Benedict Cumberbatch, un galán de otra época

Como un eco de la época isabelina –aquella Inglaterra que tenía vedada la participación de las mujeres sobre los escenarios– dio sus primeros pasos en producciones escolares encarnando a mujeres. Ninguno de sus compañeros del colegio pupilo aceptaba esos papeles, pero a él, hoy convertido en un sex symbol internacional, no le importaban los comentarios y cuando las burlas emergían, apelaba a este argumento sobre los usos y costumbres del teatro clásico.

Benedict Cumberbatch destacaba del resto de los chicos de su edad por su temprano don para el rugby y para la actuación. Otra monarca llamada Isabel marcaría su destino. La semana pasada la reina de Inglaterra lo condecoró y lo nombró Comandante de la Orden del Imperio Británico (CBE) por "sus servicios a la actuación y a la filantropía". En su discurso de aceptación, el actor pidió a las autoridades internacionales colaborar para atenuar y resolver la crisis de refugiados.

El compromiso y la tolerancia de Cumberbatch no comienza con su fama, sino cuando era un niño. En la selecta escuela Harrow integró a su grupo a James Rhodes, un compañero de clase quien ingresó a los 12 años a esa prestigiosa escuela tras años de abusos sexuales cometidos en otra institución. Cumberbatch le ofreció su amistad, una relación que dura hasta hoy, y que el actor demostró públicamente cuando Rhodes –hoy convertido en uno de los pianistas más famosos de Inglaterra– se enfrentó a la Corte Suprema, que buscaba impedir que se publicara su biografía.

Hijo de un matrimonio de actores, Timothy Carlton y Wanda Ventham, Cumberbatch decidió dedicarse a la actuación después de pensarlo con serenidad. Cuando terminó el colegio viajó a la India donde enseñó inglés y meditó sobre su futuro. Hoy, a los 39 años, goza de fama mundial gracias a una carrera construida de modo meteórico. Sin embargo, no todo fue sencillo en este trayecto. En 2004, en uno de sus primeros papeles, interpretó a Stephen Hawking en la película para la TV que llevaba como título el apellido del científico. Todos lo señalaban como el actor indicado para regresar una década después a la piel de esta criatura en La teoría del todo, pero las apuestas fracasaron y el papel fue para Eddie Redmayne, quien se llevó el Oscar por su labor.

Sin lugar a dudas fue su protagónico en Sherlock el pasaporte a la fama, serie donde integra una aceitada dupla con Martin Freeman como Watson. La BBC realizó no una, sino dos, vueltas de tuerca –en términos de Henry James– al adaptar este clásico al Londres del siglo XXI, y al encauzar todos sus esfuerzos para intentar superar el éxito de Downton Abbey. El suceso, que ya lleva tres temporadas [la última fue vista, solo en Gran Bretaña, por 10 millones de espectadores] fue instantáneo y los fanáticos están cada vez más sedientos de esta serie tan atrapante como breve (para saciar esta sed, se realizan capítulos especiales de Navidad que hacen explotar todos los índices históricos de audiencia para estas fechas; este año, los personajes volverán a la era victoriana por razones aún desconocidas).

En la Argentina se puede ver por BBC Latinoamérica, y por Netflix. "Pensé que era una mera excusa para regresar a una franquicia para hacer dinero, pero luego, cuando supe quiénes eran los autores, me di cuenta de que me había equivocado. Leí el guion y me enamoré de inmediato. Fui a la audición e hice reír a los productores, lo disfruté. Mi agente me llamó para decirme qué les había encantado. Y entonces pensé en la exposición, porque éste es un personaje icónico. Respiré profundo y me pregunté a mí mismo: «¿De verdad quiero hacer esto?». Y me convencí pensando que me iba a divertir mucho", contaba Cumberbatch, en el marco de la Academia británica de cine y TV (Bafta) sobre el proceso para aceptar este papel.

Actor prestigioso, en el teatro interpretó al monstruo de Frankenstein y antes había participado en versiones de Hedda Gabler, Romeo y Julieta (como Benvolio) y Como gusteis (en el rol de Orlando). Pero fue sin lugar a dudas su protagónico en Hamlet, personaje que tantos actores desean interpretar, el que saboreó de otro modo. Su fama, un gran aliado que seduce a productores para convocarlo para papeles, no tardó en convertirse en un enemigo. El actor se dirigió a sus fanáticas para rogarles que apagasen sus celulares durante las funciones donde el príncipe de Dinamarca se debate entre ser o no ser. Con un apodo despectivo los medios llamaron así a sus fanáticas –las Cumberbitches–, quienes lejos de ofenderse por el epíteto, se sienten orgullosas de ostentar este título: "No fui yo quien las nombró así. Me da un poco de pudor. Pensé que Cumbercollective sería mejor, pero no tuve adhesión", le contaba el actor a Ellen De Generes.

Teatro, TV (participó también de la miniserie The Hollow Crown, donde interpreta al gran villano Ricardo III) y también en cine. En El código Enigma interpretó al matemático Alan Turing y volvió a compartir escenas con Keira Knightley, con quien había trabajado en Expiación, más allá de la pasión, en un pequeño, pero decisivo rol para la trama y la sucesión de desavenencias. No solo realiza personajes históricos, o ambientados en Inglaterra, sino que también tiene una gran ductilidad para roles complejos como darle vida al dragón Smaug, en la trilogía El hobbit, de Peter Jackson (donde su amigo Martin Freeman fue Bilbo Bolsón).

Siempre dispuesto a evadir los preconceptos, Hollywood también lo convocó para Zoolander 2 y para ponerle la voz a Los pingüinos de Madagascar, así como también para la versión de Agosto, junto a Meryl Streep y Julia Roberts y como el villano de Star Trek: en la oscuridad. Además, el año próximo encarnará a un cirujano que recibe misteriosos poderes en la adaptación cinematográfica del cómic de Marvel Doctor Strange junto a Tilda Swinton y Rachel McAdams.

A los 39 años, Cumberbatch celebra un presente inmejorable, donde goza del reconocimiento de sus pares y de los líderes de su país. En lo personal, este año le dio la bienvenida a su primer hijo con Sophie Hunter. Carismático y talentoso, el actor se ríe de sí mismo y le escapa a todas las solemnidades y clisés de la fama, de la cual aún no se siente parte. Es por eso que no dudó en saltar en una alfombra roja detrás de U2 para no perder la oportunidad de salir en esa imagen. Quizá allí resida el secreto de su éxito: ver a la fama con los ojos de un ignoto, sin sentirse parte de aquel universo donde nada es tan elemental como parece ser.