Del cautiverio en Irak a la humillación en Japón
TOKIO.- Los jóvenes civiles japoneses tomados como rehenes en Irak volvieron hace una semana a su país, pero no los aguardaba una cálida bienvenida sino la fría mirada de desaprobación de toda la nación.
Tres de los rehenes, entre ellos una mujer que ayudaba a niños de la calle de Bagdad, aparecieron por televisión hace dos semanas mientras sus captores, cuchillo en mano, amenazaban con degollarlos. Pocos días después de su liberación, aterrizaron en Tokio en el ojo de una tormenta típicamente japonesa. "¡Tuvieron su merecido!", decía una pancarta en el aeropuerto. "¡Son la vergüenza del Japón!", escribió alguien en el sitio de Internet de uno de los ex rehenes, agregando que habían "causado problemas" para todos. El gobierno, para no quedarse atrás, anunció que cobraría a los ex rehenes 6000 dólares en concepto de pasajes aéreos.
Por debajo de la superficie de las ciudades ultramodernas de Japón se anudan los lazos jerárquicos que han regido la nación isleña durante siglos y que, en momento de crisis, invariablemente se reafirman. La transgresión de los ex rehenes fue ignorar las advertencias del gobierno respecto de no viajar a Irak. Pero su pecado, en una sociedad vertical a la que le agrada creer que no tiene diferencias de clases, fue desafiar lo que los nipones llaman "okami" o, literalmente, "lo que está más arriba".
Tratados como delincuentes, los tres ex rehenes optaron por recluirse, convirtiéndose en prisioneros en sus propios hogares. La mujer, Nahoko Takato, fue vista por última vez entrando en la casa de sus padres, con semblante abatido y aturdida por sedantes. Sus familiares la ayudaban a caminar y a inclinar la cabeza ante los periodistas, una reverencia que no quiso significar sino una disculpa a la nación.
Más estrés
El doctor Satoru Saito, el psiquiatra que examinó a los tres ex rehenes, señaló que el estrés que soportan ahora es "mucho mayor" que el que habían experimentado durante su cautiverio en Irak. Cuando les pidió que nombraran, de menor a mayor, los tres momentos más estresantes, los ex rehenes respondieron: cuando fueron secuestrados camino a Bagdad, cuando estuvieron a punto de ser degollados y cuando, a la mañana siguiente de su regreso, vieron un programa por TV y se dieron cuenta de la ola de resentimiento que habían desencadenado en Japón.
Para los irritados japoneses, los primeros tres rehenes, Nahoko Takato, de 34 años, que creó una organización no gubernamental para ayudar a los chicos de la calle iraquíes, Soichiro Koriyama, de 32 años, un fotógrafo independiente, y Noriaki Imai, de 18 años, un periodista independiente, habían procedido de forma egoísta.
Otros dos rehenes liberados en un incidente por separado también fueron considerados culpables.
Ir tras metas personales contrariando al gobierno y causando problemas a Japón fue sencillamente imperdonable. No obstante, los ex rehenes fueron oficialmente elogiados por un gobierno: el de Estados Unidos. "Todos deberían comprender el riesgo que se corre al dirigirse a zonas peligrosas", dijo el secretario de Estado, Colin Powell. "Pero si nadie estuviera dispuesto a correr riesgos, jamás avanzaríamos. El pueblo japonés debería estar orgulloso de contar con ciudadanos como ellos", añadió.
El contraste con la reacción del gobierno japonés fue notable. Las críticas comenzaron inmediatamente después de que los primeros tres civiles fueron secuestrados hace dos semanas. El ministro de Medio Ambiente, Yiriko Koike, les reprochó su "imprudencia".
Aun cuando los secuestradores estaban amenazando con quemar vivos a los rehenes, Yukio Takeuchi, un funcionario de la cancillería japonesa, advirtió: "Cuando se trata de la seguridad y cuando está en juego la vida, me gustaría que tuvieran conciencia del principio básico de la responsabilidad personal". Y después de que las familias de los rehenes pidieron al gobierno que cediera y retirara los 550 soldados de Irak, comenzaron a recibir mensajes hostiles por correo electrónico, fax y cartas.
Cuando dos rehenes dijeron que querían regresar a Irak para continuar con su trabajo, el premier, Junichiro Koizumi, les recomendó indignado que tuvieran "cierto sentido común".
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