El relato de los miles de contagiados de coronavirus es similar: la enfermedad se vive día a día, el malestar puede no existir o ser muy intenso y cada jornada trae algo nuevo: cuando uno cree que empieza a mejorar, vuelve a subir la fiebre o se agudiza la falta de aire.
De la misma manera –gradual y cambiante- es la salida que experimentan los países más golpeados por la pandemia. Pero esta semana algo cambió, todos ellos, desde Italia y España a Estados Unidos, empiezan a ilusionarse con que la etapa de muerte y contagio está camino de terminar. Se abre ahora una nueva fase, la de una nueva normalidad y la de la recuperación económica; será trabajosa y progresiva, pero será también el fin del encierro más estricto.
China, que lleva la delantera en la experiencia de la pandemia, envía, a su vez, algunas señales de que la parálisis económica puede no ser tan catastrófica como algunos especialistas prevén.
La fase dos está en marcha
América latina mira al norte para prepararse y prevenir, en especial la Argentina, Perú, Ecuador o Chile, que aplicaron sus cuarentenas casi a la vez que España, Francia o Gran Bretaña. Y desde allí empiezan a llegar algunos indicios positivos sobre el corto plazo de la pandemia. Para empezar, los que hasta la semana pasada eran los escenarios del horror comienzan a salir de su pesadilla y a pensar, con cautela, en la fase dos de la lucha contra el coronavirus, es decir la etapa de la normalización de la vida y de la reapertura de la economía antes de que se desfonde sin remedio.
España, Italia y también Alemania tienen recorridos similares y ven ya cómo sus curvas de muertos y contagios bajan. No es una caída en picada; es un descenso que a veces se ameseta y a veces vuelve a subir antes de bajar nuevamente.
La curva más obstinada es la de contagios y las autoridades sanitarias de esos tres países advierten que es probable que con la línea de muertos suceda lo que ocurrió en China, que durante varios días, el número de fallecidos se estancó entre 100 y 150.
Los especialistas en epidemiología españoles e italianos resaltan como positivo un dato en particular, la baja del número reproductivo (el promedio de personas que cada infectado puede contagiar): en su punto más alto, en España fue de casi 4 y en Italia, de más de 5; hoy es en el primer país de 0,8 y en el segundo, de 0,9.
El otro epicentro occidental, Estados Unidos, recorre el camino de España e Italia y la Casa Blanca estima que el pico está cerca. El mayor foco, Nueva York, con sus escenas de hospitales en parques, fosas comunes en islas y un altísimo número de muertos diarios, comienza a ver la luz. Por primera vez la cantidad de pacientes en terapia intensiva se redujo; la caída es pequeña -hay 15 pacientes menos- pero a esta altura de la semana pasada el número creía de a 300 por día.
En su conferencia de prensa diaria, el gobernador del estado, Andrew Cuomo, dijo tener un "cauteloso optimismo" y advirtió que la curva neoyorquina "finalmente se está achatando".
Unos días por delante de Nueva York, en Italia y España, funcionarios y dirigentes se permitieron un tono más positivo.
"La curva de contagios señala claramente una situación de decrecimiento", dijo Silvio Brusaferro, director del Instituto Superior de Sanidad. Por su parte, el jefe de gobierno español, Pedro Sánchez, anunció, a mitad de semana, que España había llegado al ansiado pico de muertos y contagios.
Con esos datos, ambos gobiernos empiezan a planificar la segunda fase de su combate al Covid-19. Temerosos de un rebrote que vuelva a poner al sistema sanitario al límite, tanto la administración de Sánchez como la de Giusseppe Conte prefieren postergar la flexibilización de la cuarentena hasta que sus curvas no hayan registrado 14 días de caídas sostenidas.
Y la vuelta a la calle ya tiene fecha, España el 10 de mayo; e Italia, el 3.
En ambos países, el inicio de la nueva normalidad será escalonado y ordenado, ni súbito ni total. El teletrabajo se mantendrá como la opción preferida, habrá turnos en las fábricas, horarios para los comercios, pasaporte inmunológico, máscaras en el transporte público, distanciamiento social en todos lados.
