
Guerra de pandillas, tiros, botellas rotas, rimas filosas... De Villa Caraza a Fuerte Apache, cientos de banditas traducen y adaptan los rituales de la cultura rapera mundial.
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"¿Te gustan las peleas de raperos?" Ella es jipjopera, tiene sus pantalones anchos, trencitas y visera pero no se parece en casi nada más a Emme. Levanto la vista, abro los ojos todo lo que puedo. Miro. En una fracción de segundo la Organización del Oeste y los Aliados del Sur, empiezan a terminar una batalla que se disparó hace años en un micrófono. No estamos en el tugurio estilizado de Detroit que muestra 8 Mile, la película de Eminem, sino en los mismísimos camarines de Cemento.
"Somos una clicka, una crew, una banda de raperos ¿entendés?", agita Chiquito, especie de perro Rottweiler XL como los que se ven en las películas de negros que el cable pone en trasnoche. El es MC -maestro de ceremonia, el portavoz y el más buscado- de los ADS, banda de Quilmes Este. "A veces es necesario aliarse con gente para poder caminar tranquilo. Por ahí a vos te parece estúpido, pero para mí es una manera de preservarme. Y no comerme una bala".
-¿Ustedes están calzados?, le pregunto.
-No te digo que no, porque te estaría mintiendo, dice sin modular, en seco.
La imagen se congela. Arriba del escenario, Doble Impacto, parte del escuadrón del Oeste, deja en claro que si el disc-man que dispara las pistas sobre las que están improvisando no deja de saltar, literalmente, se pudre todo. Este pequeño infierno poco encantador se completa con un colega (al que le gusta mucho el box) que le explica a los niñitos salvajes de Caraza cómo el público le pedía a Mohamed Alí que terminara con sus rivales. "¡Alí, Cumba Ie!; ¡Alí, Cumba Ie!", repite como tarado.
Y las bases se traban. Nada de pleitos verbales estilo Lennon-McCartney, ni de rap agropecuario y contestatario como el de "Los Salieris de Charly". Doble Impacto escupe sus amenazas a capella, le arrebata sus pistas a Dj Black y se va a un costado, donde están los del Oeste, incluido Mustafá, el MC favorito de los sicarios del Fuerte (Apache, claro). La cosa se pone tensa.
El mapa se dibuja: a la izquierda el puñado del Sur, a la derecha el Oeste. El Maestro se para contra la pared, justo atrás del escenario. En la intersección de las puertas de los dos camerinos. Pasa un flaco (Sandoval, de Sudamérica, pichón de Mustafá), y el Maestro usa un viejo truco callejero, rockero, ¿rapero?:
-¿Trajiste mis compacts?
-¿Vos tenés los míos?, retruca Sandoval.
-¡¡Cumba Ie!!, se escucha de atrás...
Los dos disparan su mejor mano, de derecha a la cara. Se pudrió.
El Maestro y la nueva escuela
Esta historia puede repetirse en los suburbios de cualquier metrópolis del mundo. Acaso por una conexión invisible o porque algunas cosas se entienden sin saber idiomas, el rap se convirtió en soundtrack y marca de estilo en las zonas marginales. Once no es el Bronx pero a veces se le parece. Y hasta te diría que el barrio yanki se queda corto ante la agilidad punga corriente en nuestro, digamos, Bronce. El depto donde me recibe el Maestro Jodido (MC, fundador del Clan Caraza, cabecilla del Def-Com Squad y organizador de fiestas en el CBGB) dos meses antes de esa pelea, lo corrobora. Y no sólo por las paredes graffiteadas de punta a punta y los retratos de 2Pac, el músico negro violentamente asesinado a tiros. El dos ambientes es propiedad de la chica antagónicamente parecida a Emme. Esa que me anticipó la violencia rapera como si habláramos de las barras bravas de Morón y Quilmes. El lugar donde intenta criar a su hijito sirve también como aguantadero para el escuadrón del Maestro. El se comporta como anfitrión y cuenta cómo, la noche anterior en una fiesta privada, un amiguito-ladrón se robó la mesa del living. Solo. Mientras todos estaban en sus cosas, digamos. Recién lo vieron por el balcón cuando se cargó la mesa en la espalda para doblar la esquina. Y la rescataron, por supuesto. A las piñas.
En el piso hay una olla con una cucaracha adentro. Un par de tenedores y algunos fideos blancos le hacen de frazada. Y no es el plato del perro. Son las siete de la tarde, pero él recién termina de almorzar. "El rap es la violencia misma", dice y empieza la clase.
En Villa Caraza el Maestro tiene su escuelita. Bueno, en Caraza ya no. Aunque sus comienzos fueron ahí. "Me sacaron a los tiros porque no quería ser un pancho entregado a la vagancia. Se enojaban porque yo no quería ser mulo de ellos y se abusaban de mí y de estos pibes todos los días. Por eso me fui y ya no puedo entrar más. Pero estoy feliz. Porque salí de ahí. Y ellos van a terminar presos o muertos. Mientras yo disfruto de todo esto."
Sus soldados lo siguen hasta una fábrica de aceite abandonada en La Tablada. El lugar se llama La FACA, en el barrio de La Fournier. "Quiero empezar a entrenarlos", me repite el Masta. "Como hacían los Panteras Negras."
La calle es el pupitre donde él da todos los días una cátedra de arquitectura semántica. Cuarenta pibes (la mayoría aspirantes a integrar su clan) forman un aquelarre a la altura de sus hombros y él les deja sus enseñanzas como oscuros cánticos sincopados. Un disc-man baqueteado que escupe bases sobre la vía muerta y todos escuchan. El Maestro es culpable de que la gente del barrio los respetara, los entendiera. ¿Por qué? "Porque les doy un escenario, una oportunidad de tener disco; si están en el Def-Com hasta tienen minitas. El Def-Com les da todo". ¿Y qué enseña el Maestro? "Enseña cómo salir del ghetto", aseguran sus soldiers.
