Budd Boetticher fue el rey del western
Casi olvidado por las nuevas generaciones, venerado sólo por un puñado de seguidores que trataron siempre de rescatar su talento por sobre las increíbles circunstancias que precipitaron su despedida artística, murió a los 85 años Budd Boetticher, uno de los más grandes realizadores de westerns de toda la historia del cine.
Boetticher, que estaba retirado desde comienzos de la década del 70, falleció en su hogar de Ramona, California, al sufrir complicaciones tras una intervención quirúrgica. Hizo en total 38 largometrajes, pero siempre será recordado por la serie de siete auténticas obras maestras del cine del Oeste realizadas, con bajísimo presupuesto, entre 1956 y 1960 y con un mismo protagonista: Randolph Scott.
"Hombres sin destino", "Patrulla de audaces" y "Estación comanche" (el último de la serie) mostraron inmejorablemente el vigor y el pulso narrativo del autor de algunos de los últimos grandes clásicos del western. Con ellos, el género cinematográfico norteamericano por excelencia parecía despedirse de a poco de sus años de esplendor.
Y aunque fue poco conocido por el gran público, recibió aún en vida el reconocimiento de muchos de sus colegas. "¡Hey, Budd, todo lo que ves acabo de robártelo!", le dijo una vez en un festival Sergio Leone, que acababa de concluir "Erase una vez en el Oeste".
Boetticher, que nació en 1916 en Chicago con el mismo nombre (Oscar) de su padre adoptivo, un próspero comerciante, dedicó la mayor parte de su formación militar y su actividad universitaria al deporte.
Fascinación por los toros
Una lesión sufrida en 1936 durante un encuentro de fútbol americano lo llevó a México, donde quedó tan fascinado por las corridas de toros que decidió quedarse. Dos años después comenzó a aprender todos los secretos de esa controvertida actividad junto al famosísimo matador mexicano Carlos Arruza. A partir de este encuentro se abriría una serie de cruces, algunas veces dramáticos, entre la vida y la obra de Boetticher.
Fueron los toros, precisamente, los que hicieron regresar a Boetticher a Estados Unidos, al ser contratado como asesor técnico en la materia por Rouben Mamoulian, realizador de "Sangre y arena". Allí inició su carrera en el cine, que prosiguió como asistente de director.
Y también fueron los toros el motivo de su primera gran obra como realizador, "The Bullfighter and the Lady" (1951), en la que Robert Stack reproducía de viaje por México algunos hechos de la vida real del director. Desde entonces cambió su nombre original por un apodo (Budd), que tomó de John Wayne, productor de la película y compañero de andanzas (y borracheras) del realizador.
A partir de allí, Boetticher desarrolló en sus films (la mayoría de ellos westerns, pero también thrillers e historias de guerra) un concepto que, para algunos, llevaba al cine la quintaesencia de las corridas de toros. "Un hombre tiene una misión que cumplir enfrentando tremendas dificultades. Y lo consigue", solía sintetizar el director. Esto ocurrió sobre todo en los años 50, los más activos de la vida de Boetticher, tanto en el cine como en la TV, que se cerraron con esa sucesión de grandes westerns escritos en su mayoría por Burt Kennedy y con Scott como gran estrella.
Lo malo llegó después. En 1960 volvió a México junto a su esposa (la actriz Debra Paget) y el propósito de realizar un documental de ribetes documentales sobre su admirado Arruza. Pero durante los siguientes siete años una serie de desgracias transformó esa idea en uno de los proyectos malditos más comentados de la historia. En ese lapso, Boetticher sufrió una enfermedad que casi lo lleva a la muerte, se divorció, pasó algunos días en prisión, fue internado en unas cuantas ocasiones (una de ellas en un manicomio) y, para colmo, debió afrontar la muerte del propio Arruza y de varios de los integrantes del equipo de rodaje a raíz de un accidente automovilístico.
Boetticher pudo concluir el documental en 1972 (los pocos que lo vieron no cesaron de elogiarlo), pero su carrera en Hollywood estaba arruinada. Instalado en un rancho de California, se dedicó a imaginar proyectos nunca concretados y a criar exquisitos caballos. "Mi reino por...", otro raro documental de 1985, lo muestra orgulloso en su haras en compañía de Robert Stack.
La escena final, en la que junto al hijo de Arruza exhibe el arte del rejoneador (aquel que se enfrenta de a caballo con el toro en un ruedo), es casi un compendio de la carrera de Boetticher. El director se despide del cine en un ambiente que une las corridas de toros y los films del Oeste junto al actor de la película que lo hizo famoso y al descendiente del hombre que marcó involuntariamente el final de una obra tan brillante como desconocida.
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