Ayer y hoy. Mark Spitz: el héroe de las medallas doradas
1972
A Mark Spitz le bastaron ocho días para pulverizar los cronómetros y conseguir siete medallas de oro y siete récords mundiales. Su hazaña, que tuvo lugar en los Juegos Olímpicos de Munich, no se ha vuelto a repetir desde entonces y lo coronó como el nadador más rápido de todos los tiempos y como uno de los mejores atletas de la historia.
Fue el primero en los 100 y los 200 metros estilo libre, en los 100 y los 200 metros mariposa, en el relevo libre de los 400 y los 800 metros y en los 400 metros combinados.
Mark Andrew (ése es su nombre completo) nació en Modesto, California, en 1950 y llevaba años preparándose para darle una sorpresa de ese calibre al mundo del deporte.
Su padre le enseñó a nadar cuando cumplió dos años y desde muy temprano le inculcó que lo único que importaba era ser el primero.
A los 17 años, en los Juegos Panamericanos de Winnipeg (Canadá), en 1967, ganó cinco medallas de oro y un año más tarde, en los Olímpicos de México, confirmó su talento al obtener dos medallas de oro, una de plata y una de bronce.
El 5 de septiembre de 1972, horas después de que terminara su última carrera en Munich, un comando palestino irrumpió en la villa olímpica, asesinó a dos miembros de la delegación israelí y tomó como rehenes a otros nueve deportistas judíos. La tragedia conmovió al mundo. Spitz, de origen judío, abandonó Alemania y viajó a Londres. Muchos lo criticaron por estar más interesado en su posterior carrera como actor e icono publicitario que en los nueve rehenes, que murieron después en un frustrado intento de rescate.
Sin embargo, la mala prensa no evitó que fuera recibido como un héroe en Estados Unidos. Mientras ganaba medallas y acumulaba premios en todo el mundo, Spitz estudió odontología.
En total, el hombre que fue elegido como el mejor nadador del mundo en 1969, 1971 y 1972, ganó 24 campeonatos nacionales e impuso 35 récords mundiales. En 1972, tras haber nadado más de 40.000 kilómetros y haber participado en dos juegos olímpicos, dejó las piscinas. "¿Qué más podría hacer? Me siento como un fabricante de automóviles que ha construido una máquina perfecta", fueron sus palabras en esos momentos. Sólo tenía 22 años.
2006
Después de su retiro, Spitz fue contratado para ser la imagen oficial de numerosas compañías fabricantes de ropa y accesorios deportivos, como Adidas y Speedo. Se dice que así ganó cerca de siete millones de dólares en sólo dos años.
En 1983, ingresó en el Salón de la Fama de los deportistas olímpicos en Estados Unidos. Las mujeres morían por él y fue tentado para actuar en TV y en algunas películas. Pero su fugaz paso por las pantallas fue muy criticado.
Después, durante casi cinco años, se ganó la vida como locutor y luego ejerció como ortodoncista, pero se cansó muy pronto. Se mudó a Los Angeles con su esposa, Suzy Weiner, y construyó una piscina en la parte trasera de su casa para nadar alejado de las cámaras y para enseñarles a sus dos hijos, nacidos en 1981 y 1991.
"De niño, terminé en la natación por ósmosis", le dijo al diario The Washington Post en 1992, cuando quiso clasificarse, sin éxito, para los Juegos Olímpicos de Barcelona (España). "Estuve en un equipo, mejoré, me perfeccioné, me hice grande, luego logré récords mundiales. Nunca tuve la oportunidad de sentarme a reflexionar: ¿qué estaría haciendo si no estuviera haciendo esto?"
Su motivación para ir a Barcelona no fue sólo deportiva. El cineasta Bud Greenspan le ofreció un millón de dólares si clasificaba y filmó con sus cámaras el intento fallido de Spitz de volver al agua. No se rindió, y en los Juegos de Atlanta de 1996 volvió a intentarlo. Pero el niño que había aprendido a nadar antes que a caminar ya no era, ni por lejos, el más rápido del mundo.
Sin embargo, dos de los mejores nadadores de la actualidad lo admiran. Uno, el australiano Ian Thorpe. El otro, el estadounidense Michael Phelps, que quiso romper su récord de siete medallas de oro en Atenas, pero no pudo.
El héroe de las piletas todavía vive en Los Angeles, con su esposa y sus dos hijos, y hasta hace poco fue entrenador del equipo de fútbol de su primogénito, Justin.
Hizo de su hobby de navegar una rentable empresa y les da lecciones de natación a chicos de escasos recursos de su país y a niños judíos en Israel.