Pero no es el único en esta historia. En todo el país hay, al menos, unas 300 crews activas (o sea, grupos callejeros que reúnen los cuatro elementos básicos del hip hop: MCs, graffiteros, breakers y DJs) y para encontrarlas sólo hace falta pasear por Rivadavia y Yatay en Caballito o por la ex psicobolche Plaza Seca del Teatro San Martín.
Sólo el Def-Com, en su área de influencia -Gerli, Avellaneda, Quilmes, Lanús Este- apaña a cien bandas y solistas que nada tienen de popstars. Muchos de estos se juntaron ahora en La Faca. Destaca "El 4", que para contrarrestar el trastorno bipolar que lo lleva de la extroversión a la depresión, usa el hip hop. Es su único analgésico. "Me mantiene ocupado, pensando en otra cosa. Yo no tomo pastas. Yo pinto, voy a la escuela del Bellas Artes de Belgrano, con todos los caretas y no me como ninguna. Graffitear es una manía para mi, mirá"... y me señala unos tanques de 80 metros de altura que se mantienen erguidos ante la fábrica donde, "hace un par de noches, re escabio y re locos", la ULK (Ultra Limada Krü), un grupo de graffiteros extremos que él lidera marcó sus iniciales en lo alto. Y bajaron sangrado de su hazaña, cortados con vidrios en el apuro por un par de tiros al aire auspiciados por la "seguridad" del lugar.
Los ADS (Aliados del Sur) se jactan de ser la familia gangsta más grande de la actualidad e incluyen al norteño Súper A, bastante más famoso: más de un millón de espectadores lo vieron hacer de tatuador en, atención, la película de Bandana... Otra agrupación, de nombre más punk, Marginalidad Explícita, tiene en sus filas al Chingolo, el mejor raggamuffer de las villas argentas. Un personaje enigmático que muchos dicen que es el hijo descarriado del dueño de los supermercados Coto. Vive como ciruja, posta. Anda día y noche encapuchado y con un bidón de 30 litros como tumbadora, rimando frees (rimas, improvisaciones) callejeros por todos los barrios. Todos. Él, acá, es el alma del rap.
Guerra de guerrillas
Pero los raperos argentos tienen su propia guerra intestina. Sencillamente, una cuestión de barrios: "El Sur es más gangsta. El Oeste es más españolizado, más cultural y competitivo a lo neoyorquino", fanatizan los ADS. "Pero si vas al Oeste encontrás paredes graffiteadas que piden Muerte a los raperos del Sur". Palizas, tramontinas y balas que no sólo salen de la lengua. ¿Mito o verdad? "No, es verdad. Entre el Oeste y el Sur está todo mal. Y eso incluye armas y otras cosas. Pero es como en todos lados", dice el Mago (la promesa de sus calles, de Caraza) como si fuera lo más común del mundo. Bueno, en su mundo, es de lo más común.
Me subo al andén. Hacia la costa Oeste del suburbio. Bien barato, me cuelo en el tren. Línea Sarmiento. Los bombardeos (bombing es la técnica de pintar, por asalto, las iniciales de una banda de rap) se ven de a cientos y compiten con las pintadas de trocha gorda de las paredes que auspician a Patricia Walsh.
Llego hasta Ramos Mejía. A pocas cuadras de la estación, en un maxikiosco, seis o siete crestas punkies cabecean alrededor de un metegol, motivados por las rimas capciosas de Mustafá, el único -y dos veces- campeón de freestyle del underground desde que en 1998 la Organización del Oeste impuso el "rap competitivo".
Así tiro mi estilo y me tiran tiros / soy el áspero peligro del frees / que si emigro de este país abandono a unos pocos / que si entienden mi materia gris, loco / Soy sincero y ustedes mata-rap andan con fierros, contra mí / menos en Moreno, donde el veneno se enamoró de mi talento /trueno, sereno, desde mi zona sueno ¿Quieren ser dueños de lo ajeno? A tal extremo, por dentro, te quemo / que tengo adeptos hasta adentro de tu terreno / Acto de Edipo: Tus tipos tienen mi nombre en tus trapos / Mirá flaco, me andan buscando tus capos / Soy bonaerense, hago rap desde mis campos/ cómodo, piensa: este es mi acento, mi estilo, campeón ¿cómo no?/Yo también fui amateur pero nunca monótono / encendé tu lámpara no seas un títere / no hagas que yo me entere de tu interés / Cuando rimo, suena la campana/ besás la lona/ Suena la alarma, mi estilo roban /¿Sabrán mis sombras que yo las siembro?, creo que sí /entonces: ¿Por qué le sobran astillas a este MC? / Si las encimas de mi flow en semillas di / mis frees los viví / por 8 Mile no estoy acá / a ver a cuántos les da la cara / para ser mi parca.
La corona del under
Años atrás, sus frases hubieran resonado como la adaptación caprichosa de rituales extranjeros. Acá no.
Ya el Sindicato Argentino del Hip Hop firmó hace años con la multinacional Universal. Y, con ese disco en el que cantaba Julieta Ortega, los de Morón ganaron un Grammy Latino. Pero la entrega fue el 11 de septiembre 2001 y el logro pasó desapercibido.
En esos días, el Oeste superaba en convocatoria a cualquier otro grupo y se impuso en las competencias con su hombre, Mustafá: "Hoy todos los que hacen freestyle se quieren medir con Mustafá, sacarse la duda. Yo no tengo dudas de nada. Yo duermo tranquilo, ustedes se van a dormir pensando en mi...", dijo después de sacarse de encima a todos sus contrincantes, y tiro el mic a las tablas. Cualquier coincidencia con una secuencia de las batallas de improvisación de la película de Eminem no son casualidad.
