El dilema electoral repercute en Estados Unidos, donde conviven preocupaciones sobre Massa y Milei
Para Washington el candidato oficialista ofrece familiaridad, pero arrastra un problema de credibilidad; el opositor vende un cambio de rumbo, aunque sin garantías de gobernabilidad
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WASHINGTON.- El mismo dilema que recorre la Argentina de cara al balotaje entre Sergio Massa y Javier Milei repercute en Estados Unidos. Desde la mirada de Washington, Massa ofrece más familiaridad que Milei, pero arrastra un problema de credibilidad, y Milei es un interrogante disruptivo que propone un cambio de rumbo y un techo más alto de reformas que Massa, aunque sin garantías de gobernabilidad. A las preocupaciones por la transición se sumó, por lo bajo, un nuevo temor: que el desenlace se estire más allá del domingo si el resultado es muy ajustado.
Ante una elección cerradísima, quienes siguen los avatares de la Argentina en Washington y en Wall Street aguardan a que caiga la moneda del aire con una ansiedad que refleja a la del país. Para el establishment político y corporativo norteamericano, y los inversores –el “mercado”–, un triunfo de Massa traería la continuidad de lo conocido, aunque sin las reformas que todos creen necesarias. Un triunfo de Milei, el desenlace más disruptivo, abriría la puerta para ese giro, aunque elevaría la tensión social y la incertidumbre, al convertir en realidad la metáfora del “salto al vacío” instalado en la campaña.
“Trump y Bolsonaro reclamaron fraude. Ahora, también un candidato argentino”, fue el último título, en inglés, del New York Times sobre Milei y la denuncia de un “fraude colosal”, sin evidencias, de La Libertad Avanza sobre la elección del 22 de octubre. Una postal del cierre de la campaña.
El caos está lejos del interés de Estados Unidos. Nadie en la Casa Blanca lo dirá abiertamente, pero por conocimiento y afinidad ideológica, y ante el crisol de gobiernos regionales, no debería sorprender si dentro del gobierno de Joe Biden ven con mejores ojos un triunfo de Massa, quien ha tejido un vínculo fluido y directo con Juan González, principal asesor de Biden para América latina. Milei es un simpatizante confeso de Donald Trump y Jair Bolsonaro, crítico del Papa –Biden tiene una foto de Francisco en el Salón Oval–, y su carta de presentación en Estados Unidos fue su entrevista con el ultraderechista Tucker Carlson, crítico acérrimo de Biden. Aunque tuvo invitaciones, Milei nunca visitó Washington en la campaña. Y su retórica incendiaria y su imprevisibilidad son kriptonita para la política y los mercados. Una excepción: figuras republicanas en el Congreso como Ted Cruz, férreo antikirchnerista, quien ya abrió una línea de comunicación con el libertario.
Pero si bien Massa ha cultivado amplia red de contactos en Estados Unidos en sus décadas de carrera política hacia lo más alto del poder, quemó varios cartuchos en su gestión en el Ministerio de Economía, sobre todo en la campaña. El Fondo Monetario Internacional (FMI) marcó en sus últimas revisiones los desvíos de la política económica –aunque los avaló–, y dijo que el “plan platita” agravó los problemas del país. El Tesoro ha dado señales nítidas de hartazgo, eclipsadas por el respaldo de la Casa Blanca. Milei arranca de cero, trae de aliado a Mauricio Macri, quien siempre fue muy bien visto en Estados Unidos, y ofrece, a priori, y dejando de lado la dolarización –ampliamente cuestionada en Washington–, un abanico de reformas más ancho y amplio que Massa, cercanas al menú de recetas neoliberal.
“En Washington hay mucha incomodidad”, sintetiza Alejandro Werner, director del Americas Institute de la Universidad Georgetown. “Dados los últimos dieciocho meses y el manejo de la política económica, extrapolan eso y ven que Massa no es la persona que va a atacar los problemas de fondo. Va a operar para mantener el sistema. Es la lógica de que todo se soluciona con una buena cosecha, llenar el tanque para poder llegar a la próxima elección y un año más y ver qué pasa, con algunos ajustes, pero sin un rearmado el automóvil. Esa es la preocupación. Y con Milei, la preocupación es la gobernabilidad y la dolarización. Hay una alineación importante en visión económica, un ajuste importante, apertura de la economía, más espacio al sector privado, pero dudas de la capacidad de gobernabilidad y la insistencia en dolarizar en una economía sin dólares. Es poner lo financiero delante de lo estructural”, completó.
El fin del ciclo electoral abrirá automáticamente una nueva negociación con el Fondo. Con el programa vigente virtualmente caído, la discusión arrancará desde cero. Gane quien gane, difícilmente el Fondo mantenga la laxitud de los últimos años. Rodrigo Valdés, director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, reiteró antes de las elecciones el pedido de un plan “sólido y creíble”, con un fuerte respaldo político. Y recalcó que la dolarización “no sustituye a política macroeconómicas sólidas”. Jay Shambaugh, subsecretario para Asuntos Internacionales del Tesoro y un colaborador de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, dijo en un discurso en septiembre que el Fondo “debe estar dispuesto a retirarse si un país no toma las medidas necesarias” para ser eficaz, un mensaje unívocamente leído como un punto aparte con la Argentina.
Ante ese panorama, Werner cree que el Fondo ahora pedirá que se aplique una lista de medidas más amplia antes llevar cualquier acuerdo al board. Y sólo refinanciará vencimientos, sin poner plata fresca.
La negociación arrancará bajo una enorme presión, y no solo por la fragilidad y el deterioro de la economía argentina: para cerrar un nuevo programa, la Argentina debe estar al día en los pagos con el Fondo. Si la Argentina se atrasa en los próximos vencimientos –“arreas”, en la jerga del organismo–, deberá conseguir los dólares para pagar y después cerrar con el Fondo. En enero y diciembre, la Argentina tiene que pagar casi 4000 millones de dólares. Conseguir ese dinero para cerrar la negociación y comenzar a encarrilar la economía será una de las primeras tareas que deberá encarar el próximo gobierno.
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