Chile se acerca al balotaje con un Kast confiado en su ventaja y Jara con un giro a un modo más agresivo
La migración y la seguridad se instalaron como los dos temas que definirán la elección; las encuestas anticipan un triunfo holgado de la derecha
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SANTIAGO, Chile.— En Santiago cuesta detectar a simple vista el clima electoral: la ausencia de afiches y carteles —prohibidos por ley— le da a la ciudad una calma casi engañosa. Pero detrás de esa superficie silenciosa, los chilenos están profundamente comprometidos con el proceso, como lo mostró la participación del 85,3% en la primera vuelta.
Este domingo 14 de diciembre volverán a las urnas para elegir a su próximo presidente en un balotaje que enfrenta dos proyectos de país antagónicos: el de José Antonio Kast, representante de la derecha conservadora, y el de la comunista Jeannette Jara. Será una elección dominada por los dos ejes que concentran hoy la atención pública —la seguridad y la migración— mientras que otros factores, como el desgaste económico de más de una década y la frustración post estallido social, quedan en un segundo plano del debate.
“La migración y la seguridad definirán la elección”, asegura a LA NACION Lucía Dammert, una de las expertas en seguridad más reconocidas de América Latina. Ambos temas, convertidos en los polos de la discusión pública, reforzaron las posiciones y los límites de cada candidatura.
Aunque Jara obtuvo la primera mayoría en la primera vuelta (26,8% frente al 23,9% de Kast), el republicano salió de esa noche fortalecido. Logró convertirse rápidamente en el abanderado de “las tres derechas” tras sumar el apoyo inmediato de Evelyn Matthei (12%), de la derecha tradicional, y del libertario Johannes Kaiser (13,9%). Ese cierre de filas explica, en buena medida, por qué el camino de Jara se volvió tan empinado.
En diálogo con LA NACION, Rodrigo Arellano, vicedecano de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo, destaca que Kast mantuvo una campaña “muy consistente” en torno a los ejes de seguridad y empleo, pero con un matiz nuevo respecto de 2021: señales de gobernabilidad. Al incorporar sensibilidades que antes no lo habían respaldado, logró proyectar una imagen de liderazgo más amplio que hoy se traduce en un bloque sólido de apoyo.
Las encuestas reflejan ese escenario. La última medición de Plaza Pública Cadem antes de la veda de 15 días proyecta un 58% para Kast contra un 42% para Jara, una brecha de 16 puntos. Un sondeo de Active Research ofrece cifras casi idénticas: 58,9% para Kast y 41,1% para la candidata oficialista.
La mayoría, además, afirma estar decidida a sufragar y casi nueve de cada diez aseguran que acudirán a votar el domingo, un dato que refuerza la sensación de un electorado movilizado y con posiciones ya consolidadas.
Ese clima se percibe también en la calle. Jorge, empresario de tecnología de 51 años, frena frente a la estación de metro Los Leones para limpiar sus anteojos. Está apurado, pero igual se detiene a explicar por qué votará por Kast. Habla de una inseguridad que, según él, está “desbordada” y de una delincuencia que, asegura, cambió de naturaleza: “Antes había robos, sí, pero no asesinatos casi todos los días, no estos desmembramientos, estos cuerpos quemados”.
Aclara que su exmujer es ecuatoriana y su actual pareja, brasileña, y rechaza que su voto sea xenófobo: “Con la llegada masiva de venezolanos por el norte esto se convirtió en cualquier cosa. La violencia mutó”. Añade que la presencia de figuras más extremas, como Kaiser, “le vino bien” a Kast porque lo dejó ubicado en un lugar percibido como más moderado. También rechaza de plano el mote de “nazi” que algunos sectores usan para referirse al candidato.
El mensaje de Kast se ordena alrededor de una promesa central: “Chile volverá a ser un país seguro”. Sobre esa consigna construyó la idea de un “gobierno de emergencia” contra la delincuencia y el crimen organizado. Propone cárceles de máxima seguridad, penas más duras, terminar con los “narcofunerales”, revisar la legítima defensa y crear fuerzas especiales para “recuperar territorios” bajo control del delito.
En materia migratoria, su Plan Escudo Fronterizo contempla cerrar pasos irregulares, tipificar la migración irregular como delito, masificar deportaciones —incluidos vuelos chárter— y restringir el acceso de indocumentados a salud, educación y vivienda. En un debate reciente, recordó la prensa chilena, Kast advirtió que los extranjeros sin papeles tendrán un plazo acotado para irse “voluntariamente” y que, de lo contrario, serán buscados y expulsados.
En el plano económico, Kast promete “austeridad”: un recorte del gasto fiscal de unos 6000 millones de dólares en 18 meses y una rebaja del impuesto corporativo del 27% al 23% para empresas medianas y grandes, además de alivios tributarios al mercado de capitales. Su entorno habla del “Plan Desafío 90”, un paquete de reformas estructurales a impulsar en los primeros tres meses de gobierno.
Las encuestas muestran hasta qué punto la seguridad se convirtió en el prisma a través del cual buena parte de los chilenos mira la elección. Según Ipsos, ocho de cada diez personas creen que la delincuencia se agravó en el último año y un 73% dice sentirse insegura en su barrio. En los sondeos, la inseguridad desplazó a la desigualdad como principal preocupación pública.
En cuanto a cifras duras, Chile sigue lejos de los picos de violencia de países como Honduras o Ecuador, pero la tendencia cambió. El país, que durante años exhibió una de las tasas de homicidios más bajas de la región, vio duplicarse sus asesinatos por cada 100.000 habitantes respecto de comienzos de la década pasada, con un incremento marcado de delitos violentos vinculados al crimen organizado. El punto más alto se registró en 2022, cuando la tasa llegó a 6,7 homicidios por cada 100.000 habitantes —el nivel más elevado en décadas—, y si bien desde entonces descendió levemente, sigue muy por encima del Chile de comienzos de los años 2010.