Copando los ranchos
Para los rockeros hay una buena noticia: en las villas los pibes ya no escuchan cumbia villera. Hasta ya no es noticia que Pablo Lescano está haciendo bases de rap y probándolas en las bailantas. Mustafá camina por Fuerte Apache con las manos en los bolsillos y yo voy detrás de él. Tiene algo de hippie pendenciero. Me cuenta que hace más de siete meses que va a un neurólogo porque tiene un tic en el ojo izquierdo. "Del stress" ¿De qué? "De tanto pensar cómo hacer mis rimas".
En la primer esquina que dobla, la muchachada lo reconoce: "¡Eh, rapero, vení!, ¿Cómo se llama lo que hace’ vo’?", dice uno de ellos, y apura a otro de sus secuaces con un sencillito: "¡Copate con el ruido de la boca, guacho!". Suena la base del beat-box precario y Mustafá propone su métrica burlona.
Cruza al barrio San Enrique. Casa de Sandoval, "la promesa del underground", según Mustafá. Tiene 19 años y rapea como condenado. Todos los días. Vive a cinco cuadras del lugar donde "Chiche" Gelblung dijo "descubrir" gente comiendo de los basurales. "Cinturoneando", según Sandoval. Él nos lleva a unas cuadras de su casa. Al toque, ahí en una esquina del G.C. (como le dicen ellos al humildísimo González Catan) se juntan guachines de todas las edades como en cualquier esquina... pero para hacer breakdance. Pibitos bailando a lo Michael ‘83, girando sobre su cuello en alfombras de cartones, descalzos. Combinación de capoeira suburbano y break tercermundista. Alto style. "Los más chicos se re flashean con nosotros", dice Sandoval. ¿No juegan más al fútbol? "Es que el break es mucho más divertido, el fútbol ya me aburrió", dice uno que acusa 10 años y parece de 6. "Acá hay más saltos, más cosas. Practico todo el día en todos lados". Razón por la cual, sus compañeritos de sexto grado le dejan un ojo en compota de vez en cuando. "Se enojan porque me llevo bien con las chicas y mi hermano me lleva a bailar al centro".
Mustafá vuelve, por turbios pasillos, a su casa en Moreno. Su mamá lo recibe con un cariñoso: "¿Qué pensás hacer de tu vida?".
- "¿Y? ¿Qué pensás hacer?", apuro.
-"Ella hace diez años que me lo pregunta y todavía no tengo una respuesta. Esperame un poco".
Lo que sí aprendió a resolver son los problemas que le trae su viejo, que es Policía. El asunto le costo varias palizas y otras tantas corridas. Cuando rapeando le apuntan con eso, replica: "En tus rimas me acusas/ de que mi viejo es un rati/ Pero tus rimas son más ratis que mi viejo".
Y nada de eso le preocupa cuando llega a Fuerte Apache. Sus amigos, gente sencilla y complicada, (¿no sé si se entiende?) son los auténticos dueños de la tierra de nadie. Pasean en BMW, Mercedes Benz y Cherokees 2003, de variados colores. Saliendo del Fuerte, Mustafá dice lo que ve: "En la villa me escuchan rapear y se dan cuenta que eso los representa más. Entienden que el rap muestra el lugar dónde viven, mejor que su cumbiamba villera".
De vuelta en el Sur, el Mago refuerza la idea: "Acá hay grupos de pibes marginales que utilizan el rap como una salida. Por que no es fácil salir de las cosas del barrio. La droga, la delincuencia, la vagancia. Yo ahora podría estar tirado en la esquina, pero no quiero eso. Ya lo tuve. Ahora quiero salir y esto me puede ayudar". También lo ayudan sus apariciones de los sábados en Pasión Tropical (en América 2) cantando cumbia ragga en el Grupo Orange, producido por los hermanos de los Grupos Green, Red y Blue. Y no es un chiste.
"Ahora están saliendo MC’s de estas zonas marginales, muy carenciadas", apuntala el voluminoso Chiquito junto a Calibre y Tonga Kali, los otros MCs de ADS.
"El problema es que terminen diciendo lo mismo que la cumbia", diagnostica Legendario Valentino (ex Geo Ramma, ahora Leeva), el último hijo varón de la familia Spinetta (¿Y quién puede decir que esa no es una clicka?) mientras su hermano mayor, Dante (emblema del hip hop latino) asegura: "Cuando se fue 2 Pac yo creí que el rap se había muerto con él. Pero ahora me doy cuenta de que me equivoqué. Es más… este año explota. Hasta mi viejo escucha rap ahora".
La pose latina
Sigue la clase. "Este un análisis re-básico pero re- importante", explica el Maestro. "¿Por qué en Chile el hip-hop es más masivo que en Argentina? Allá lo llevaron los exiliados políticos cuando terminó la dictadura de Pinochet, a principios de los 90. Y empezaron a mostrarle a la gente de las villas el hip hop por una cuestión de ideologías. Acá llegó con los que tenían plata para conseguirlo". El pasó varios meses en Chile. Grabando, tocando, viviendo. Sabe que allá no va la policía a la puerta de un boliche rapero si hay disturbios, como en el CBGB porteño. "Allá van las fuerzas especiales". La escena se repite en las calles de México, Brasil, Colombia, Panamá, Costa Rica y hasta Uruguay.
Pero para el Maestro: "Nosotros acá tenemos más esencia. Porque allá es masivo, y si es masivo hay más estúpidos. Porque los estúpidos son un porcentaje".
