El nuevo capítulo de una serie que está por cumplir 40 años cambia de escenario y mantiene el interés, con dilemas morales y buenas escenas de acción
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Depredador: tierras salvajes (Predator: Badlands, Estados Unidos/ 2025). Dirección: Dan Trachtenberg. Guion: Patrick Aison y Dan Trachtenberg. Fotografía: Jeff Cutter. Música: Sarah Schachner y Benjamin Wallfisch. Edición: Stefan Grube y Dan Trachtenberg. Elenco: Elle Fanning, Dimitrius Schuster-Koloamatangi, Reuben de Jong, Michael Homick. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 107 minutos. Calificación: solo apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena
Lo mejor que muestra la sexta secuela oficial de Depredador es un bienvenido espíritu de apertura a nuevos escenarios y posibles exploraciones. Este nuevo capítulo es un relato completo que transcurre en escenarios completamente ajenos a la realidad de los seres humanos (un planeta llamado Genna) y en un tiempo futuro que sin dudas descubriremos a través de sus detalles más precisos en próximas entregas. La continuidad ya está asegurada desde la enigmática imagen que aparece antes de los créditos finales y sugiere, desde lo expuesto en esta flamante producción, más posibilidades de las imaginadas.
Depredador: tierras salvajes es una hábil, atractiva y bastante entretenida vuelta de tuerca alrededor de la identidad de los protagonistas de este universo, los “yautjas”, esos cazadores extraterrestres que viajan de galaxia en galaxia buscando presas peligrosas, hablando un idioma hermético y ejercitando un preciso código de honor. La novedad es la presencia protagónica del eslabón en apariencia más débil de la especie, llamado Dek, eje de un complejo (y muy shakesperiano) conflicto familiar que termina en un peligrosísimo viaje, única oportunidad para él de reivindicarse y obtener los atributos heroicos que en apariencia le faltan.
Dek (el actor neozelandés Dimitrius Schuster-Koloamatangi, escondido todo el tiempo detrás de un pesado maquillaje real y digital) se expone sobre todo a ser cazado si no logra mostrar su valía. Su salvación pasa por la captura de una criatura en apariencia inmortal llamada Kalisk. En esta aventura sin seres humanos a la vista su única aliada será Thia (Elle Fanning), uno de esos seres artificiales del universo de Alien (cuyo punto de contacto con esta serie es bien conocido) que identificamos como “sintéticos”: cuerpo mecánico, apariencia humana y un toque de sensibilidad en la mente, construida con inteligencia artificial. En un momento se unirá al grupo un personaje que resultará clave: un curioso primate que aporta además los momentos de pausa en clave de comic relief.
Travesía coral
Lo mejor del relato es la travesía del grupo a través de una geografía natural llena de peligros y armas potencialmente letales: gruesas lianas que atrapan a su presa hasta sofocarla, plantas carnívoras que explotan como si fueran bombas al ser activadas, plantas carnívoras capaces de disparar dardos paralizantes y hojas de arbustos que en realidad son filosas armas, sin contar a algunos bichos espantosos que aparecen inesperadamente en medio del camino.
Como ocurre en el resto de la saga, el terror modela el aspecto y la conducta de la mayoría de los personajes empezando por los propios depredadores, humanoides con rostro y mandíbulas propias de insectos gigantes y una piel del color de los reptiles. Y la ciencia ficción aporta (más que nunca en este capítulo) los escenarios y los giros dramáticos, con referencias visuales muy precisas al cine de ese género que conocimos en los años 70.
Algunos dilemas morales dignos de una tragedia griega y escenas de acción impecablemente coreografiadas conviven con cierta solemnidad en el movimiento de los “yautjas”, que hablan todo el tiempo en un idioma propio hecho a base de gruñidos y sonidos guturales, y en la grandilocuente banda sonora. Fanning atraviesa esa realidad con su propio conflicto a cuestas con un personaje que remite, como tantos otros en la ciencia ficción de las últimas décadas, a los replicantes de Blade Runner. Pero estamos de vuelta en el mundo de Depredador, que en un par de años cumplirá cuatro décadas en el cine y a juzgar por esta película no muestra por ahora huellas de fatiga.
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