
Obama, por la legalización de inmigrantes
Promueve la regularización de indocumentados; son 11 millones
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WASHINGTON.- Por primera vez en los 18 meses que lleva en el poder, Barack Obama abrió la puerta a la regularización de los 11 millones de inmigrantes sin papeles que, se estima, residen en Estados Unidos. Lo hizo al admitir, de hecho, que ya están en el país y que "no hay modo" de deportarlos.
Fue el reconocimiento más importante que Obama hizo, hasta ahora, en la espinosa materia, pero que decidió acompañar con otro igualmente sorprendente: la admisión de que él, por sí solo, no tiene respuesta para el potente clamor de legalidad que emana de esa colectividad que vive en las sombras.
Por eso, pidió "valentía política" a la oposición republicana para aceptar que el sistema migratorio "está quebrado", y para "avanzar" en una respuesta que contemple soluciones reales ante la evidencia de que "no hay modo de reunir y deportar" a los millones de inmigrantes irregulares que habitan en el país.
"Y aunque hubiese manera, su deportación causaría un enorme daño a la sociedad", dijo el mandatario, que se encargó de subrayar que Estados Unidos "es un país de inmigrantes", por lo que llamó a honrar una característica histórica. "Es algo que nos hace diferentes y nos hace fuertes", afirmó.
Largamente esperado por una colectividad a la que prometió respuesta en su primer año de gobierno, el discurso -que llega con seis meses de atraso- pareció un paso adelante de Obama. Pero no fue suficiente.
"La verdad es que nos parece muy bien que diga que hay que buscar una solución. Pero no nos gusta que no ofrezca nada concreto para hacerlo. Que no enuncie, siquiera, una pauta o una fecha de compromiso, algo que sirva para ponerse a trabajar", dijo el director del Foro Nacional de Inmigración, Ali Noorani.
La oposición republicana no pareció muy dispuesta a recoger el guante. "Que el presidente primero asegure la frontera con México y después hablamos", dijo el senador republicano por Arizona Jon Kyl, con lo que expresó una posición extendida entre sus correligionarios.
Obama sabe que la reforma integral que procura no puede avanzar sin el voto de los republicanos. Pero a diferencia de lo que ocurría meses atrás, cuando parecían más dispuestos a negociar, ahora han cambiado de posición y se niegan a sentarse a la mesa sin que antes el mandatario refuerce el control migratorio en la frontera.
Incluso el moderado John McCain, que hasta hace poco era promotor de una reforma negociada, ahora ha cambiado de posición, presionado -sin duda- por los hechos que conmueven a su Arizona natal, donde la gobernadora Jan Brewer aprobó una norma que criminaliza la inmigración irregular.
Cuestión de fe
Cargado de sentido común, el discurso no sólo no pareció bastar para satisfacer a asociaciones de inmigrantes y a los republicanos, sino que, además, enervó a ideólogos conservadores del Tea Party .
"¿Qué es eso de que «ser norteamericano no es una cuestión de nacimiento y de sangre sino de fe»? ¿Cómo puede decir el presidente esa barbaridad? ¿Con qué nos quiere engañar ahora?", bramó el popular comentador radial Rush Limbaugh, uno de los ideólogos más escuchados del movimiento opositor Tea Party .
Aludió así la emotiva frase de Obama ("Ser ciudadano de Estados Unidos es una cuestión de fe, de compartir valores"), con la que intentó situar el debate de la reforma en una instancia de compromiso más allá de conveniencias partidarias.
El problema es que, con las elecciones de noviembre a la vista, los republicanos, que se sienten ganadores, no quieren arriesgar posibilidades. Y Obama, que se siente perdedor, intenta hacer un guiño a la comunidad hispana, que espera desde hace meses una solución.
La demora de Obama no es un riesgo menor: después de México, Estados Unidos es el segundo país del mundo con gran cantidad de hispanohablantes: más de 50 millones de personas. Lo que implica que uno de cada seis habitantes habla esa lengua.
La regularización en la que pide trabajar Obama no significa una amnistía. "Los inmigrantes [que ingresaron de modo irregular] deberán aprender que ser norteamericano implica derechos, pero también deberes. Deberán pagar impuestos atrasados, pagar una multa y aprender inglés", dijo Obama. Esbozó así los requerimientos de un plan similar que, en su momento, propuso el ex presidente George W. Bush y al que, en campaña, defendió McCain. Pero todo eso parece borrado con el codo y ningún republicano lo apoya ahora.
Obama y los demócratas "tomaron la decisión estratégica de dejar la inmigración de lado en el comienzo de su gobierno y ahora admiten que ni siquiera pueden proponer legislación sin nosotros", cuestionó el también republicano John Cornyn.
Había enorme expectativa ayer por el discurso de Obama. Lo menos que esperaban los inmigrantes era que denunciara la legislación "racista" de Arizona y que propusiera un plan para avanzar en la reforma integral. Pero eso no ocurrió. "Fue un buen discurso, pero los buenos discursos no alcanzan", sintetizó José Ramos, periodista estrella de Univisión, la cadena hispana en Estados Unidos.
En cambio, el presidente optó por reconocer que el actual sistema de inmigración "está roto", lo que lleva a estados y entidades locales a abordar la cuestión con leyes propias, como hizo Arizona.
Se mostró comprensivo con la pérdida de paciencia de las organizaciones locales ante la inacción del gobierno federal y el Congreso, y alertó sobre el peligro y la injusticia que supone que cada estado regule una cuestión tan delicada por su cuenta. Pero lo hizo sin dar una propuesta concreta para salir del atolladero.
Y fue entonces cuando su elocuencia empezó a sonar a poco.
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