"Aca hay menos infiltrados", es la última frase de ese reportaje y me remacha la cabeza hasta que me paro, sólo, en la puerta del CBGB, un lugar donde por las dudas te conviene agachar la mirada más de una vez. "Acá hay más underground. ¿Se entiende?". Sí, claro.
Chiquito perteneció a Zona Sur Clan. Una crew que hoy está extinguida pero que fue la primer pandilla argentina. "Todavía me buscan para ajusticiarme. Mis letras lo dicen. Quién me puede negar que mi vida no tiene algo que ver con la de 50 Cent, que sale a dar sus shows con chaleco anti-balas. Si yo lo hago acá, dicen: Mra, se cree la del gangsta, pero te juro por Dios que tengo que saltar paredes, porque si no me mata una pandilla de rapperos".
Para la leyenda queda la historia de Encontra del Hombre. "Eran de Quilmes y vivían como decían en sus letras", dice el Maestro. Eran grandes relatores del barrio y en la calle todos dicen que fue el primer grupo de gangsta argento. La crudeza lírica de sus tres (y hasta cinco) MCs y el scratch a toda velocidad de Dj Black, se hicieron ilustres muy rápido en el underground. Grabaron un tema en el disco debut de Actitud María Marta (Acorralar a la Bestia, 1996) junto a Sindicato (hasta ahora la única vez que una crew del Oeste y otra del Sur grabaron juntas), dos temas en el primer compilado Nación Hip-Hop (editado por la multinacional Sony y producido por el entonces Soda Stereo Zeta Bosio), y se separaron. "Nunca ensayábamos, nos pasábamos el día en la esquina, tomando, fumando mota y haciendo rimas", dice Dj Black. Ese era todo el asunto. ¿Qué paso después? "Poca plata, muchos problemas. Sobre todo con la ley".
En el Oeste estas cosas no pasaban. Hasta fines de los 90. "Ahora en mi cuadra viven 35 raperos. Buscá una cuadra en Argentina que tenga 35 raperos como la mía. ¿Cómo no voy a estar orgulloso de eso? Mi orgullo se fundamenta", dice Mustafá. "En el Oeste no hay un cacique somos todos indios. Pero si a la gente del Fuerte le vas a hablar mal de Mustafá, seguro que te van a reventar la cabeza a tiros, pero porque es Fuerte Apache, es su estilo de vida. No sale de una película".
"Acá no somos gangsta de traje", dice el Maestro. "Es otra realidad, estamos en el tercer mundo y vivimos peor que los negros del Bronx o de Harlem. Y no es por hacer una comparación peliculera: Andate a los ghettos de acá, loco ¿Sabes lo que son?. En Argentina ser rapero es jevi ¿Por qué te crees que nos sentimos seguros en cualquier villa?"
Ahora hay nuevos problemas en el guetto. "Los ADS ahora paran en Style (el boliche rappero del 2004, en Belgrano). Nos hacen esta después de que nosotros le dimos todo en el CBGB. El sur se está desmembrando, pero el Def-Com no va a transar porque se la aguanta. No vivimos otra vida que no sea la del hip-hop, no nos juntamos con otra gente. No tenemos dos caras. Y a los que son así... faca".
La cosa se pone espesa.
"¿Quién dice que no puedo hacer gangsta rap?", dice Chiquito mirándome fijo, tranquilo, pero incómodo. "Loco, yo tengo que estar con cuidado porque viene un auto y de adentro me tiran a matar. Quién me puede negar eso. Nadie. Hoy me dijeron que me venían a buscar de fierro. Gente del Oeste. Allá estoy amenazado", arremete en mi oído cuando lo cruzo -aquella noche- en la puerta de Cemento. Todos los ADS (que por esos días todavía se mezclaban con el Def-Com) le cubrían la espalda sentados en el cordón, compartiendo un vino mixturado con jugo barato en una jarra hecha con media botella de plástico.
Adentro, todos dicen que hoy pierden los del Oeste. Por bocones, porque se meten en un personaje cuando suben al escenario. En el camerino, por ahora, sólo se murmura sobre cómo "Gendarmería copó los barrios".
"¡Eh, Rollinestón! Todo bien... ¿Queré’ la bolsa?", dice el Mago. Exhala a medida que levanta la cabeza. El tolueno le sale por la boca y los dos agujeros de la nariz, al mismo tiempo, mezclado con el humo del cigarrillo. Le hago señas de que no y vuelve a lo suyo. Mi grabador está ahí metido, esperando que alguno mate a otro para que esta nota salga publicada. Un segundo y se pudre. "¡Dale guacho!, que lo’ cortamo’ todo", dice unos de los de Caraza. Dos guachines de 14 o 15 años, degüellan botellas estrellándolas contra las paredes y afilan los vidrios contra la mesa dura. Pico en mano, se meten a cortar carne en el bardo. Rápido. Esto no es el Counter-Strike. Tampoco una película de Spike Lee. Como sea, todos están (estamos) en un problema. Los golpes son retornables. Chiquito secunda al Maestro mientras le agarra la mano a Sandoval para que no le ensarte un vidrio en el cuello. Entran los guachines de Caraza. "Está todo podrido", repite uno de ellos después de salir despedido de una montaña de golpes, mirándose como le sangra el tajo nuevo que tiene su antebrazo. Lo abrieron feo, profundo. Esconde un pico de botella nuevo bajo su campera deportiva y se va con otro grupete para la puerta, a terminar el asunto. El Oeste retrocede. De los camerino al escenario, llueven botellas y piñas. Los del Sur son como cincuenta, los del Oeste no juntan ni treinta. Mustafá le pide a Dj Black el mic para rimar y la esquina de un cajón de cerveza se le incrusta en la cara. Su tic se apaga. De los dos lados hacen como que los fierros no existen. Los del Oeste prometen más sangre para la próxima y se bajan. El público se escapa antes que ellos. Los del Sur los corren hasta la puerta, muestran los dientes, cierran y Súper A (sí, el de la peli de Bandana) sigue con su show. Pero todo está dicho sin hablar. No hace falta rimar nada.
