La inocencia se volvió furia en la "segunda revolución"
En la plaza Tahrir se vive un clima muy distinto al de hace nueve meses
EL CAIRO.- El movimiento que hoy ocupa la plaza Tahrir ya no es como el que fundó la llamada "república de Tahrir", en enero pasado, cuando luchaban por derrocar al dictador Hosni Mubarak. Hay diferencias en el nivel de organización, en la cantidad de gente que participa y, tal vez lo más importante, en la actitud con la que la mayoría enfrenta el conflicto.
Muchos de los participantes aseguran que se trata de una "segunda revolución", que, como está en sus primeros días, se halla en proceso de construcción y que eventualmente alcanzará una convocatoria masiva y un desarrollo similar. Es posible. Lo que ya no volverá a tener, sin embargo, es la ingenuidad que caracterizó al invierno pasado en Egipto. La inocencia se perdió.
Como entonces, ahora se percibe un enorme deseo de hacer cosas, de contribuir de la forma en que se pueda. En la "república" de aquellos días, miles de voluntarios se presentaban espontáneamente para formar sólidos cordones de seguridad que controlaban el acceso a la plaza y distribuir carpas, mantas, ropa, bebidas y alimentos donados por los cairotas de las clases media y alta.
También organizaban actividades culturales y de entretenimiento, coordinaban los campamentos, las listas de oradores, encontraban cualquier bolsa para recoger basura e improvisaban puntos de primeros auxilios y una clínica.
Hoy, la actividad más importante parece ser "pelear y atender a los combatientes", como expresa la joven pediatra Asmaa Iskandar, una de las médicas voluntarias. La defensa de la plaza se alterna con la presión sobre los policías militarizados que protegen el Ministerio del Interior.
Ante el uso indiscriminado que ellos hacen de balas de acero recubiertas de caucho, de perdigones de caza y de gases lacrimógenos que, al atacar el sistema nervioso, provocan desmayos y convulsiones en la gente, los opositores se vieron obligados a crear un sistema de transporte de heridos a través de áreas estrechas, donde la violencia de los enfrentamientos y la densidad de la multitud impiden que pasen las ambulancias convencionales.
Víctimas
Vallas humanas forman corredores por donde voluntarios con motocicletas van a toda velocidad cargando en sus espaldas a las víctimas, que a su vez son auxiliadas por una tercera persona que las sostiene si fueron afectadas por ese gas incapacitante. Las llevan hasta sitios en la plaza, donde las reciben para darles tratamiento de emergencia e intentar hacerlas reaccionar, antes de canalizar los casos más graves en los hospitales.
En el punto médico donde empieza la avenida Tahrir uno puede ver llegar hasta 10 motos por minuto al mediar la tarde, todas con un herido. "Nos trajeron a chicos sólo para verlos morir", dice Asmaa. "Ese gas es asesino." La calidad de estas "clínicas" de ahora, sin embargo, no alcanzó a la de las instaladas en febrero, que llegaron a estar bastante bien organizadas y dotadas de personal y medicamentos.
También es cierto que el ataque de policías paramilitares y soldados el domingo pasado, cuando conquistaron la plaza a base de disparos y gases -con un saldo todavía indeterminado de muertes-, arrasó con todas las incipientes estructuras que habían levantado.
En general, el ambiente es distinto. La "república" de Tahrir de hace nueve meses, a pesar de la violencia de aquel momento, era mucho más confiada y optimista.
"Creíamos en los egipcios, y los soldados son egipcios", explica John Paul Barghouti, hijo de músicos y contador de profesión que colabora con el manejo e instalación de aparatos de sonido. "Ahora sabemos que nos traicionaron."
A principios de año, este movimiento tenía una gran carga de ingenuidad. La opresión militar se la quitó: incidentes como la masacre de cristianos a la orilla del Nilo, donde murieron 28 personas el 9 de octubre, o la aplicación de "exámenes de virginidad" a jóvenes detenidas consternaron a muchos.
Otros que se negaban a dejar de creer en el ejército terminaron por hacerlo ante la violencia de estos días. El optimismo dejó paso a la amargura. La multitud de la plaza Tahrir dejó de ser festiva: ahora se siente una enorme tensión, que con frecuencia da paso a brotes de agresión que no pocas veces se dirigen contra los periodistas extranjeros, acusados por el régimen de ser espías enemigos.
"¡Perdona, perdona por favor!", dicen algunos que tratan de enmendar el gesto violento de sus compañeros. El pasaporte mexicano parece gustarles, o al menos no genera sospechas. "Camina tranquilo, haz tu trabajo", recomiendan amablemente. "Pero ten cuidado. Nos hemos vuelto suspicaces. Ya no sabemos confiar."
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