La migración también ocupa una parte importante del debate, sobre todo por la percepción de que está asociada al crimen organizado. El número de extranjeros pasó de unos 400.000 en 2014 a cerca de 1,9 millones en 2024; solo en 2023 se estimaban 336.984 personas en situación irregular. Ese crecimiento, concentrado en venezolanos, colombianos y haitianos, coincidió con la irrupción de bandas transnacionales y con un salto en la violencia de los delitos: descuartizamientos, cuerpos calcinados, extorsiones y secuestros que antes no formaban parte del paisaje chileno.
En terreno, la sensación de inseguridad se traduce en escenas cotidianas. Antonia, una empleada doméstica de 43 años que camina por Providencia rumbo a su casa en Puente Alto después de terminar su jornada, cuenta a LA NACION que votará por Kast porque está cansada de las balaceras, que —asegura— “se volvieron más frecuentes desde que familias venezolanas y colombianas se instalaron en el barrio”. Esa mezcla de miedo y hastío es el caldo de cultivo sobre el que crece el apoyo a los discursos de mano dura.
Aun con un escenario favorable para Kast, Jara no bajó los brazos. Lejos de replegarse, decidió endurecer su campaña y disputar cada voto disponible. Desde que pasó a la segunda vuelta, su comando insiste en que “la elección está abierta”, pese a que todas las encuestas digan lo contrario. Y en esta etapa, según Arellano, la candidata introdujo un giro evidente en su estrategia: “Hubo un giro hacia el enfrentamiento”. A su juicio, es la fase “más agresiva” de Jara desde que entró en política: “La Jeannette Jara de la segunda vuelta es muy distinta a la que vimos como ministra o como candidata en primera vuelta”.
Ese viraje se hizo visible en varios momentos. En un video viral, Jara recordó que cuando Kast fue diputado faltó a centenares de sesiones y “cobró millones por hacer casi nada”, una crítica directa a su discurso de austeridad. En los debates de la Archi y de Anatel, lo acusó de representar un riesgo para los derechos de las mujeres, de no saber “construir acuerdos” y de implicar, por su peso legislativo, una concentración de poder peligrosa para la democracia.
Ese temor también aparece entre los votantes de Jara. Mientras pasea por el Mercado Urbano Tobalaba (MUT), Francisca Molina, 25 años, bailarina, asegura que no piensa votar “por un fascista”. Teme una persecución política y siente que la campaña de Kast “manipula las cifras de delincuencia y migración” sin ofrecer “soluciones reales”. Aun así, admite que hay mucho por mejorar. “Quiero vivir sin balas en las paredes, pero también sin un riesgo de muerte cívica”, resume.
Su compañero, Jorge Fredes, 23 años, bailarín y psicólogo, se preocupa por otra dimensión: “El pensamiento de Kast es demasiado conservador”, dice, y destaca los avances del gobierno de Boric en salud mental. “Tengo miedo de que eso vuelva para atrás.”
Para Catalina Torre, 19 años, estudiante de terapia ocupacional, el temor pasa por perder derechos: “Nos da miedo retroceder, perder la posibilidad de opinar. Siento que Kast invalida mucho a la mujer”.
Intentando equilibrar su tono más duro con una oferta concreta, Jara centra su mensaje económico en la idea de “más plata en tu bolsillo”. Propone un “ingreso vital” cercano a los 800 dólares mensuales para los hogares más vulnerables, financiado gradualmente con subsidios a pymes; reducir las cuentas de luz; apoyar el ahorro habitacional de jóvenes de 25 a 40 años; y eliminar la Unidad de Fomento (UF) en salud y educación para evitar aumentos automáticos de cuotas. Promete además un subsidio unificado al empleo para mujeres, jóvenes y adultos mayores, y una ofensiva para reducir las listas de espera en la salud pública.
En seguridad, plantea atacar las finanzas del crimen organizado: levantar el secreto bancario para seguir el dinero del narcotráfico, fortalecer a las policías y reforzar el control de armas.
En el último debate, la candidata anunció que, si llega a la presidencia, renunciará a su militancia en el Partido Comunista, un gesto destinado a disipar temores en el centro político. Sin embargo, la “doble mochila” pesa: por un lado, su identificación de décadas con el PC; por otro, haber sido ministra del Trabajo de Gabriel Boric.
Para Arellano, ser exministra del actual gobierno es “incluso más complejo” que su militancia comunista: Jara carga con un proyecto que prometió cambios fundacionales tras el estallido y terminó, a ojos de muchos chilenos, atrapado en la ineficacia y en reformas a medias.
La incógnita Parisi
La otra gran variable del domingo será el voto obligatorio. La reforma que restableció la obligatoriedad amplió el padrón efectivo e incorporó a segmentos que llevaban años absteniéndose. Analistas en Chile advierten que ese universo es difícil de modelar y que puede introducir sorpresas en los márgenes, aunque no alteraría por sí solo una brecha de dos dígitos.
Sobre el papel, la mayor bolsa disponible son los 2,55 millones de votos de Franco Parisi, tercero en la primera vuelta con casi el 20%. Una consulta interna del Partido de la Gente resolvió, por amplia mayoría, llamar a votar en blanco o nulo en la segunda vuelta. Sin embargo, sondeos no oficiales indican que, en la práctica, la mayoría de los parisistas ya se inclinó por Kast, desoyendo la recomendación de su líder.
Según una medición de Cadem previa a la veda, Kast captaría el 37% de los sufragios de Parisi, Jara el 22% y el 41% restante se declara indeciso.
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