"Somos una clicka, una crew, una banda de raperos ¿entendés?", agita Chiquito, un grandote con cara de perro Rottweiler xl, como los que se ven en las películas de negros que el cable pone en trasnoche. El es mc -maestro de ceremonia, el portavoz y el más buscado- de los ads, banda de Quilmes. "A veces es necesario aliarse con gente para poder caminar tranquilo. Por ahí a vos te parece estúpido, pero para mí es una manera de preservarme. Y no comerme una bala."
-¿Ustedes están calzados?, le pregunto.
-No te digo que no porque te estaría mintiendo, dice sin modular, en seco.
La imagen se congela. Arriba del escenario, Doble Impacto, parte del escuadrón del Oeste, deja en claro que si el disc-man que dispara las pistas sobre las que están improvisando no deja de saltar, literalmente, se pudre todo. Este pequeño infierno poco encantador se completa con un colega (al que le gusta mucho el box) que le explica a los niñitos salvajes de Caraza cómo el público le pedía a Mohamed Alí que terminara con sus rivales. "¡Alí, Cumba Ie!; ¡Alí, Cumba Ie!", repite como tarado.
Y el cd se traba. Nada de pleitos verbales estilo Lennon-McCartney, ni de rap agropecuario y contestatario como el de "Los Salieris de Charly". Doble Impacto escupe sus amenazas a capella, le arrebata sus pistas a dj Black y se va a un costado, donde están los del Oeste, incluido Mustafá, el mc favorito de los sicarios del Fuerte (Apache, claro). La cosa se pone tensa.
El mapa se dibuja: a la izquierda el puñado del Sur, a la derecha el Oeste. El Maestro se para contra la pared, justo atrás del escenario. En la intersección de las puertas de los dos camarines. Pasa un flaco (Sandoval, de Sudamérica, pichón de Mustafá) y el Maestro usa un viejo truco callejero, rockero, ¿rapero?:
-¿Trajiste mis compacts?
-¿Vos tenés los míos?, retruca Sandoval.
-¡¡Cumba Ie!!, se escucha de atrás...
Los dos disparan su mejor mano, de derecha a la cara. Se pudrió.
El Maestro y la nueva escuela
esta historia puede repetirse en los suburbios de cualquier metrópolis del mundo. Acaso por una conexión invisible o porque algunas cosas se entienden sin saber idiomas, el rap se convirtió en soundtrack y marca de estilo en las zonas marginales. Once no es el Bronx pero a veces se le parece. Y hasta te diría que el barrio yanki se queda corto ante la agilidad punga corriente en nuestro, digamos, Bronce. El depto donde me recibe el Maestro Jodido (mc, fundador del Clan Caraza, cabecilla del Def-Com Squad y organizador de fiestas en el cbgb) dos meses antes de esa pelea, lo corrobora. Y no sólo por las paredes graffiteadas de punta a punta y los retratos de 2Pac, el músico negro violentamente asesinado a tiros. El dos ambientes es propiedad de la chica antagónicamente parecida a Emme. Esa que me anticipó la violencia rapera como si habláramos de las barras bravas de Morón y Quilmes. Ahí intenta criar a su hijito y es también el aguantadero del escuadrón del Maestro. El se comporta como anfitrión y cuenta cómo, la noche anterior en una fiesta privada, un amiguito-ladrón se robó la mesa del living. Solo. Mientras todos estaban en sus cosas, digamos. Recién lo vieron por el balcón cuando se cargó la mesa en la espalda para doblar la esquina. Y la rescataron, por supuesto. A las piñas.
En el piso hay una olla con una cucaracha adentro. Un par de tenedores y algunos fideos blancos le hacen de frazada. Y no es el plato del perro. Son las siete de la tarde, pero él recién termina de almorzar. "El rap es la violencia misma", dice para dar comienzo a la clase.
En Villa Caraza el Maestro tiene su escuelita. Bueno, en Caraza ya no. Aunque sus comienzos fueron ahí. "Me sacaron a los tiros porque no quería ser un pancho entregado a la vagancia. Se enojaban porque yo no quería ser mulo de ellos y se abusaban de mí y de estos pibes todos los días. Por eso me fui y ya no puedo entrar más. Pero estoy feliz. Porque salí de ahí. Y ellos van a terminar presos o muertos. Mientras yo disfruto de todo esto."
Sus soldados lo siguen hasta una fábrica de aceite abandonada en La Tablada. El lugar se llama La faca, en el barrio de La Fournier. "Quiero empezar a entrenarlos", me repite el Masta. "Como hacían los Panteras Negras."
La calle es el pupitre donde él da todos los días una cátedra de arquitectura semántica. Cuarenta pibes (la mayoría aspirantes a integrar su clan) forman un aquelarre a la altura de sus hombros y él les deja sus enseñanzas como oscuros cánticos sincopados. Un disc-man baqueteado escupe bases sobre la vía muerta y todos escuchan. El Maestro es culpable de que la gente del barrio los respetara, los entendiera. ¿Por qué? "Porque les doy un escenario, una oportunidad de tener disco; si están en el Def-Com hasta tienen minitas. El Def-Com les da todo". ¿Y qué enseña el Maestro? "Enseña cómo salir del gueto", aseguran sus soldiers.