En una decisión que también servirá de modelo para los países que vienen detrás en la curva, ningún gobierno descarta la posibilidad de volver a aplicar las cuarentenas en caso de que las infecciones se disparen nuevamente. Pero eso será el caso extremo. Por ahora, y ante la ausencia de una inmunización masiva (natural o artificial) la pregunta que ellos y otras administraciones buscan desentrañar es cuántos casos de contagio podrán tolerar los sistemas sanitarios por día sin colapsar para no tener que detener la economía ni encerrar a la gente en sus casas nuevamente.
Por delante de España e Italia, Noruega, República Checa, Austria y Dinamarca -que impusieron sus cuarentenas pocos días antes que la Argentina- empezarán a relajar gradualmente las restricciones el lunes mismo, con la apertura de fábricas y comercios.
Estados Unidos, por su parte, se debate aún sobre la fecha. El presidente Trump insiste en el 1° de mayo, mientras que los gobernadores, con Cuomo a la cabeza, advierten que el país y su economía no pueden reanudarse hasta que no haya un afinado sistema de testeo de la inmunidad de los norteamericanos y de monitoreo y rastreo de contagios, una estrategia crítica que también desvela a otras naciones.
Con dinamismo, China marca el paso
¿Cómo reabrir la vida y la economía? Esa es la pregunta que quita el sueño a Occidente y que China ya comienza a responder, con algunas buenas señales para el resto del mundo.
Las barreras comenzaron a levantarse esta semana en Wuhan, corazón del brote en China, y sus residentes se emocionaron al reencontrarse con el aire libre aunque sin bajar su guardia y todavía con muestras de angustia. Los 76 días de encierro dejaron a la ciudad golpeada económica y psicológicamente y con temor a un rebrote. De a poco, volverá a toparse con dejos de normalidad como ya pasa en el resto de las regiones chinas.
Tres de ellas en particular -las poderosas Shanghai, Guangdong y Hebei- empiezan a planificar algo que no solo el resto del país sino del mundo creen improbable en el corto plazo, la reapertura de los colegios. Buscan que sus alumnos estén listos para el "gaokao", el examen final de la secundaria, que atormenta a los jóvenes chinos y es capaz de definir su futuro entero.
Un poco por delante también de esas regiones está Hong Kong, que esta semana comenzó a alejar otro de los fantasmas que agobia al mundo entero, el del rebrote de coronavirus. A mitad de marzo, luego de haber contenido al virus en febrero, se inquietó con un nuevo pico de casos, todos importados. Con un agresivo plan de detección y vigilancia de posibles infectados y de aislamiento de contagiados y sus contactos, logró volver a bajar la curva, ayer registró solo 13 nuevos casos y pudo bajar su número reproducción de 1 (a donde había subido) a 0,7.
A contramano de lo que se espera, China presenta también algunos datos esperanzadores sobre la economía, la otra gran víctima de la pandemia.
Los diagnósticos y pronósticos de los especialistas nos advierten desde hace unas semanas que, aplastadas la demanda y oferta dentro de cada país y entre las naciones, el mundo que nos espera será más pobre, menos productivo, menos interconectado, más endeudado. Pero ciertos números chinos indican que, al menos en el corto plazo, la economía global y las nacionales pueden experimentar un cierto rebote.
Con cautela y a la espera del dato sobre el PBI trimestral, que sale la semana que viene, los economistas ven dos indicadores positivos. Por lo menos el 79% de casi 2,2 millones de pequeñas y medianas empresas ya retomaron sus actividades y los consumidores se sienten más seguros y recuperan la confianza. De acuerdo con un informe de la consultora McKinsey de esta semana, un 70% de los chinos esperan volver a consumir a los niveles pre crisis y hasta las empresas digitales de viajes y reservas registran un aluvión de reservas.
El comportamiento de los consumidores chinos será crítico para vigorizar no solo la demanda en ese país sino en el resto del mundo y para comenzar a reparar la oferta y las cadenas de provisión, cuyo congelamiento hace tambalear la economía global.
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