevos argumentos a los defensores alemanes de esa energía, como la extrema derecha del AfD o los liberales del FDP. Incluso los demócratas cristianos, ahora en la oposición, solicitaron no desmantelar las tres últimas centrales.
“El abandono de la energía nuclear está decidido. Pero el debate sigue”, constata el historiador Stephen Milder, profesor de economía de la energía en RWI Essen. A su juicio, “este abandono se produce en un muy mal momento, pues la electricidad es rara en Europa y la demanda aumentará; sin hablar de las ventajas de la energía nuclear en la lucha contra el calentamiento”.
La perspectiva divide también a los europeos. La cuestión nuclear, particularmente su uso para producir hidrógeno de bajo carbono, es el punto central de un enfrentamiento entre Berlín y París. Un litigio que se infiltra con una rara intensidad en instituciones europeas.
Para Berlín y sus aliados español, luxemburgués o austríaco, solo el hidrógeno verde producido con una electricidad eólica o fotovoltaica es admisible. Inaceptable, responden París y sus amigos, provenientes esencialmente de Europa oriental y central, que apuestan por el átomo para ayudarlos a respetar los Acuerdos de París.
“No usar la energía nuclear, que emite menos carbono que la fotovoltaica o la eólica, es una posición absurda”, repiten los representantes franceses.
Pero, contrariamente a Francia, que obtiene entre el 62% y el 67% de su energía del sector nuclear, en Alemania el argumento climático tiene grandes dificultades para ser escuchado debido al escaso porcentaje que representa la energía nuclear en el mix energético y el discurso repetido por los ecologistas sobre la importancia del abandono de ese tipo de energía para poder desarrollar las energías renovables. “Un argumento que terminó influenciando a otros partidos”, señala Milder.
De hecho, el modelo energético alemán se basa en la salida de sistema nuclear y del carbón “idealmente” en 2030, así como en el desarrollo de la energía eólica, solar y la geotérmica. Alemania ya produce 48% de su electricidad con esas energías limpias y desea alcanzar el 80% en 2030. Un desafío que necesita la instalación de cuatro o cinco nuevas eólicas por día y el equivalente de más de 40 canchas de fútbol de paneles solares cotidianos.
Pero para eso Berlín tendrá que doblegar las resistencias locales, acelerar los procedimientos administrativos, construir grandes líneas de transporte de corriente, así como nuevas centrales llamadas “back-up”, capaces de funcionar a hidrógeno y destinadas a remplazar las muy contaminantes centrales a carbón o gas, que compensan la intermitencia de las instalaciones de energía renovables.
Los defensores de la Energiewende también lo saben. “Será muy complicado alcanzar los objetivos de protección del clima fijados para 2030. La verdad es que la guerra de Ucrania cambió todo”, afirma Christof Timpe.
Todo a tal punto que desde que comenzó la guerra la cuestión del átomo volvió a suscitar un vivo debate en la opinión pública. Según las últimas encuestas, “65% de los alemanes ahora se oponen a un cese total de la energía nuclear”.
“Más de la mitad (59%) de las personas interrogadas piensan que es un error, mientras que solo 34% cree que es bueno”, indica un sondeo citado por la agencia France-Presse.
Y si bien para Steffi Lemke, la ministra de Medio Ambiente alemana, el cierre definitivo es benéfico “sobre todo en cuanto a la gestión de los desechos”, los liberales del FDP —miembros de la coalición de gobierno— desean que “las centrales nucleares sean mantenidas como solución de repliegue en caso en que fueran necesarias ulteriormente”.
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