Pero no es el único en esta historia. En todo el país hay, al menos, unas 300 crews activas (o sea, grupos callejeros que reúnen los cuatro elementos básicos del hip hop: mcs, graffiteros, breakers y djs) y para encontrarlas sólo hace falta pasear por Rivadavia y Yatay en Caballito o por la ex psicobolche Plaza Seca del Teatro San Martín.
Sólo el Def-Com, en su área de influencia -Gerli, Avellaneda, Quilmes, Lanús Este- apaña a cien bandas y solistas que nada tienen de popstars. Muchos de estos se juntaron ahora en La Faca. Destaca "El 4", que para contrarrestar el trastorno bipolar que lo lleva de la extroversión a la depresión, usa el hip hop. Es su único analgésico. "Me mantiene ocupado, pensando en otra cosa. Yo no tomo pastas. Yo pinto, voy a la escuela del Bellas Artes de Belgrano, con todos los caretas y no me como ninguna. Graffitear es una manía para mí, mirá"... y me señala unos tanques de 80 metros de altura que se mantienen erguidos ante la fábrica donde, "hace un par de noches, re escabio y re locos", la ulk (Ultra Limada Krü), un grupo de graffiteros extremos que él lidera marcó sus iniciales en lo alto. Y bajaron sangrado de su hazaña, cortados con vidrios en el apuro por un par de tiros al aire auspiciados por la "seguridad" del lugar.
Los ads (Aliados del Sur) se jactan de ser la familia gangsta más grande de la actualidad e incluyen al norteño Súper A, bastante más famoso: más de un millón de espectadores lo vieron hacer de tatuador en, atención, la película de Bandana... Otra agrupación, de nombre más punk, Marginalidad Explícita, tiene en sus filas al Chingolo, el mejor raggamuffer de las villas argentas. Un personaje enigmático que muchos dicen que es el hijo descarriado del dueño de los supermercados Coto. Vive como ciruja, posta. Anda día y noche encapuchado y con un bidón de 30 litros como tumbadora, rimando frees (rimas, improvisaciones) callejeros por todos los barrios. Todos. El, acá, es el alma del rap.
Guerra de guerrillas
pero los raperos argentos tienen su propia guerra intestina. Sencillamente, una cuestión de barrios: "El Sur es más gangsta. El Oeste es más españolizado, más cultural y competitivo a lo neoyorquino", fanatizan los ads. "Pero si vas al Oeste encontrás paredes graffiteadas que piden Muerte a los raperos del Sur". Palizas, tramontinas y balas que no sólo salen de la lengua. ¿Mito o verdad? "No, es verdad. Entre el Oeste y el Sur está todo mal. Y eso incluye armas y otras cosas. Pero es como en todos lados", dice el Mago (la promesa de sus calles, de Caraza) como si fuera lo más común del mundo. Bueno, en su mundo, es de lo más común.
Me subo al andén. Hacia la costa Oeste del suburbio. Bien barato, me cuelo en el tren. Línea Sarmiento. Los bombardeos (bombing es la técnica de pintar, por asalto, las iniciales de una banda de rap) se ven de a cientos y compiten con las pintadas de trocha gorda de las paredes que auspician a Patricia Walsh.
Llego hasta Ramos Mejía. A pocas cuadras de la estación, en un maxikiosco, seis o siete crestas punkies cabecean alrededor de un metegol, motivados por las rimas capciosas de Mustafá, el único -y dos veces- campeón de freestyle del underground desde que en 1998 la Organización del Oeste impuso el "rap competitivo".
Así tiro mi estilo y me tiran tiros/ soy el áspero peligro del frees/ que si emigro de este país abandono a unos pocos/ que si entienden mi materia gris, loco/ Soy sincero y ustedes mata-rap andan con fierros, contra mí/ menos en Moreno, donde el veneno se enamoró de mi talento/ trueno, sereno, desde mi zona sueno ¿Quieren ser dueños de lo ajeno? A tal extremo, por dentro, te quemo/ que tengo adeptos hasta adentro de tu terreno/ Acto de Edipo: Tus tipos tienen mi nombre en tus trapos/ Mirá flaco, me andan buscando tus capos/ Soy bonaerense, hago rap desde mis campos/ cómodo, piensa: este es mi acento, mi estilo, campeón ¿cómo no?/ Yo también fui amateur pero nunca monótono/ encendé tu lámpara no seas un títere/ no hagas que yo me entere de tu interés / Cuando rimo, suena la campana/ besás la lona/ Suena la alarma, mi estilo roban /¿Sabrán mis sombras que yo las siembro?, creo que sí/ entonces: ¿Por qué le sobran astillas a este MC?/ Si las encimas de mi flow en semillas di/ mis frees los viví/ por 8 Mile no estoy acá/ a ver a cuántos les da la cara/ para ser mi parca.
La corona del under
años atras, sus frases hubieran resonado como la adaptación caprichosa de rituales extranjeros. Acá no.
Ya el Sindicato Argentino del Hip Hop firmó hace años con la multinacional Universal. Y, con ese disco en el que cantaba Julieta Ortega, los de Morón ganaron un Grammy Latino. Pero la entrega fue el 11 de septiembre 2001 y el logro pasó desapercibido.
En esos días, el Oeste superaba en convocatoria a cualquier otro grupo y se impuso en las competencias con su hombre, Mustafá: "Hoy todos los que hacen freestyle se quieren medir con Mustafá, sacarse la duda. Yo no tengo dudas de nada. Yo duermo tranquilo, ustedes se van a dormir pensando en mí...", dijo después de sacarse de encima a todos sus contrincantes, y tiró el mic a las tablas. Cualquier coincidencia con una secuencia de las batallas de improvisación de la película de Eminem no son casualidad.
