Italia, en la hora de las decisiones valientes
MILAN.- El Partido del Pueblo de la Libertad (PDL) y el opositor Partido Democrático (PD) saben que si deciden (como parece posible) dar vida en Italia, junto con el Tercer Polo, a un gobierno presidido por Mario Monti, deberán pagar un precio altísimo. Con sus respectivos sí, comprensiblemente duros y atormentados, encararían con gran coraje un camino nuevo y colmado de incógnitas.
Pero demostrarían que la política, la vituperada y maltratada política, pudo por una vez -la más importante- anteponer el bien común a los intereses comerciales.
El PDL y el PD están en la encrucijada más difícil de su historia. Cargan con el peso de un programa impopular, pero virtuoso, en línea con las apremiantes indicaciones europeas, y también con la tarea de implementar urgentes reformas estructurales y liberalizadoras. Saben bien qué los espera.
Vivirán un violento terremoto interno. Verán cómo se hacen pedazos alineamientos y alianzas. Enfrentarán la revuelta de una parte consistente de sus electorados. Pasarán un año lleno de peligros y trampas. Pero cosecharán el mérito histórico de haber salvado a Italia del precipicio en el que, nunca como ahora, corre el riesgo de caer.
En estos días, Italia vive una revolución de resultados imprevisibles. El anuncio de la dimisión del primer ministro, Silvio Berlusconi, volvió a mezclar todas las cartas. El espectro del default obliga a todos los protagonistas -los partidos políticos, los medios, la economía, las instituciones y la sociedad- a despertarse del letargo al que se han acostumbrado. Ese espectro está alterando nuestro sistema político y nuestras categorías conceptuales.
Un gobierno de "gran coalición" es sin duda una anomalía democrática. Pero también lo era esa coalición alemana que entre 2005 y 2009 reunió a demócratas cristianos y socialdemócratas en un antinatural abrazo que duró casi una legislatura.
Cuando Winston Churchill creó en la década de 1940 un gobierno que prometía "sangre, sudor y lágrimas", exigió que ese gobierno fuera de unidad nacional, incluso en esa Gran Bretaña que fue patria de la bipolaridad y la alternancia.
Es cierto que era época de guerra. Pero también el fracaso de Italia y su marginación de Europa son perspectivas contra las que es necesario luchar una guerra que implicará costos muy dolorosos.
Si después la Liga Norte e Italia de los Valores se disocian por privilegiar el egoísmo partidario por encima del interés nacional, el PDL y el PD podrán adjudicarse el mérito de haber tenido un papel importante en medio del huracán: un año de sacrificio, pero con la perspectiva de restablecer las condiciones para una sana competencia democrática, en una Italia que encontró una vía de salida de la tempestad económica y un camino para recuperar el crecimiento con una receta que ni un gobierno de centroderecha ni uno de centroizquierda podrían llevar a la práctica.
En lo inmediato, ambos partidos tendrían mucho que ganar de una negativa. El PDL podrá acallar el devastador malhumor que envenena el partido tras la salida de escena de su líder. No se vería obligado a ingerir remedios muy amargos y salvaguardaría la alianza con la Liga Norte.
El PD podría embarcarse en una campaña con notables posibilidades de salir victorioso. No se comprometería con una política de sacrificio que la oposición calificaría gustosa con el rótulo de "carnicería social".
Por eso, si eligieran el camino más difícil, ese hacia el que Berlusconi trata de llevar a su propio partido, el PDL y el PD deberían estar acompañados del mayor respeto, incluso de los que comentan las cosas políticas, y que no debe evaluarse con ese ingrediente esencial de la política democrática que es el consenso.
El gobierno político (no "técnico") que podrían generar requeriría una responsabilidad excepcional en condiciones excepcionales. Una tarea que tal vez tenga poco reconocimiento, pero que representará una inusual dedicación al bien común. Un regalo inesperado, un giro obligado.
Traducción de Mirta Rosenberg
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