Copando los ranchos
para los rockeros hay una buena noticia: en las villas los pibes ya no escuchan cumbia villera. Hasta ya no es noticia que Pablo Lescano está haciendo bases de rap y probándolas en las bailantas. Mustafá camina por Fuerte Apache con las manos en los bolsillos y yo voy detrás de él. Tiene algo de hippie pendenciero. Me cuenta que hace más de siete meses que va a un neurólogo porque tiene un tic en el ojo izquierdo. "Del estrés" ¿De qué? "De tanto pensar cómo hacer mis rimas".
En la primer esquina que dobla, la muchachada lo reconoce: "¡Eh, rapero, vení!, ¿Cómo se llama lo que hace’ vo’?", dice uno de ellos, y apura a otro de sus secuaces con un sencillito: "¡Copate con el ruido de la boca, guacho!". Suena la base del beat-box precario y Mustafá propone su métrica burlona.
Cruza al barrio San Enrique. Casa de Sandoval, "la promesa del underground", según Mustafá. Tiene 19 años y rapea como condenado. Todos los días. Vive a cinco cuadras del lugar donde "Chiche" Gelblung dijo "descubrir" gente comiendo de los basurales. "Cinturoneando", según Sandoval. El nos lleva a unas cuadras de su casa. Al toque, ahí en una esquina del g.c. (como le dicen ellos al humildísimo González Catan) se juntan guachines de todas las edades como en cualquier esquina... pero para hacer breakdance. Pibitos bailando a lo Michael ‘83, girando sobre su cuello en alfombras de cartones, descalzos. Combinación de capoeira suburbano y break tercermundista. Alto style. "Los más chicos se re flashean con nosotros", dice Sandoval. ¿No juegan más al fútbol? "Es que el break es mucho más divertido, el fútbol ya me aburrió", dice uno que acusa 10 años y parece de 6. "Acá hay más saltos, más cosas. Practico todo el día en todos lados." Razón por la cual, sus compañeritos de sexto grado le dejan un ojo en compota de vez en cuando. "Se enojan porque me llevo bien con las chicas y mi hermano me lleva a bailar al centro".
Mustafá vuelve, por turbios pasillos, a su casa en Moreno. Su mamá lo recibe con un cariñoso: "¿Qué pensás hacer de tu vida?".
-"¿Y? ¿Qué pensás hacer?", apuro.
-"Ella hace diez años que me lo pregunta y todavía no tengo una respuesta. Esperame un poco".
Lo que sí aprendió a resolver son los problemas que le trae su viejo, que es Policía. El asunto le costo varias palizas y otras tantas corridas. Cuando rapeando le apuntan con eso, replica: "En tus rimas me acusás/ de que mi viejo es un rati/ Pero tus rimas son más ratis que mi viejo".
Y nada de eso le preocupa cuando llega a Fuerte Apache. Sus amigos, gente sencilla y complicada, (no sé si se entiende) son los auténticos dueños de la tierra de nadie. Pasean en bmw, Mercedes Benz y Cherokees 2003, de variados colores. Saliendo del Fuerte, Mustafá dice lo que ve: "En la villa me escuchan rapear y se dan cuenta que eso los representa más. Entienden que el rap muestra el lugar donde viven, mejor que su cumbiamba villera".
De vuelta en el Sur, el Mago refuerza la idea: "Acá hay grupos de pibes marginales que utilizan el rap como una salida. Por que no es fácil salir de las cosas del barrio. La droga, la delincuencia, la vagancia. Yo ahora podría estar tirado en la esquina, pero no quiero eso. Ya lo tuve. Ahora quiero salir y esto me puede ayudar". También lo ayudan sus apariciones de los sábados en Pasión Tropical (en América 2) cantando cumbia ragga en el Grupo Orange, producido por los hermanos de los Grupos Green, Red y Blue. Y no es un chiste.
"Ahora están saliendo mc’s de estas zonas marginales, muy carenciadas", apuntala el voluminoso Chiquito junto a Calibre y Tonga Kali, los otros mcs de ads.
"El problema es que terminen diciendo lo mismo que la cumbia", diagnostica Legendario Valentino (ex Geo Ramma, ahora Leeva), el último hijo varón de la familia Spinetta (¿Y quién puede decir que esa no es una clicka?) mientras su hermano mayor, Dante (emblema del hip hop latino) asegura: "Cuando se fue 2 Pac yo creí que el rap se había muerto con él. Pero ahora me doy cuenta de que me equivoqué. Es más… este año explota. Hasta mi viejo escucha rap ahora".
La pose latina
sigue la clase. "este es un analisis re-basico pero re- importante", explica el Maestro. "¿Por qué en Chile el hip hop es más masivo que en Argentina? Allá lo llevaron los exiliados políticos cuando terminó la dictadura de Pinochet, a principios de los 90. Y empezaron a mostrarle a la gente de las villas el hip hop por una cuestión de ideologías. Acá llegó con los que tenían plata para conseguirlo." El pasó varios meses en Chile. Grabando, tocando, viviendo. Sabe que allá no va la policía a la puerta de un boliche rapero si hay disturbios, como en el cbgb porteño. "Allá van las fuerzas especiales". La escena se repite en las calles de México, Brasil, Colombia, Panamá, Costa Rica y hasta Uruguay.
Pero para el Maestro: "Nosotros acá tenemos más esencia. Porque allá es masivo, y si es masivo hay más estúpidos. Porque los estúpidos son un porcentaje".
"Aca hay menos infiltrados", es la última frase de ese reportaje y me remacha la cabeza hasta que me paro, solo, en la puerta del cbgb, un lugar donde por las dudas te conviene agachar la mirada más de una vez. "Acá hay más underground. ¿Se entiende?". Sí, claro.
Chiquito perteneció a Zona Sur Clan. Una crew que hoy está extinguida pero que fue la primer pandilla argentina. "Todavía me buscan para ajusticiarme. Mis letras lo dicen. Quién me puede negar que mi vida no tiene algo que ver con la de 50 Cent, que sale a dar sus shows con chaleco anti-balas. Si yo lo hago acá, dicen: «Mira, se cree la del gangsta», pero te juro por Dios que tengo que saltar paredes, porque si no me mata una pandilla de raperos".
Para la leyenda queda la historia de Encontra del Hombre. "Eran de Quilmes y vivían como decían en sus letras", dice el Maestro. Eran grandes relatores del barrio y en la calle todos dicen que fue el primer grupo de gangsta argento. La crudeza lírica de sus tres (y hasta cinco) mcs y el scratch a toda velocidad de dj Black, se hicieron ilustres muy rápido en el underground. Grabaron un tema en el disco debut de Actitud María Marta (Acorralar a la Bestia, 1996) junto a Sindicato (hasta ahora la única vez que una crew del Oeste y otra del Sur grabaron juntas), dos temas en el primer compilado Nación Hip Hop (editado por la multinacional Sony y producido por el entonces Soda Stereo Zeta Bosio), y se separaron. "Nunca ensayábamos, nos pasábamos el día en la esquina, tomando, fumando mota y haciendo rimas", dice dj Black. Ese era todo el asunto. ¿Qué paso después? "Poca plata, muchos problemas. Sobre todo con la ley."
En el Oeste estas cosas no pasaban. Hasta fines de los 90. "Ahora en mi cuadra viven 35 raperos. Buscá una cuadra en Argentina que tenga 35 raperos como la mía. ¿Cómo no voy a estar orgulloso de eso? Mi orgullo se fundamenta", dice Mustafá. "En el Oeste no hay un cacique somos todos indios. Pero si a la gente del Fuerte le vas a hablar mal de Mustafá, seguro que te van a reventar la cabeza a tiros, pero porque es Fuerte Apache, es su estilo de vida. No sale de una película".
"Acá no somos gangsta de traje", dice el Maestro. "Es otra realidad, estamos en el tercer mundo y vivimos peor que los negros del Bronx o de Harlem. Y no es por hacer una comparación peliculera: Andate a los guetos de acá, loco ¿Sabes lo que son?. En Argentina ser rapero es jevi ¿Por qué te crees que nos sentimos seguros en cualquier villa?"
Ahora hay nuevos problemas en el gueto. "Los ads ahora paran en Style (el boliche rapero del 2004, en Belgrano). Nos hacen esta después de que nosotros le dimos todo en el cbgb. El Sur se está desmembrando, pero el Def-Com no va a transar porque se la aguanta. No vivimos otra vida que no sea la del hip hop, no nos juntamos con otra gente. No tenemos dos caras. Y a los que son así... faca".
La cosa se pone espesa.
"¿Quién dice que no puedo hacer gangsta rap?", dice Chiquito mirándome fijo, tranquilo, pero incómodo. "Loco, yo tengo que estar con cuidado porque viene un auto y de adentro me tiran a matar. Quién me puede negar eso. Nadie. Hoy me dijeron que me venían a buscar de fierro. Gente del Oeste. Allá estoy amenazado", arremete en mi oído cuando lo cruzo -aquella noche- en la puerta de Cemento. Todos los ads (que por esos días todavía se mezclaban con el Def-Com) le cubrían la espalda sentados en el cordón, compartiendo un vino mixturado con jugo barato en una jarra hecha con media botella de plástico.
Adentro, todos dicen que hoy pierden los del Oeste. Por bocones, porque se meten en un personaje cuando suben al escenario. En el camerino, por ahora, sólo se murmura sobre cómo "Gendarmería copó los barrios".
"¡Eh, Rollinestón! Todo bien... ¿Queré’ la bolsa?", dice el Mago. Exhala a medida que levanta la cabeza. El tolueno le sale por la boca y los dos agujeros de la nariz, al mismo tiempo, mezclado con el humo del cigarrillo. Le hago señas de que no y vuelve a lo suyo. Mi grabador está ahí metido, esperando que alguno mate a otro para que esta nota salga publicada. Un segundo y se pudre. "¡Dale guacho!, que lo’ cortamo’ todo", dice unos de los de Caraza. Dos guachines de 14 o 15 años, degüellan botellas estrellándolas contra las paredes y afilan los vidrios contra la mesa dura. Pico en mano, se meten a cortar carne en el bardo. Rápido. Esto no es el Counter-Strike. Tampoco una película de Spike Lee. Como sea, todos están (estamos) en un problema. Los golpes son retornables. Chiquito secunda al Maestro mientras le agarra la mano a Sandoval para que no le ensarte un vidrio en el cuello. Entran los guachines de Caraza. "Está todo podrido", repite uno de ellos después de salir despedido de una montaña de golpes, mirándose como le sangra el tajo nuevo que tiene su antebrazo. Lo abrieron feo, profundo. Esconde un pico de botella nuevo bajo su campera deportiva y se va con otro grupete para la puerta, a terminar el asunto. El Oeste retrocede. De los camarines al escenario, llueven botellas y piñas. Los del Sur son como cincuenta, los del Oeste no juntan ni treinta. Mustafá le pide a dj Black el mic para rimar y la esquina de un cajón de cerveza se le incrusta en la cara. Su tic se apaga. De los dos lados hacen como que los fierros no existen. Los del Oeste prometen más sangre para la próxima y se bajan. El público se escapa antes que ellos. Los del Sur los corren hasta la puerta, muestran los dientes, cierran y Súper A (sí, el de la peli de Bandana) sigue con su show. Pero todo está dicho sin hablar. No hace falta rimar nada.
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